Con Duck Amuck abría cada año la asignatura de animación, porque año tras año no se me ocurre nada más transgresor que este corto ni nada más urgente que hacer que los alumnos conozcan (o reconsideren, si somos optimistas) a Chuck Jones. Y es que en 7 minutos se aprende y comprende de todo: que la imagen real es cinemática (esto es, captura la realidad para crear algo nuevo) mientras que la animación es, como explica Deborah Levitt en The Animatic Apparatus, animática (esto es, crea desde cero para producir una realidad nueva); que la animación ha vivido siempre en la modernidad y la ruptura de reglas; que la mano del animador es una presencia constante desde los inicios de la forma, con J. Stuart Blackton o el Out of the Inkwell de los Fleischer, porque la animación no pierde aquella cosa que tenía el cine primitivo de truco de magia; que el timing lo es todo, o casi todo; que el humor y la animación se llevan muy bien; que un buen personaje puede sostenerlo todo. Luego ya se puede hablar de los creadores, de las técnicas, de los contextos históricos, pero el primer paso es abrir los ojos y aprender a mirar esa realidad animática (como siempre, hay que recordar lo que decía John Berger, que nos enseñan a leer pero no a mirar), tomar consciencia y dejar que nos sacuda lo radical de su mera existencia. Y si encima el corto sigue siendo igual de divertido y creativo setenta años después, ¿qué mejor puerta de entrada?