No hay saetas, tambores ni marchas fúnebres en esta Semana Santa, no en La Inercia. Nuestra procesión ni siquiera va por dentro, así que nos tomamos este San Viernes como siempre: con tres recomendaciones más para sus listas.

La elección de Raúl

THE STROKES – REPTILIA

Nueva York, juventud, desparpajo y un primer disco revelador e histórico, de esos en que se alinean los planetas, das en el clavo, flipa el público, te alaba la crítica (durante la próxima década), se te va la olla y te vuelves gilipollas si te proclaman icono de una generación fugaz. Eres indie pero también te ponen en la MTV; eres un modernillo con tejana, ‘look’ resacoso y gafas de sol, a lo The Verve; luego algún escándalo, agosto en el FIB y acabas de erigirte en salvador del rock con ese toque ‘revival’ y el aire tóxico a garito subterráneo de Manhattan.

Son sólo algunos de los ingredientes de The Strokes, aquí paladeados en un enérgico y furioso single de su segundo disco que te enciende y te activa con ese masivo rock de guitarras melódico y coreable. Este pildorazo tan fresco tiene el punto exacto entre el desorden, el rugido y la elegancia de esos punteos, con la voz desbocada por momentos, las guitarras un poco surferas y el bajo, agradecido porque por una vez el rock le saca del ostracismo.

Y el sello ‘stroke’, esa marca reconocible a posteriori en otras bandas, se gesta en buena medida por esta canción, rock insuflado a los pies. No pasaría nada si se empezaran a mover.

La elección de Withor

THOM YORKE – HEARING DAMAGE

Ruido no es sólo el título de una de las canciones de Sabina que menos me gustan. También es, según la RAE, un sonido inarticulado, por lo general desagradable. A veces, sin embargo, puede que el ruido no sea tan desagradable como la RAE sugiere.

Algunas canciones, suenan a ruido. Otras, no lo hacen pero lo parecen. Otras lo buscan premeditamente y lo consiguen. El ruido y la música, a veces, van de la mano y conviven, nunca mejor dicho, en armonía. Aunque no todo el mundo tendrá la misma opinión.

Esta canción es un buen ejemplo. Algunos le llamarán ruido. Otros electrónica. Muchos, trip-hop. Yo, amigos, no sé exactamente como definirla, pero seguro que ruido es una de las primeras palabras que se me viene a la cabeza. Algunas preguntas asaltan mi cabeza escuchando esta canción. Búsquemos las respuestas.

1) ¿Cual es la línea que separa el ruido de la música?

2) ¿Puede el ruido contradecir a la RAE y ser agradable?

3) ¿Algún día entenderé por qué me gusta tanto esta canción?

4) ¿Por qué la olvido tan rápidamente, pero cuando la vuelvo a escuchar una vez, ya no puedo parar?

5) Sin duda la pregunta más importante. Descubrí esta canción viendo la película Crepúsculo. ¿Me estaré volviendo maricón?

La elección de V the Wanderer

YOSHITAKA AZUMA – FLIGHT!

Nos subimos a lomos de un majestuoso dragón acorazado, sobrevolando unos paisajes influenciadísimos por el genial dibujante francés Moebius. Es el año 1995: la realidad virtual, los polígonos, el futuro, están a punto de explotarnos en la cara, o eso sentimos. La recién nacida Sega Saturn tiene sus días contados, pero nadie lo sabe. Tomamos el control: subidos a lomos de un majestuoso dragón, un mundo lejano, místico, nos cautiva por primera vez.

‘Panzer Dragoon’ es una de las maravillas ocultas de la historia de los videojuegos. Tres entregas para Saturn, una para Xbox, luego silencio y el pequeño trono de la memoria de los jugadores más dados al culto. Y la clave está en ese primer segundo, en que el título ‘Episode 1’ funde a la imagen de un dragón alzándose sobre un mar sembrado de ruinas.

La música para videojuegos ha de expandir y guiar nuestras acciones, y no se me ocurre mejor ejemplo que este ‘Flight!’. Yoshitaka Azuma, músico electrónico con seis trabajos a sus espaldas desde 1981, creó estos paisajes sonoros, orografías imposibles que se nos abrían a vuelo de dragón.

Vigoroso, evocador, poderosamente libre, este corte resume todas las promesas que se nos lanzaban en ese (hiper)optimista momento de cambio. Lo que los videojuegos, como medio, llegarían a ser. Esos otros mundos, esa energía, ese derroche de imaginación que alimentaba y expandía la nuestra propia. Lo que los videojuegos, defendemos muchos, son.