¿Qué alumbrado llevará encendido una motocicleta durante el día? ¿Puede realizar un cambio de sentido en un lugar donde esté prohibido adelantar? ¿Dónde está permitido que viaje un niño que no alcance los 135 centímetros de estatura? ¿Está permitida la circulación de animales por una carretera convencional? Si ha obtenido una mayoría de respuestas A, es usted apto para escuchar estas tres bellísimas canciones.

La elección de Raúl

SUZANNE VEGA – LUKA

Me acuesto muy muy tarde, casi siempre más allá de las dos de la mañana, y en ese exceso, hallo gustico en dejar que me venza el sueño, que me tumbe Morfeíto, que me sumerja en mi arremolinamiento cansado en el sofá. En esa duermevela culpable, donde corre uno el peligro de quedarse traspuesto toda la noche, como un marido exiliado de la cama, pasan cosas. Sucede, por ejemplo, que a uno le llegan inputs, mensajes, generalmente de la tele que ahí anda encendida. Y, en esas, si me pasa hoy en día, recuerdo en la activación de los resortes del pasado, que en la adolescencia, cuando el trasnoche doméstico era más desafío que inconsciencia, aparecía el anuncio de un recopilatorio. Las cadenas habían bajado la guardia, sudaba el share y la madrugada (ni porno había) era una infame coctelera de spots de perfil bajísimo.

Ni siquiera he sabido encontrar ahora el nombre de aquel álbum de grandes éxitos que me vendía la teletienda. No sé por qué se me quedó este estribillo y no otro. Dormía yo, y si despertaba y escuchaba el aire pastel de ‘Luka’ de Suzanne Vega saliendo de la pantalla sabía que era tarde, que me habían dado más de las 1.45 horas (ya ves tú, la tonta barrera psicológica que me apliqué yo mismo); ráfagas, pedacitos de canciones, voz en off rancia y, en mitad de eso, como una rutina cada noche, esta melodía pop de finales de los 80 y su correspondiente vídeo.

¿Qué dirán Al y Laura Ries sobre semejante demostración de eficacia publicista ante un ‘target’ somnoliento como yo?. ¿Y Lluís Bassat? ¿Y Toni Segarra?. Cuando crecí no corrí a comprar los tres o cuatro discos de aquel anuncio (y vendrían, yo que sé, tres o cuatro más de regalo, y unas toallas, y una batamanta, y hasta un ‘jes extender’). El único efecto sería alojarme el tema de marras en algún rinconcillo, sin hallazgos épicos ni traumas, a fuerza del goteo diario y nocturno. No eran los Lunnis, claro, pero yo escuchaba ‘Luka’ y me iba a la cama a las tantas hecho polvo, arrastrándome, sintiendo ese ‘pajarón’ anestesiante del final del día, esa derrota física que es también un raro placer.

 La elección de V

GORILLAZ – ON MELANCHOLY HILL

Tengo clarísimo cómo es el universo ficticio de Gorillaz, qué aconteceres forman parte de su día a día, cómo es echarse un rato en esa ciudad en las nubes o en la isla de plástico. Me imagino de una forma nitidísima las movidas entre sus cuatro integrantes, los jaleos para matar el rato y hasta, si me apuran, su geografía emocional. Lo veo todo en mi mente, y eso que Gorillaz nunca me lo han contado. Gorillaz es un universo narrativo sin (apenas) narrativa, y es mejor por ello.

Ahora que el espectador medio anda loco con eso del «universe building», con saberse linajes, filiaciones y mapas, yo vuelvo a reivindicar la simplicidad como cimiento del mundo posible. Que tampoco es que haya que elegir, pero vaya, necesita subrayarse: esta banda animada no depende de gramáticas y sintaxis inventadas, de historias enciclopédicas y de cronologías vitales para sugerir toda una dimensión paralela, acaso marcada más por lo tonal que por el detalle.

Damon Albarn y Jamie Hewlett (creadores de nombradía que juegan sin conseguirlo al anonimato) montaron su propio patio de juego y dejaron el mundo (los mundos) al otro lado. A veces lamento que no haya película, serie, cómic o videojuego de Gorillaz, pero luego comprendo que no harían su universo más grande; al contrario, restarían volumen a lo que estos pájaros han construido con un puñado de temazos, ilustraciones y videoclips (como cuando Sonic se puso a hablar y se mudó a la ciudad). Con el material existente me basta y me sobra para querer mudarme al planeta de estos cuatro cafres.

La elección de Withor

DANIEL JOHNSTON – HELD THE HAND

No descubro nada si digo que Daniel Johnston sufre de graves trastornos mentales o, hablando en plata, que está como una puta cabra. Hagamos un breve repaso a su currículum. Volando en una avioneta con su padre, de repente se dio cuenta de que su progenitor en realidad era el diablo. Quitó las llaves del motor y las tiró por los aires. El padre, que era un experto piloto, consiguió aterrizar planeando y no pasó nada. Sigamos. Se negó a firmar un contrato con una discográfica porque estaba firmemente convencido de que los miembros de Metallica (que militaban en ese sello) vivían bajo el influjo de Satanás y lo querían matar.

Como os imagináis, hay muchas más de este estilo. Pero las mejores son las que suceden encima del escenario. Durante una época especialmente delicada, sus conciertos duraban entre 10 y 15 minutos. A veces, daba un concierto normal. Otras, cantaba un par de canciones. En algunos, se quedaba en silencio mirando al infinito y de repente se iba. Las entradas, eso sí, siempre costaban lo mismo, siendo lo más parecido a una lotería. Más. Es habitual que entre canción y canción dedique larguísimos monólogos cristianos atacando (otra vez) a Satanás.  Y la mejor de todas. La compañía Atlantic Records le despidió porque en mita de un concierto gritó “¡Vamos todos a morir!” y se largó del escenario corriendo.

Será por estas locuras, porque es difícil no pillarle cariño por compasión o porque, realmente, Daniel Johnston tiene un talento innato para las buenas melodías. Pero de tanto en tanto me enchufo alguno de sus discos maqueteros y me sale la sonrisilla mientras lo imagino corriendo, con sus 120 quilos de peso, proclamando a los cuatro vientos que we are gonna die.