En Night in the Woods, Mae Borowski, una gata antropomórfica un tanto rebelde, acaba de dejar la universidad y regresa a Possum Springs, su pueblo natal. En busca de la confortabilidad de su nido, Mae se encuentra con un escenario que poco tiene que ver con el que dejó atrás hace unos años. Ella misma ha crecido –lo que le permite ver aquello en lo que su versión más adolescente quizás no reparaba–, pero no es sólo eso. Se palpa inseguridad y desesperación entre los vecinos; buena parte del pequeño comercio ha desaparecido; su pizzería favorita acaba de cerrar, y sus amigos de la infancia se han visto obligados a hacerse adultos para sobrevivir en un lugar sin futuro. Possum Springs es un pueblo en decadencia. En palabras de la madre de Mae, “it’s a whole new world”.
Si bien por el camino aparecen algunos minijuegos entretenidos, Night in the Woods va de paseos –ya sea por las calles o por los tejados– y de diálogo. En una aventura de unas 10 horas, Mae se levanta cada mañana y, desde ese momento hasta que se vuelve a acostar, es el jugador quien decide adónde va, qué observa y escucha y, especialmente, con quién entabla conversación nuestra protagonista. Y aunque Night in the Woods esconde también un turbio misterio que empuja la historia –un McGuffin–, su alma se encuentra en los pequeños detalles de la vida cotidiana: cenas de Mae con sus amigos, garabatos en su cuaderno, conversaciones matutinas con su madre, encuentros con vecinos poetas y astrónomos, fiestas nocturnas en el bosque, ensayos torpes con su grupo de música…
Los personajes de este videojuego son animales antropomórficos con preocupaciones y taras profundamente humanas, y no tardé demasiado en sentir un fuerte cariño hacia ellos. Mae, sus padres y sus amigos están todos tocados por la vida en un sentido u otro, por lo que empatizar e incluso identificarse con ellos es casi inmediato. Todo ello se transmite a través de unas conversaciones extraordinariamente bien cuidadas, plagadas de emoción, sarcasmo y jerga adolescente. Entre palabra y palabra se van desvelando pinceladas de los problemas de Mae (¿Por qué ha dejado la universidad? ¿Por qué sus vecinos desconfían de ella?), a la vez que el jugador empieza a sentir la angustia existencial de los habitantes de Possum Springs y a interiorizar la crítica social que subyace al juego. Possum Springs, un antiguo pueblo minero abandonado por la actual clase política y económica, tiene tanto carácter como sus personajes.
En pocas palabras, Night in the Woods logra reflejar, con genuinidad y lejos de estereotipos, los miedos y los retos a los que se enfrenta mi generación, pero además da otro paso y los conecta con un contexto aún más complejo: los conflictos de la clase trabajadora rural de Estados Unidos. Cabe apuntar que es una historia que florece entre luces y sombras, pesadillas tan inquietantes como visualmente bonitas y una banda sonora que te envuelve. Night in the Woods es un juego de atmósfera. Pese a que la mayor parte del videojuego consiste en leer diálogos, su peso está sobre todo en el subtexto: las respuestas que se evitan, lo que se insinúa y las heridas que se tapan con bromas o gamberradas. Night in the Woods es un coming-of-age de una aparente ligereza, pero sin miedo a las profundidades.