Ignatius Farray es, sin duda, uno de los mejores cómicos de este país. Esto es así, y que el dios de la comedia fustigue con sus muchos tentáculos a cualquiera que ose discutirlo. Y claro, lo que hizo el 13 de junio en el magnífico centro cultural La Rambleta de Valencia fue otra demostración de por qué Ignatius está en el Olimpo de la comedia española.

Ignatius en Piccolo Grande Amore

Grandote, hirsuto, con gafas y ataviado con una camiseta y unos vaqueros sujetos por unos tirantes se presenta Ignatius en el escenario. Los que ya lo conocemos sabemos que la camiseta acabará fuera antes de que acabe el espectáculo. Los advenedizos, como los señores compañeros de mili de las primeras filas, seguramente no. No saben lo que les espera.

Ir a un chou de Ignatius es siempre una experiencia, pero verlo por primera vez en directo es indescriptible. Yo me desvirgué en estas cuestiones cuando tenía 17 años, en la sala El Loco de Valencia. Como muchos otros, conocía a Ignatius por sus papeles en La hora chanante, y había visto alguno de sus monólogos en Paramount Comedy… pero no estaba preparado para ver al tinerfeño a escasos centímetros de mí gritando, descojonándose, increpando al público y comportándose como una fuerza de la naturaleza. Y disfruté. Vaya que si disfruté.

Anoche, 7 años después, volví a disfrutar como el primer día. El cartel de La Rambleta define a Ignatius como «El humorista más bizarro de la factoría Paramount Comedy», y, por una vez, las acepciones españolas de bizarro vienen al pelo, porque es un humorista valiente, arriesgado, generoso, lúcido y espléndido.

Ignatius Rambleta

Se necesita valor para hacer lo que hace Ignatius delante de un escenario. No es un cómico al uso. No cuenta chistes. Sencillamente se desnuda (literal y metafóricamente) ante el público, y la carcajada surge de lo que cuenta. Nada de «¿Se han fijado en que las mujeres hacen tal cosa así, y los hombres la hacen asá?». Nada de esas chorradas. Ignatius disecciona su vida con lucidez y suelta perlas contundentes como que «el ser humano no está equipado para la felicidad», «hay millones de raperos que aún no saben que son votantes de UPyD» o «¡Hitler y Pau Donés! ¡Lo que no se le ocurre a uno se le ocurre al otro!».

No hay dos actuaciones de Ignatius iguales. Sí, claro, tiene historias recurrentes, tiene un texto, por supuesto. Que si lo de Juan Echanove (impagable), que si algún comentario sobre la magnífica El fin de la comedia, serie emitida en Comedy Central creada por un trío de ases formado por el propio Ignatius, Raúl Navarro y Miguel Esteban (de la que se está hablando de sacar el DVD, según me comentó después del espectáculo)… pero Ignatius juega mucho con su público, y de qué manera.

Si uno es tímido, más le vale no sentarse en las primeras filas, porque se expone a que el barbado coloso se dirija a él y lo incorpore a su chou. Puede que le pique, que le haga preguntas o que se meta con él (todo siempre desde la comedia, por supuesto). Los veteranos, por supuesto, ya entran al trapo (como el amigo Héctor en La Rambleta), pero a los neófitos puede costarles más. En cualquier caso, Ignatius siempre agradece que le «ayuden con el show», e incluso cuando está increpando al espectador, uno sabe que no hay mala sangre detrás. A fin de cuentas, esto es para lo que hemos venido, ¿o no? Para escuchar el enésimo chiste de humor blanco sobre la comida de los aviones nos hubiéramos quedado en casa.

Ignatius Twitter

Tras hora y media de gritos sordos («es por culpa de los que os reís de esta mierda que mi carrera no avanza»), disertaciones sobre la moral y la conveniencia de hacer lo contrario que Hitler, los raperos, de medir la felicidad en la intensidad de los OLRAIT, Juan Echanove, UPyD y el cambio político que parece que (por fin) ha llegado, acabó el monólogo, y tuvo lugar una entrevista a manos de Mariola Cubells, periodista y directora de relaciones externas de La Rambleta.

Ahí pudimos ver otra cara de Ignatius, que se autodefine como «algo tristón» fuera del escenario, por mucho que sobre él sea un huracán de la comedia. Habló de cómo la comedia salvó su vida de forma literal, de cómo el humor ayudó a mejorar su vida sexual («bueno, ¡a iniciarla!»), y dio una majestuosa microlección de sus referentes de la comedia entre los que no faltaron los halagos a Lenny Bruce y, por supuesto, a Richard Pryor.

La guinda la puso una chica que se acercó al escenario hablando de un vídeo (que el propio Ignatius no recordaba) en el que, según contaba, el cómico se tiraba por el suelo hablando del amor. Cubells la invitó a subir, y la chica (Sonia se llamaba) dijo que había ido a ver a Ignatius «porque me recuerda físicamente a mi ex, y así me distancio de él». Sonia se sinceró, la cosa se puso bastante íntima y, en fin, fue la guinda perfecta para unir las dos facetas de Ignatius: el humorista descarnado que se desnuda sobre el escenario como un predicador enfebrecido, y el alma cándida, la persona romántica que vive dentro del coloso cómico.

Ignatius gafas

La de La Rambleta fue una noche que demostró por qué asistir a un espectáculo de Ignatius Farray es una de las mejores cosas que se puede hacer hoy en día en España. Si pasa por su ciudad (que pasará), no lo duden y vayan a verlo. No se arrepentirán. OLRAIT!!

@untipoconboina