Esto se publicó el 10 de mayo de 2021 en el Diari de Tarragona. Desde entonces, la invasión rusa de Ucrania ha hecho necesarios nuevos matices sobre el pacifismo, que ya apunté en su momento, pero creo que lo dicho aquí sigue valiendo para sociedades democráticas en tiempos de paz. Lo recupero ahora porque hoy, 11 de noviembre de 2022, Kurt Vonnegut hubiera cumplido 100 años, y no tengo, por desgracia, mejor manera de celebrarlo.

1. No sabía cuánto echaba de menos Matadero cinco hasta que ha vuelto a estar de actualidad. Lo está por causa doble: Blackie Books la reedita en una nueva traducción más fiel y Ryan North y Albert Monteys la han adaptado al cómic. Bueno, no. Esas son las excusas para recuperarla, pero la novela está de actualidad por lo mismo que en 1969: porque es urgente. Nunca ha dejado de hablarnos. Con ella, Kurt Vonnegut escribió un imprescindible antibelicista y, más aún, abiertamente pacifista, con una mirada sobre la vida compasiva, imaginativa, estoica, llena de humor. “Los veteranos más agradables”, dice en un momento del libro, “los más amables y divertidos, los que más odiaban la guerra, eran los que realmente habían luchado”. Y Vonnegut había luchado.

2. En The Glorious Art of Peace, el periodista John Gittings reexamina la Historia: si muchas veces esta se escribe desde la perspectiva de la guerra, él quería abordarla desde la perspectiva de la paz. Gittings destaca un pasaje de La Ilíada: tras la muerte de Patroclo, Aquiles prepara una armadura nueva para volver a la batalla; en su escudo, en lugar de imágenes terroríficas con las que asustar al enemigo, como era costumbre, se hace pintar estampas que celebran la vida y la paz: jóvenes bailando, labriegos trabajando en la cosecha, un consejo que resuelve pacíficamente una disputa.

3. La Ilíada nos muestra la oportunidad perdida de la paz, cómo las aspiración a esta no desaparece nunca del todo. Matadero Cinco anima a desconfiar de la violencia, una (falsa) solución fácil a problemas difíciles, a no regodearse en la ira incluso cuando la masacre es inevitable. Ni Homero ni Vonnegut fueron autores utópicos y quizá por ello el escudo de Aquiles y la “cruzada de los niños” de Vonnegut nos sirvan tan bien como iconos de un pacifismo maduro.

4. No sé cuánto hace que no oigo a alguien definirse como “pacifista”. El pacifismo no vende, no anima tertulias, y eso que, como nos recuerda el profesor en Relaciones Internacionales Oliver Richmond, la paz es el estado natural de las sociedades humanas. Es el objetivo al que todos, en la práctica, aspiramos. Y hablamos de paz de verdad: Richmond distingue la “paz negativa” que impone el vencedor de la “paz positiva” que surge de la negociación y permite la convivencia. Duane Cady, antiguo presidente de Concerned Philosophers for Peace, explica que el pacifismo no es pasivismo y que la paz no es simplemente la ausencia de guerra y violencia, sino “la presencia de un orden social armonioso y cooperativo”. Cosas que suenan cursis, pero que necesitan un trabajo más duro que cualquier enfrentamiento.

5. Sí oigo, sin embargo, a mucha gente levantar cada vez más la voz, casi siempre disculpándose argumentando que el mundo les está haciendo así, que “los otros” les están forzando a ser así.  “Me he radicalizado”, me decía hace poco un conocido por lo demás sosegado y amable. “Pero los otros también”, me recrimina una amiga cuando le comparto mensajes de políticos supremacistas, como si señalar un odio fuera alinearse con otro. Como si el choque fuera la única opción.

6. ¿De verdad hay gente que cree que el mundo es ahora más violento? Los datos muestran un descenso prolongado en crímenes violentos desde hace décadas, una constante pacificación de las costumbres, pero muchos se asoman a la ventana y ven el desierto salvaje de Mad Max. ¿Quién alimenta ese miedo y quién se beneficia de él?

7. Es una pregunta retórica, claro. A estas horas ya tenemos claro qué medios viven de nuestro estrés, qué políticos (y no, no son todos iguales) son profesionales de la bronca, cuáles son los terrores favoritos de cada cual. Nuestra libertad, nuestra lengua, nuestro hogar, nuestra familia están en riesgo, dicen. Los pirómanos inventan amenazas contra todo lo que nos importa hasta que ya no nos planteamos si son ciertas o no, sino si estamos haciendo lo suficiente por defendernos. ¿Cómo no va a parecer un pacifista idiota (o peor, ¡buenista!) en un contexto así?

8. Carlo Rovelli, astrofísico italiano que es además un humanista admirable, escribe que leyó el Mein Kampf esperando un discurso de poder y le sorprendió encontrarse otra cosa: miedo. “Aquellos que se sienten débiles están aterrorizados”, concluye Rovelli, “desconfían de los demás”. Los totalitarismos surgen del miedo.

9. La filósofa Judith Shklar, autora de El liberalismo del miedo, afirma que el mayor mal que existe es la crueldad, y cuando habla de “poner la crueldad primero” se refiere a impedir los abusos de poder de aquellos que lo detentan. Un buen mensaje para aquellos que pretenden acceder a gobiernos metiendo miedo.

10. El pacifismo no tiene épica. A Vonnegut le preocupaba que Matadero Cinco se llevara al cine porque sabía que la violencia es, en su superficie, fascinante. Por ello, en su novela se asegura de recordarnos que las guerras las libran niños asustados. “Conozco un hombre que hizo una película antibelicista, una buena”, dice el personaje de Peter O’Toole en El especialista, “cuando la pasaron en su pueblo, el reclutamiento en el ejército subió un seiscientos por cien”. En Sobre la decadencia, Sakaguchi Ango reconoce que salía a las calles durante los bombardeos americanos en Tokio, hipnotizado por el espectáculo. No se puede ser pacifista sin reconocer que a todos nos apetece de vez en cuando ver el mundo arder.

11. Nosotros, que no vivimos en la guerra de Troya ni en la Segunda Guerra Mundial, sino en democracias avanzadas, haríamos bien en recordar el escudo de Aquiles y la defensa de la paz de Vonnegut. Nos urge devolver el protagonismo al pacifismo, no cantando “Imagine” como bobos sino buscando una paz positiva desde la que comportarnos como lo que somos: animales políticos, seres que viven en sociedad, con todas las dificultades que eso implica. Es posible ignorar a los mercaderes de la crueldad, la ira y el miedo, o deberíamos hacer que lo fuera. Como dice el protagonista de otra novela de Vonnegut, Pájaro de celda: “Todavía creo que la paz, la abundancia y la felicidad se pueden lograr de algún modo. Soy un necio.”