Hay puente, las calles se llenan de castañas y calabazas (bendita fiesta «importada» que sigue ganando adeptos y es tan pagana y foránea como la Navidad), cerca de Barcelona cientos de frikis orgullosos, de los que darían un brazo por vivir dentro del último anime de moda, se reúnen en el Salón del Manga y, por encima de todo, nos cambian la hora. Esto es un fin de semana completo, sí, pero lo más importante sigue siendo que La Inercia les trae tres canciones nuevas para su disfrute.

La elección de Raúl

JAIME URRUTIA – ¡QUÉ BARBARIDAD!

Canción feliz para levantarse y abrir la ventana; o desayunar en bata leyendo el periódico como un marqués, mientras se pasan las páginas asintiendo con la cabeza (en realidad, mientras todo se va desmoronando). A veces nos excedemos con nuestro natural apego a los temas melancólicos, nostálgicos y turbulentos. Nos ponemos sublimes, hablamos de poetas malditos, bla, bla, bla. Esta vez no, porque el viejo Urrutia se pone ingenuo y optimista para debutar en solitario.

Fuera monsergas y ombliguismos. Míster Urrutia teje una especie de telediario luminoso y vacío (en el vídeo, Antonio Resines es el presentador con barba ‘guadianesca’) y habla de espectáculos sin igual y mundos por descubrir. Es una canción animosa, vitalista, pegadiza e irónica: el mar está sucio, tú no me quieres, vaya borrachera, ¡cómo está el patio!, pero, al final, ese antídoto, sólo ese vacuo grito de guerra ni bueno ni malo, como de dos abueletes comentando que qué le pasa a Cristiano Ronaldo que no marca, que qué bonito está Móstoles o que cuánto poder tiene Rubalcaba: ¡Qué barbaridad!.

La canción, la primera del notable disco ‘Patente de corso’ (Urrutia aún no ha recuperado el nivel), se convierte en una fiesta con aires de villancico y donde todo es superficial, frugal, relativo, desprejuiciado, ingenuamente disfrutable. Abracemos lo banal en un coito sencillo e inocente, sin metáforas, sólo exclamando la alegría a los cuatro vientos, no sin cierto puntito de resignación. No tengo resaca, y uno no sabe entonces si reír o llorar. Algo de nihilismo también hay.

La elección de V the Wanderer

FLIGHT OF THE CONCHORDS – I’M NOT CRYING

Orgullo y dignidad masculina ante todo, aunque me estés dejando y seas una de las tres mujeres más guapas de la calle (dependiendo de qué calle). No estoy llorando, y si lo estoy, será por otras mil cosas que no tienen nada que ver contigo, que motivos no me faltan.

Flight of the Conchords (o Bret McKenzie y Jemaine Clement, o Rhymenocerous y Hiphoppotamus) son tipos duros, unos auténticos mutha’uckas, pero también tienen sentimientos que se pueden herir. Aquí le cantan al desamor a través de la épica que siempre rodea al tema, pero subrayando algo tan pedestre como la imposibilidad de contener esas lágrimas infantiles cuando nos han abandonado en la cuneta.

Con un conocimiento absoluto de los géneros y sus tics, unas letras cargadas de hiperlógica («¿qué es un hombre? ¿Soy yo un hombre? Tecnicamente, sí»), ingenuidad, poses mal copiadas y metáforas entre lo absurdo y lo fuera de lugar («eres tan hermosa como un árbol o una prostituta de lujo»), los Conchord se embuten en sus personajes de eternos perdedores una vez más para recordarnos que los chicos no lloran. Y si lo hacen, es porque han estado cortando cebolla.

La elección de Withor

DEVENDRA BANHART – THIS BEARD IS FOR SIOBHAN

Me encanta encontrarme con canciones como esta. Llegan de improvisto, sin avisar. No llaman a la puerta y cuando te das cuenta ya están instaladas en tu casa, y sabes que las va acoger todo el tiempo que sea necesario. No te importa, estás a gusto. De una manera rápida, casi imperceptible, pasan a formar parte de tu vida sin que ni siquiera seas consciente de ello.

No sé quien es Devendra Banhart, ni el motivo por el cual tiene un nombre tan complicado. Si que sé que sabe tocar la guitarra de aquella manera que parece tan simple pero de bien seguro no lo es. Ese ritmo contagioso, en el buen sentido de la palabra, esa mezcla de tristeza y alegría que tan agradable es de escuchar cuando estás en el sofá con la manta hasta el cuello. Y también sé que tiene esa voz limitada, y tan bien que le sienta, y que con estos dos instrumentos se basta para crear bellas melodías, canciones que te acompañan en los buenos y malos momentos, y no sabrías en que circunstancias te entra mejor.

Me encanta, pues, descubrir canciones como esta. Canciones improbables, que el destino, por casualidad, te ha llevado a conocerla, aunque no estaba previsto. Soy consciente. Por eso, la paladeo y disfruto, sabiendo que estás cosas no pasan todos los días.