Nacho Vegas, Abraham Boba y Fernando Alfaro juntos sobre un escenario es, de entrada, una buena idea. Eso mismo pensaron las chicas de MusaComunica, organizadoras del ciclo En Persona, que tuvo su sesión inaugural en la sala Luz de Gas la semana pasada. Hasta allí se desplazó una delegación de La Inercia, en una peregrinación más, dispuestos a cazar algo de buena música y a soportar las preguntas de un público impertinente. Valientes.

BOBA POR NAVARRO

Sale Boba, las luces de un sobrio y más que funcional escenario le acogen, y el piano abre la veda. ‘Hagamos algo antes de morir’, vestida también con el violín de Sara Fontán (Manos de Topo), establece el tono y conquista al público. Sigue una inédita, un acertado recuento de «cosas que duelen», que insiste en el Boba emocional (¿quién le acusaba de frío?) y promete algo en lo que no habíamos pensado: un tercer disco al caer.

Ocupando ahora el centro de la escena, con Sara al lado, el viguense se toca un ‘Frío’ que amplifica su de por sí herido lamento gracias a las cuerdas de Fontán. Desde arriba, esquinados y de pie, Raúl y yo nos sobrecogemos. Ahora mismo coronaríamos la velada con los más floridos agasajos, y aún está por venir ‘La educación’, epifanía absoluta. El acto, sin pegas, es perfecto.

Y se acabó. Fin. Boba se queda al piano, Vegas toma el relevo y abre su repertorio, ahora sobre aviso: serán cuatro temas por cabeza. De una primera tanda, espero; pero no: ahí va a quedar todo. Cuatro, cuatro, cuatro, una eterna sesión de preguntas que aportan poco, una versión de ‘The Night Before’ de Lee Hazlewood en la que participan los tres implicados, más preguntas, más desesperación, una ‘Miss Carrusel’ algo cansada y para casa, que la discoteca abre.

David Cobas (persona tras el personaje) puede alardear de presentar el conjunto más sólido de la noche. Vegas se detiene en juguetes (el divertimento del que tiene muchas tablas), y hasta versiona a Manel. Me molesta: un cuarto de su repertorio se desperdicia en un grupo que considero sobrevalorado. Muestra dos avances de su próxima ‘Reavivación de las hostilidades’, magníficas, aguijoneantes, pero sabe a poco. Somos vegasianos, y el de Gijón era nuestro plato fuerte. Descubro algo más a Alfaro, que mi co-inercio Raúl defiende, pero me parece vacío; intuyo atmósferas que el acústico ha matado. Son melodías poco claras para salir a escena sin ruido que las levante. Sólo me convence ‘Extintor de infiernos’.

Y en el turno de preguntas, entre tanta estupidez, insultos (un tipo llamó «facha» e «hijo de puta» a Vegas) y absurdos, encuentro un dato de interés: Vegas y Boba contemplan llegar a un disco conjunto, una colaboración con la que hemos especulado y fantaseado decenas de veces. El gallego fuma y bebe, repantingando contra el sofá, y yo me consuelo pensando que al menos ya he visto en vivo al que muchos descubrimos como pianista del ‘Manifiesto desastre’ y de quien yo, confieso, creé una página de fans en Facebook.


VEGAS POR CANOVACA

Obligar a Nacho Vegas a responder a unos fans repelentes no pega ni con cola. Ya no por la cantidad de preguntas propias de ‘mentes intelectuales superiores’ que puedes escuchar, sino por la escasa capacidad del músico asturiano para articular un discurso coherente. Toda la crudeza, profundidad y belleza que desprende su voz o sus manos a la hora cantar un verso o tocar la guitarra parece perderse por el retrete de una lengua demasiado acostumbrada a la mala vida.

Quizá lo único destacable de todo este debate insulso fue la afirmación que, ante todo, Vegas concibe la música “como una especie de terrorismo lúdico” y que su whisky favorito es el Johnie Walker etiqueta verde. Sin embargo, este destello de genialidad, propio de cualquier letra de canción vegasiana de más de seis minutos, no puede justificar el elevado precio que pagamos por el experimento-concierto.

Salimos con la sensación que todo había resultado caótico y que los tres habían desaprovechado una oportunidad de oro para trazar un espectáculo sólido y emocionante. Que Vegas salga a un escenario para versionar a Manel, el grupo catalán más de moda durante los últimos tiempos, dándole un escaso margen para aludir a su tan querida discografía, me parece una equivocación brutal, digna de delito policial.

Pero bueno, seamos relativamente positivos. Ver y escuchar al músico asturiano siempre depara alguna sorpresa, en este caso, en forma de dos nuevas canciones de su próximo trabajo. Sublimes y esperanzadoras. Veo a Vegas aguerrido a la guitarra de cantautor y me recuerda a ciertas canciones de ‘Desaparezca aquí’, especialmente a ese poema de amor a las goteras de sangre de la morada de ‘Ocho y medio’.  Cierro los ojos y disfruto de ‘Miss Carrusel’, pero al poco los vuelvo a abrir para desgañitarme ante tanto imbécil musical.

ALFARO POR COSANO

Mayo de 2010, 21 años después del disco ‘La luz en tus entrañas’, y él es sólo un músico. Casi aislado, sin más discurso, ni álbum bajo el brazo ni gira en ciernes: sólo con el esqueleto de unas pocas canciones, que pasarán por el estudio en un breve e indeterminado tiempo. Se acaba de recuperar de una fractura en el brazo, así que debe limitarse a tocar acordes facilitos para no forzar mucho. Pueden ser acordes menores, que como dijo Nacho Vegas en el coloquio insufrible parecen ser mejores, al menos para componer en el terreno pantanoso de algo parecido a la tristeza.

Fernando Alfaro, con cuerpo de letra reducido, figura en el cartel de Luz de Gas como artista invitado (¿no era este raro tinglado algo compartido por los tres a partes iguales?). Al menos, el albaceteño acaba teniendo el mismo protagonismo que Boba y el señor G. Sus canciones, habitualmente barrocas, con multitud de arreglos y alguna programación, no terminan de aguantarse en un formato tan mínimo.

Empieza guiñando al respetable (no tanto en este caso) más entrado en años, con ‘La oración del desierto’, artillería pesada made in Surfin’ Bichos (Vegas apuntando como puede con la eléctrica) y luego presenta nuevos temas. Me fascinó ‘Extintor de infiernos’, una larga maravilla llena de ironía, humor negrísimo y dramatismo que comienza con un tío alojado en un coche fúnebre que, oh sorpresa, no va al aeropuerto.

Le mete mano a ‘Camisa hawaiana de fuerza’, más ligera e insulsa, hasta que después interpreta, ya con Boba y su cabello faraónico al acordeón, una versión de la luminosa ‘Magic’ (de la época Chucho) que se me antoja coja (desquiciante manía la de despojar a las canciones de la instrumentación en pos de hallar la esencia; nota para los grupos de pop-rock con una trayectoria de más de cuatro álbumes: el disco en acústico y con la orquesta no son imprescindibles, al menos según criterios artísticos).

El caso es que Alfaro, desubicado en el teatrillo esperpéntico de las preguntas, no estuvo cómodo, aunque creo que se supo siempre arropado por Boba y Vegas, casi como si la ONG del indie cobijara a los abuelillos (Nacho bromeó varias veces con la edad de Alfaro) que andan perdidos y chocheantes. Pero no. Alfaro es sólo un músico, sí, con un pasado enjundioso, también, y un presente estupendo. Su último disco, ‘Carnevisión’, grabado con ‘Los alieniestas’, es magnífico. Y a mí, este encuentro triple y extraño me ha abierto el apetito de sus canciones.