Acercarse a la obra poética de Philip Whalen (1923-2002) es penetrar en uno de los poetas experimentales más inclasificables de la poesía norteamericana de siglo XX. El hecho de formar parte de la unión entre la Generación Beat y el Renacimiento poético de San Francisco en el que también figuran poetas como Gary Snyder, Lew Welch, Michael McClure, Robert Duncan o Lawrence Ferlinguetti lo sitúa en el epicentro de una gran revolución cultural, política y espiritual acaecida a mediados del siglo pasado. Y aún considerando su pertenencia histórica a los Beat, la obra de Whalen presenta sus propias peculiaridades. En estrecho diálogo con la poesía de Welch y la obra de Snyder, entronca con diversas tradiciones de la poesía norteamericana y escapa a cualquier punto referencial de lo comúnmente entendido como “Beat”. Su escritura bebe directamente de la fuente de los poetas modernistas norteamericanos Ezra Pound y Gertrude Stein, así como de los poetas del Black Mountain College Robert Creeley y Charles Olson. Whalen se convierte, así, en un puente entre esa tradición experimental precedente y los posteriores LANGUAGE Poets, escritores que no dudan en romper con la lógica del lenguaje para generar una aparente falta de sentido que se traduce en una recuperación del sentido que va más allá de toda lógica.

Título: Cualquier día (selección de poemas)

Autor: Philip Whalen (selección, traducción y prólogo de Andrés Fisher, Benito del Pliego y Marcos Canteli)

Editorial: Varasek ediciones, 157 pp.

ISBN: 978-84-943353-6-5

Dicho esto, si bien resulta extremadamente difícil definir o encasillar la poesía de Philip Whalen, algo se puede articular desde la experiencia de recibirla. Presentarse ante sus poemas no supone un reto en el sentido de que no nos topamos con un lenguaje elitista y hermético que excede una comprensión inmediata, sino que más bien nos situamos ante el reto formal de formular la sabiduría cotidiana a través de fragmentaciones, yuxtaposiciones y rupturas que, del mismo modo que descolocan la mente del lector, también le permiten encontrarse de nuevo en el poema. Los textos de Whalen semejan en cierto modo, cada uno de ellos, un koan zen en cuanto a que permiten al lector perderse para de nuevo encontrarse a través del profundo acertijo que despiertan el poema y su sabiduría subyacente, como reza el famoso “sonido de una sola mano aplaudiendo”. Igual que en estos breves acertijos zen, en la poesía de Whalen el lector queda totalmente perplejo ante el aparente sinsentido que gana fuerza en lo que las enseñanzas budistas consideran el propósito último del arte: despertar al espectador/lector. El constante componente sorpresa de cada movimiento del texto, cada cambio, cada giro, cada caída de la expectativa arroja al lector al agradable pero desconcertante abismo de perderse para despertar y, desde la atención, percibir el atisbo momentáneo de una comprensión más profunda. Y ahí es donde Whalen cumple y rebasa con creces la función poética de usar el verso para nombrar aquello que está más allá de la palabra y que, a través de la poesía, se puede llegar a percibir no desde el intelecto racional, sino desde la experiencia poética del texto, del mundo y de la realidad.


El hecho de que Whalen fuera “abad” del Centro Zen de San Francisco es ciertamente relevante y proporciona información valiosa acerca de la comprensión de su obra, pero a su vez podría tratarse de un dato totalmente prescindible. Así como su poesía puede entenderse desde la perspectiva del zen y desde el funcionamiento natural, caótico y errático de la mente humana que se halla bajo el engaño dualista, también podría mirarse desde la óptica de la pura experimentación poética. Pero el hecho de que Snyder lo considere el más elevado de los poetas del Dharma no es casual: la experimentación de Whalen es alegre pero no trivial, y detrás de cada uno de sus versos el lector vislumbra una fuente de sabiduría que abraza lo cotidiano y que a la vez lo trasciende, como cuando escribe: “Lo que vemos del mundo es la invención/ De la mente y la mente/ Aunque manchada por él al hacerse/ Ríos, sol, bosta de mula, moscas-/ Puede cambiar instantáneamente/ Un pájaro sucio en un tiempo preciso”.
Lo más maravilloso de Whalen es que alcanza tales cotas profundas haciendo uso de un lenguaje común y de la calle. A través de dedicatorias nos deja las pistas de los diálogos que establece con la poesía de Creeley, Olson, Welch, Snyder, William Carlos Williams o incluso John Cage, expertos en el arte de lo elevado a través de un lenguaje poético carente de florituras rimbombantes pero sí cercano (sobre todo en el caso de Cage) a un campo radicalmente experimental. También Kenneth Rexroth, que había auspiciado el famoso encuentro de la Six Gallery entre los poetas Beat de la Costa Este y los de la Costa Oeste, trataba de devolver a la poesía un lenguaje común y más cercano a los mortales que no frecuentan las torres de marfil de la vieja literatura. Pero así como algunos Beat como Kerouac trataron de imitar en ocasiones la lengua vernácula afroamericana (a veces con resultados que oscilaban entre lo artificial y lo ridículo), en el lenguaje de Whalen no hay apropiación ni máscaras, no hay apariencia ni falsedad. Su poesía aparece despojada, inteligente y honesta, más allá de cualquier etiqueta y más allá incluso de la poesía misma, siendo muy claro en ese aspecto: “quiero ser un mundo, no solo otro/ poetastro americano/ soy un universo/ etc.”
Eso es precisamente con lo que nos topamos en su obra: mundos y universos enteros contenidos en la brevedad de cada texto. Grandes cosmos de lo diminuto y lo cotidiano. Sabiduría antigua y de nuestro tiempo en la accesibilidad de la palabra colectiva. Conseguir algo así requiere no sólo de maestría y sabiduría, sino de todo un recorrido vital en la poesía, una apuesta, un voto de pobreza de todo por el todo, una conciencia radical del ser y el hacer poético. Y así es como Whalen nos abre sus interrogantes para que nosotros hallemos la respuesta, teniendo que cuenta que “[n]o hay respuesta precisa porque la pregunta/ No tiene nada de pregunta, es la presencia/ O la ausencia de luz/ entre esos árboles”. Rebuscando entre sus versos y sus espacios, sin duda alguna, algo brillante habremos de encontrar.