En mi temprana adolescencia, disponíamos de un baremo infalible para saber si se molaba: escuchar o no punk-rock. O hardcore-punk. O neo-punk. O como hubiera que llamarlo. Esa música hiperacelerada, festejona y muy, muy californiana, vamos. De colegas saltando, hombro contra hombro, sudor mezclándose, mientras un americano pelopollo grita algo contra el sistema sin que los saltarines se dieran cuenta. Mucho teenage angst y mucha rebeldía blanda, los restos de un anarquismo exprimido.
El tema era tocar rápido, muy rápido, decir woooo en cada estribillo y gritar como si el mundo se fuera a acabar pero no. La vida se agotaba a toda prisa y había mucha ira que quemar. Los demás no tenían ni idea, viviendo en su comodidad pop como vivían (los que no le daban al rockalimocho), pero nosotros lo sabíamos. El neopunk nos daba la respuesta. Amén.
Yo no me llegué a creer nunca el cuento, la verdad. Disfrutaba como un cabrón con The Offspring (aún disfruto: hace poco sudé y sufrí para verlos en ese infierno musical llamado Razzmatazz), su descaro con ocasional toque amargo (la historia tras «Gone Away» encoge la garganta), su limpieza rápida y melódica y su adrenalina desbocada. Le daba a Green Day, que digan lo que digan siempre habían apuntado al folk acountriado. Me lo pasaba teta con Rancid, con su punk clasicón de fiesta de ingleses borrachos. Hasta sonreía con los ramalazos más ska-punk de NOFX en aquel «So long…» de título douglasadamita. Pero vamos, que no le rezaba a los dioses del punk.
Aún así, hace poco me ha dado por desempolvar algunos cedés de la época (copiados, faltaría más, pero con sus carátulas escrupulosamente impresas) y he reencontrado uno en particular que merece la pena comentar: «Short music for short people«, editado por el Vaticanopunk, la Fat Wreck Chords, en 1999. Una especie de quienesquién de la escena neopunk, con 101 grupos (todos los que debía de llevar la discográfica, supongo): Bad Religion, Undeclinable Ambuscade, Blink 182, No Use For a Name, Green Day, Lagwagon, The Offspring, Mad Caddies, Strung Out, Pulley, Pennywise, NOFX, Rancid… Si no están aquí, es que no son punks ni son nada.
Todo hardcoreta quería autoconvencerse de que había mujeres neopunk,
pero ni siquiera una portada tan magnífica como esta podía esconder la dura verdad.
La movida está en coger uno de los axiomas punk (no te pases del minuto treintaysiete para cada canción) y radicalizarlo: 30 segundicos por cabeza. Y a ver qué hacen. La mayoría hizo lo único que sabía, desde luego: aporrear sus instrumentos y gritar mucho, pero durante menos tiempo. Por momentos, la cosa parece un ensayo, o un conjunto de piezas de entrenamiento. O aquel primo que se juntó con los colegas para hacer una banda practicando por primera vez en el garaje de su padre.
Algunas cosas se salvan, aunque sea por curiosas. Sí, hay momentos: a Bad Religion, por ejemplo, hasta les da tiempo a hacer cambios de ritmo con brillo, con la voz de Greg Graffin como siempre, de fumador en un funeral lluvioso. Green Day en formato acústico vaticinando su expulsión de la parroquia neopunk poco despúes. The Offspring en modo fiesta nos enseñan a fabricar granadas caseras. Fizzy Bangers rizando el rizo y marcándose un tema de 10 segundos (why can’t people understand I’ve got a short attention span?, y para casa). Blink182 haciendo una chorrada llamada «Family Reunion» en la que van soltando tacos al azar (debe de ser su mejor tema). The Ataris cagándose en todo grupo que no sea neopunk, y cerrando con una propuesta de bombardear Inglaterra. Y el tema de Pennywise, «30 seconds till the end of the world», que en realidad no vale nada pero tiene un título molón que me sirve para coronar el artículo.
Hagan la prueba: descarguen el CD (aún quedan creyentes que lo comparten por ahí), sométanse a la tortura de sus 101 calambrazos y vean cuántos grupos identifican. Comparen con las tablas del final del libro para saber si alguna vez molaron.
V the Wanderer