Que ahora diga, con el boom de las series reputadísimas y excelsas de un tiempo a esta parte, que yo me enganchaba a telenovelas sudamericanas, es como si confesara que me compraba originales hasta los ‘outtakes’ del Caribe Mix o que cortaba la coca con acetona. Pero así fue, pasen y vean mi armario repleto de cadáveres. Me pasó de niño y chaval, y creo que mi generación no fue ajena a la inercia que había en nuestras casas. Sucede cuando se tiene la guardia bajada y se es especialmente maleable y germinaba la cosa siempre por esta época, cuando acababa el colegio. Ahora, si estoy en casa y escucho la sintonía de sobremesa de ‘Amar es para siempre’ hay algo que no encaja, como un desfase, porque no es normal que yo habite ahí a esas horas. Retrocediendo en busca de aquellas magdalenas de Proust, quizás si hubiera que elegir un título fundador sería ‘Cristal’, de impacto mundial, donde se forjó la pareja de actores por excelencia del género: Jeanette Rodríguez y Carlos Mata.

Pero hubo más y a un buen puñado de ellas me enganché durante el verano, a veces en grotescos packs televisivos con la etapa de turno del Tour de Francia incluida. ‘Abigail’, ‘Kassandra’ o ‘Topacio’ (y ‘Estrambótica Anastasia’, otro producto que no tenía controlado), teledramas de la hipérbole y el histrionismo, se fueron enquistándose en veranos pegajosos, con las siestas aquellas de doña Adelaida, la ‘señora que’ presentaba cada día el capítulo del culebrón. Igual es porque es en verano cuando fermenta también el relato telenovelesco en los fichajes del fútbol: un día se quieren (el fichaje está cerrado), al otro día pelea (la operación peligra), después llega la infidelidad (trasciende que hay una oferta de otro club), la reconciliación (se vuelve a dar por seguro el fichaje), antes de una nueva ruptura (el fichaje se aleja definitivamente) y así dos meses, hasta el desenlace: boda (firma de contrato y presentación, por fin, del futbolista con su nuevo equipo).

Más tarde se apostó por producto patrio, y con grandes alardes y presupuestos, pero entonces, mucho antes de Pablo Iglesias, la conexión fundamental ya era venezolana. Entre el abundante material, ampliando a toda Sudamérica, hallamos otras series como ‘Alejandra’ o ‘Rubí’. Llamó la atención el despliegue comercial de Telecinco con ‘La loba herida’, toda una revolución llevar la telenovela de toda la vida al ‘prime time’ nocturno. Aquella canción de intro se llamaba ‘Torero’. No era de Chayanne, sino del Puma, otro puntal del gremio. Y, cómo no, aquella serie de título pintoresco y canción memorable (en el estricto sentido de la palabra): ‘Agujetas de color de rosa’, de México. Porque no sólo de bolivarianos vivió la filia. También me amorré durante tardes a ‘El súper’. Allí no había piruetas narrativas ni alambicados argumentos más allá de los esperables y manoseados del género.

dama

Tejer el ecosistema de telenovelas a lo largo de las décadas es tarea de tesis. Yo me conformo con abrir el Youtube y dejarme llevar (y sorprender) de relacionado en relacionado. Uno rastrea la canción de marras, deja abierto el buscador sin querer y cuando regresa ve que hay un capítulo de la telenovela y luego un videoclip de Jon Secada (los algoritmos de la red son una vez más insondables). Y se pone todo perdido de canción melódica latina, de triángulos amorosos y pasiones exacerbadas. Da igual. Yo también habité allí, vi todo aquello en su momento, de niño, en un ritual familiar, como acontecimiento doméstico, sin filtros ni cribas ni visiones analíticas, y ahora tengo una opinión neutra.

Lo peor, eso sí, es el sustrato de esta recomendación, una huida hacia adelante, un daño colateral que me lleva a traer aquí a Onda Vaselina, pero a estas alturas de la película échennos un galgo. Ya andamos curados de espanto ante cualquier cosa que venga del Cono Sur. Se cumplen 20 años de esto y ya lo sé, ya lo sé que no hacía falta el homenaje, pero ahí lo tienen.

Tres canciones, 279. La elección de Raúl

ONDA VASELINA – AGUJETAS DE COLOR DE ROSA