Para entender a Damien Rice tal vez habría que analizar su postura al cantar. Siendo más exactos, su manera de tocar en escena (Damien y su música están hechos para el directo). La triangulación que establece entre hombre, guitarra y escenario. No vamos a pasarnos buscándole significación al gesto pero está claro que la comunicación no verbal comunica, que dice mucho de cómo uno está dándole vida a su música y de cómo está lanzándosela al público. En una jam de jazz los músicos tocan entre ellos como colegas en una fiesta. Nick Cave confiesa en su estupendo documental 20.000 Days on Earth que busca la complicidad de las primeras filas. Rammstein disparan sobre el público, atropellándonos. Nacho Vegas canta para nadie, para el vacío, como si quisiera desaparecer allí. Pues bien, Damien Rice es un hombre menudo, aferrado a su guitarra como si ésta lo sostuviera, encogiéndose sobre ella, intentando, se diría, volcarse en su interior, y la guitarra es un altavoz que transforma a ese hombre frágil y desgarrado y lo proyecta sobre su audiencia. Tomen como metáfora su gesto en el pasado Primavera Sound 2015, su primera aparición en España: se aleja del micrófono, se pliega sobre sí mismo y le canta al de la guitarra, y allí no hay (ni cabe) nadie más. Damien implosiona, se contrae y luego explota, se nos lleva a todos por delante.
Foto: Primavera Sound / Eric Pàmies
Me cuesta no escribir sobre este concierto desde el yo más ensimismado y egoísta. ¿Se puede hacer una crónica en frío del primer concierto de tu músico favorito tras más de una década esperándolo? Yo no, desde luego, pero tampoco es ésta una cabecera de crónicas frías y al uso. Si quieren un pulso objetivo, les diré que de allí salieron miles de personas entusiasmadas y que la crítica ha sido generosa. Fue un muy buen concierto, abrumador e intenso. ¿Y para mí? Pues para mí no ha habido (¿ni habrá?) concierto que importe tanto. Llevo escuchando al irlandés casi desde que publicó su primer disco en solitario. ‘O’ cambió mi relación con la música. Descubrí canciones que parecían iluminar algo escondido que siempre había llevado dentro. Hasta Damien, todos los viajes con la música eran viajes hacia fuera, hacia lugares desconocidos; ‘O’ y ‘9’ fueron un viaje hacia dentro.
Cuesta estar a la altura de esas expectativas y tampoco ayuda que inmediatamente antes actúe Patti Smith. No es éste un texto para hablar de Patti Smith, pero hablemos de Patti Smith. Es la segunda vez que la veo en vivo (de la primera hace ya casi cinco años) y no ha perdido el bofetón. Vino a Barcelona a inaugurar la gira del 40 aniversario de ‘Horses’, uno de los mejores discos jamás grabados (‘Gloria’, ‘Free Money’, ‘Land’, supera tú eso), y nos tuvo a todos desmadrados. Un trance eufórico durante una hora. Hace cinco años les hablaba de las mujeres que hay en Smith (la madrina del punk, el icono del rock salvaje, la intelectual neoyorkina, la superviviente, la poeta, la hippy idealista) y aquí, si pasaban lista, las hubieran encontrado a todas. Había furia, había vida y había historia. En dos horas, el Primavera Sound nos estaba regalando a Patti y a Damien y lo mejor que se puede decir, por tirar de estúpidas metáforas culinarias, es que ni ella fue entrante ni él fue postre. El irlandés cumplió y superó nuestras anticipaciones, vaya que sí.
Para entender a Damien Rice tal vez habría que analizar su postura y, además, su valentía: sale al escenario más grande del festival él solo, amparado por dos guitarras (acústica y eléctrica), una caja de loops a la que va a sacar fuego y un par de micros (uno normal, otro para las distorsiones). Y lo acabará llenando. Sobre las tablas hay un tipo solo, apocado, aferrado a su guitarra, pero también habrá un muro de sonido vivísimo. Es un cantautor de voz y guitarra, sí, pero también la herencia directa de aquellos Radiohead que nos dejaron locos con ‘OK Computer’, de su voltaje emocional y su intimismo ruidoso.
Damien Rice parece haber entendido la esencia de la canción como forma y estructura, como vehículo popular y personal, y experimenta con ella como le viene en gana. La mitad de sus temas huyen del intro-estrofa-estrofa-estribillo-estrofa-estribillo-puente-estribillo-outro construyen crescendos que se desbocan, se dividen en secciones que bien podrían ser canciones diferentes o se rompen hacia el final con toda la furia acumulada del fracaso romántico. En directo estas experimentaciones sonoras, esas estructuras ascendentes y esos parentescos con los de Thom Yorke se vuelven todavía más cafres, más libres. Así, Damien convierte sus canciones en algo más áspero y aguijoneante (se nota especialmente en las de ‘My Favourite Faded Fantasy’, su nuevo disco, que con la producción de Rick Rubin tomaron una envoltura melosa), tararea las secciones instrumentales que en estudio pertenecen a la banda, añade nuevos cierres que estiran el crescendo y alarga ‘It takes a lot to know a man’ hasta los trece minutazos, acumulando bucle sobre bucle con el looper.
Tres canciones, 276. La elección de V
DAMIEN RICE – ELEPHANT
Con esa aproximación firme, de intimismo proyectado, Rice defendió en el Primavera un setlist que arrancaba de cero a cien con ‘Delicate’ y sin momentos muertos, que enlazaba un tema con otro sin darnos descanso. Sonaron ‘9 Crimes’, ‘Elephant’, ‘I Don’t Want To Change You’, ‘I Remember’, ‘The Blower’s Daughter’, ‘The Greatest Bastard’, ‘Cannonball’, ‘The Box’ e ‘It Takes A Lot to Know A Man’. Difícil ponerle pegas. Me faltó ‘Amie’, claro, pero no me sobró ninguna y, aunque hubiera estado allí tres horas más, no tuve la sensación de asistir a la versión reducida de un concierto estándar. Fue una hora, sí, pero qué hora. Pueden verla entera en YouTube, porque en estos tiempos no se pierde nada, y disfrutarán mucho, pero yo no dejo de alegrarme por haber estado allí. Mientras más acceso tenemos a grabaciones (representaciones) de la realidad, más valor le encuentro al estar, al poder dejarme inundar todos los sentidos in situ, al presenciar algo puntual que se perderá en el tiempo.
Para entender un poco mejor el magnetismo de la música de Damien Rice hay que haberla escuchado en vivo, hay que sentir el aire en el que te llega y fijarse no sólo en su forma de estar en el escenario sino en la de salir de él: al final del concierto, cuando ya había convertido ‘It Takes A Lot To Know A Man’ en una bestia hecha de decenas de loops, cuando el ruido y la furia nos habían desmontado a todos, Damien deja la guitarra en el suelo, la música en los altavoces y se va. En esa triangulación entre hombre (o la ausencia del mismo), guitarra y escenario, no me costó imaginar que el instrumento había acabado de engullir, al fin, al músico, y que lo que nos devolvía el escenario era algo muy parecido a la verdad, a la belleza y al dolor, al grito más desgarrador y bello que uno pueda sacarse de las entrañas.