“El 50% de lo que hayas escuchado sobre mí u Ozzy Osbourne es cierto. Sobre Keith Moon tienes que creerte el 100%, porque es verdad. Y sólo habéis oído el 10%. Estaba completamente loco”.

Alice Cooper

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“¿Cuándo empecé a estar loco? Cuando me di cuenta de que era la única alternativa inteligente”.

Keith Moon

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Debe ser que el hábito de mitificar cosas del pasado se encuentra en su máximo apogeo y yo soy demasiado influenciable. Sí, reconozco que soy débil y me dejo seducir por algunos ejercicios de tiránica nostalgia como ‘Odio el fútbol moderno’. O quizás haya otras explicaciones, no lo sé. En todo caso, me he acabado autoconvenciendo de que ya no hay estrellas de rock como las de antes, al igual que los futbolistas modernos son muy buenos, pero cómo se echan de menos los que desprendían hombría y lucían vigorosos mostachos.

Los rockeros de hoy en día no serán tan diferentes a los de hace cincuenta años; no lo dudo, pero la sensación es que juegan en una división inferior, por no decir a otro deporte. Las crónicas están ahí. Tras leerlas, la conclusión resultante es que la fiesta más salvaje de las estrellas del rock actuales fue más aburrida que la noche más tranquila de Alice Cooper, Freddie Mercury, Keith Richards o Keith Moon. Muy especialmente, Keith Moon.

Hablar del batería de The Who es referirse al prototipo de rock star llevado a un límite que previamente ya ha sobrepasado el límite. Miles de botellas de ginebra o coñac vaciadas en su cuerpo, cientos de habitaciones de hotel destrozadas y decenas de televisiones tiradas por la ventana -esta gran perversión a la que algún día habrá que dedicarle un documental- adornan su breve pero intenso currículum.

Dicen los que lo conocieron que Moon era un niño atrapado en el cuerpo de un hombre. El síndrome del eterno Peter Pan, una vez más. Las drogas y sobre todo el alcohol apagaron su estrella demasiado pronto, pero en el recuerdo de todos ha quedado como un baterista histórico y una persona que siempre supo qué hacer para pasárselo bien. Ni lo uno ni lo otro están al alcance de todos.

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Las biografías de The Who sirven para adentrarse en la infantil personalidad de Keith Moon, pero también para echar unas buenas risotadas. Y es que el baterista protagonizó decenas y decenas de anécdotas inverosímiles que son dignas de recordar:

-En un encuentro con The Beatles, Moon aseguró que su batería (Ringo Star) era “una mierda” y que con él en su lugar serían el mejor grupo del mundo. Una afirmación que muchos compartirían. El problema es que Moon lo dijo sin reparo pese a que el propio Ringo estaba a su lado. Cuenta la leyenda que estuvieron a punto de llegar a las manos, pero que con el tiempo de este embrollo nació una fértil amistad.

-El loco de Moon se coló en un puesto de megafonía de metro en Finchley Road, una de las áreas de Londres con un porcentaje más alto de población judía. Cogió el micrófono, y por los altavoces de toda la estación sonó el siguiente mensaje: “Todos los judíos situados en el andén 2 colóquense en fila, preparados para ser gaseados en el próximo tren”. Además de ser un bromista con mala leche, también sabía pasar desapercibido, ya que nunca llegaron a cogerle por esta gamberrada.

-La obsesión por los hoteles era una constante en las giras con The Who. En una ocasión, en un hotel de los Estados Unidos, y después de lanzar la televisión por la ventana -¿había acaso otra opción?-, Moon arrancó el wáter del suelo, lo instaló en medio del pasillo del hotel y se metió dentro, simplemente ataviado con una bandera americana y alzando el brazo con una botella de cerveza, simulando la postura de la Estatua de la Libertad. Al ser cuestionado sobre su actitud, Moon respondió que “la televisión americana es una mierda y me estaba aburriendo”. Puede aceptarse o no su comportamiento, pero no se puede negar que al menos existía una justificación.

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-Al ser preguntado por una foto promocional del grupo en la que aparecía sentado en un viejo coche, Moon respondió que “pertenecía al general Franco, así que me produjo mucho más morbo comprarlo para follarme a mi chica en un sitio donde un viejo tirano, amigo de Hitler, no ha sido capaz ni de masturbarse”. Corría el año 1975 y el amiguito del Führer seguía vivo, por lo que la visita promocional que The Who debía hacer a Madrid se tuvo que posponer. El disco no se editó hasta un año después, después de la muerte del (según Moon) asexual dictador.

Hay muchas más historias (y televisores lanzados), pero este pequeño anecdotario (pese a contener algunas capas de leyendización) es una buena muestra de la personalidad de Moon, un loco entrañable (excepto para las víctimas de sus bromas), una persona que actuaba sin pensar, genio para algunos, cabrón sin remedio para otros, ambas cosas para la mayoría y, para aquellos que nos sumergimos en la nostalgia con demasiada facilidad, la prueba más fehaciente de que los rockeros de hoy en día ya no son como los de antes.