La Inercia vive, y lo hace con la calidez de las rutinas que se dan por sentadas. Si la web pasó sin ruido de los 11 años y nuestro LoPutoNormal cumple ya ocho, estas 14 canciones del año (que, como dice Adri, nacieron un poco como broma privada para resistirnos a los tops y a la actualidad) van por su sexta edición, y a mí me siguen dando un espacio semiprivado en el que fingir que hay coherencia y sentido en mis gustos. Lo curioso es que Spotify se subió al carro hace unos años (debió de ver que nuestras entradas molaban) y ha hecho del repaso anual la norma, así que vamos a decirlo: una vez más, nos adelantamos a todo, hasta a nosotros mismos. Defendido ya este faro del buen criterio, miro abajo y adelanto que hay mucho sintetizador y mucho citypop; que sigue habiendo jazz y bandas sonoras; que Japón aporta cuatro temas, América otros cuatro (dos Canadá, dos Estados Unidos) y el resto lo llena Europa; que dos son scores de cine y en total ocho salen de alguna ficción audiovisual; y que sólo hay una entrada de 2020, siete de esta década y nueve de este siglo, y el resto lo forman tres de los 70 y dos de los 80. Y que como estadística, ya avisaba, esto no quiere decir nada, pero si Spotify se esfuerza tanto en presentarnos el informe nosotros no vamos a ser menos, y con lo cuantitativo ya quitado del medio podemos pasar a lo cualitativo y contaré que lo que más he escuchado este año, sea del año que sea, es:

RYO FUKUI – AUTUMN LEAVES (1976)

Será efecto de la sobresaturación de “contenidos” y la ilusión de accesibilidad y biblioteca infinita, pero a internet le encantan los “santos griales” perdidos, las copias únicas, las aventuras para conseguir tesoros olvidados. Hace poco un tipo dramatizó en YouTube su búsqueda de una app de formación de McDonald’s para Nintendo DS como si fuera una tumba egipcia, así que uno ya desconfía cuando lee “The holy grail of Japanese jazz has finally been found!”. Hipérbole o no, la recuperación de “My Favourite Tune” hizo que mucha gente escuchase más a Ryo Fukui, un fantástico pianista de Hokkaido. No me voy a quejar. Yo suelo escuchar más “Scenery”, álbum que incluye una interpretación brillante de uno de mis estándares favoritos, “Autumn Leaves”.

DESIRE – UNDER YOUR SPELL (2009)

El triángulo Chromatics/Glass Candy/Desire crea unas atmósferas en las que perderse, hipnóticas, nocturnas y melancólicas, como me gustan. Este año, gracias a Telling Lies, he recuperado este fantástico corte en bucle, y eso que pocas veces tengo tan claro un fragmento que me rechina dentro de una canción que adoro: ese puente recitado en medio, y especialmente ese “forever ever” adolescente, se me atragantan en cada escucha. Y pese a ello, vuelvo y vuelvo forever ever

MOONFACE – YESTERDAY’S FIRE / SHITTY CITY (2012)

El canadiense Spencer Krug, líder de Wolf Parade, es de esos que monta proyectos alternativos con otros nombres y colabora en otras bandas, creando constelaciones musicales en las que uno acaba desorientado. “Heartbreaking Bravery” es su segundo disco, que para complicar más las cosas está producido a medias con la banda finesa Siinai, y es una maravilla. Suena como un álbum perdido del post-punk o el new wave de los 80, como una cosa oscura, triste, rabiosa, llena de anhelo y arrepentimiento. Al principio del disco encontramos este doble combo con dos canciones interconectadas, en el que “Shitty City” hace de clímax airado de la melancólica “Yesterday’s Fire”. Como parece que todo lo acabo escuchando tras encontrarlo en ficciones audiovisuales, estas suenan en Física de la tristeza, mediometraje canadiense que adapta el libro de Gueorgui Gospodínov y que está entre lo mejor de la animación de 2020.

MOMOKO KIKUCHI – GOOD FRIEND (1986)

Decía en 2019 que mi tema citypop más escuchado del año era “Good Friend”, de Momoko Kikuchi, y en 2020 se ha repetido la marca. Toca, pues, destacarlo. Kikuchi empezó muy joven (a los 16) en el inquietante mundo de las idol, y pronto pasó del pop chicloso a territorios más amplios. Se ve que luego le fue bien como actriz. Este año, además de seguir con “Good Friend”, he escuchado mucho el disco en el que se incluye, “Adventure”, y me gusta de principio a fin. Es tan evocador como todo el (buen) citypop, y le veo además un equilibrio entre inocencia y madurez, entre recogimiento y optimismo, que me hace feliz sin armar mucho jaleo.

MIKI MATSUBARA – STAY WITH ME (MAYONAKA NO DOOR – 真夜中のドア) (1980)

Mucho más luminoso es el citypop de Miki Matsubara, con su timbre de mezzo y sus envoltorios de jazz. “Stay With Me” me engancha porque, creo, reúne casi todo lo que me gusta del género. Es firme, vitalista, algo frívolo, algo melancólico, como si estuviera cantado siempre hacia muy lejos. Me recuerda también a un momento en que los hits radiables podían durar más de 5 minutos y tener un desarrollo relativamente complejo, lo que abre una vía por la que no seguiré para no alimentar autoengaños nostálgicos. Me decía un amigo no hace mucho que su lugar y tiempo favoritos eran, en términos estéticos, el Japón de los 80, y escuchando “Stay With Me” no me costaría coincidir.

SHOKICHI KINA & CHAMPLOOSE – HAISAI OJISAN (1972)

Okinawa es de esos lugares que una vez visitados se quedan contigo. A lo mejor se trata de una simpatía inter-isleña: con su sol, sus playas, su calma, sus turistas y su desconexión del resto del país, Okinawa me pareció la Mallorca de Japón. O a lo mejor es sencillamente que me encuentro más cómodo en islas: Mallorca, Okinawa (que en el archipiélago es más “isla” que las demás), Islandia, Nueva Zelanda, Malta, Taiwán… De Okinawa nos enamoró su amor por la música y nos trajimos un buen puñado de temazos, como este “Haisai Ojisan” que es un icono del folk rock local. Valdrían también la “Shima Uta” de The Boom, “Dynamic Ryukyu” de Akira Ikuma (con una épica kitsch que me encanta) o, más moderna e intercultural, la versión de “War” de Kiiyama Shoten, “Kanashi kute”. Eisa, uchinaa pop, shima uta: siempre bienvenidos. Ha iya sasa!

PAUL WILLIAMS & KENNETH ASCHER + JIM HENSON – THE RAINBOW CONNECTION (1979)

Me valen las versiones de The Carpenters, Weezer o Willie Nelson (sorprendentemente emocional), pero al final siempre acabaré prefiriendo a Jim Henson. En 2020 he necesitado muchos Muppets, que sirven un poco de refugio sin dar la espalda al mundo ni dejar de pensar o tener algo de mala leche. Si este “The Rainbow Connection” también te parece un poco un himno vital, ya nos entendemos bastante.

BAD LIP READING – BUSHES OF LOVE (2015)

Algo de muppetty hay en los vídeos de Bad Lip Reading, canal de YouTube en el que el autor (parece que un productor musical de LA) hace una lectura de labios voluntariamente incorrecta de diferentes videos y toca con ello techos del absurdo y el sinsentido. Mis favoritos son los vídeos musicales, y de entre ellos los dedicados a Star Wars, porque además de graciosos son temazos. O porque además de temazos son graciosos: estoy convencido de que la música cómica no puede hacer gracia si no es, ante todo, buena música. “Seagulls! (Stop It Now)” y “My Stick” son de un synthpop pegajoso que asusta, y esta “Bushes of Love” podría haber sido una balada electrónica radiable de los 80.

JÓHANN JÓHANNSSON – CHILDHOOD / LAND OF THE YOUNG (2020)

Mi única entrada de 2020 es la mejor banda sonora del año. Y, por desgracia, la despedida de Jóhann Jóhannsson, uno de los talentos más destacables de nuestro tiempo. Su Last and First Men era una combinación demasiado buena como para fallar (Jóhannsson, Tilda Swinton, Olaf Stapledon) y ha estado a la altura. Una experiencia audiovisual de pantalla grande y sonido limpio a la altura de, no sé, Kooyanisqatsi, una música que dibuja con precisión la tristeza y el vértigo de las ruinas del futuro, de una escala cósmica que se nos escapa.

DAN LEVY – J’AI PERDU MON CORPS (2019)

Mucho más íntima es mi banda sonora favorita de 2019, que en 2020 he seguido escuchando sin parar. J’ai perdu mon corps es una película tan extraña que cuesta creer que exista, y tan eficaz que sólo desde fuera se nos revela esa extrañeza. Mientras la vemos su tono e intenciones están claros, y eso es, en gran parte, por la excelente banda sonora de Dan Levy. Frialdad, soledad y obsesión en bucles minimalistas que vuelven a recordarme a Philip Glass y me hacen pensar en iglús expuestos al viento sobre los tejados de una gran ciudad.

FANFARE CIOCĂRLIA – MOLIENDO CAFÉ (2001)

La recuperamos al principio porque nos pareció que salía en la banda sonora de Tiempo después y éste ha sido un año (desgraciadamente) muy Cuerda, y luego seguimos porque a ver cómo te quitas de la cabeza esto una vez lo has escuchado. ¿Pero tú has visto lo que hace esta gente con los metales?

DANIEL OLSÉN, JONATHAN ENG, LINNEA OLSON – BEGIN AGAIN (2019)

Sayonara Wild Hearts es un juego pequeño y ambicioso que, salvando las constantes referencias al tarot y el horóscopo (¿qué os ha dado con la superstición?), está entre mis favoritos del año pasado. Presentado como un homenaje a Dreamcast (es fácil ver las influencias de Rez, Space Channel 5 o Jet Set Radio), sus creadores lo describieron siempre que tenían oportunidad como “un álbum jugable”, lo que me parece un acierto no sólo de marketing sino ontológico: SWH es ante todo un videoclip interactivo de 90 minutos. Tú decides si te convence o no el concepto: a mí me flipa. Y para que un álbum jugable funcione, lo primero es que la música sea buena. SWH es una colección de temazos de indie-pop electrónico dreamy y chicloso, hijos modernetes de la versión del “Arabesque nº 1” de Debussy que hizo Isao Tomita, que funcionan de lujo por separado. Aunque yo, cada vez que los escucho, me pongo a buscar la Switch.

LOW ROAR – BONES (2017)

Dice Spotify que lo que más he escuchado este año es Low Roar, la banda que el americano Ryan Karazija montó en Islandia. Y lo es, no lo voy a esconder, por culpa de Death Stranding. Viendo los números, supongo que estoy lejos de ser el único al que le ha pasado lo mismo. La historia también tiene estructura de relato hollywoodiense, de manual de guión con su shit point y su clímax: la banda estaba a punto de bajar persiana y Kojima los descubrió tras comprar un CD en una visita a Reikiavik, y de ahí al “trailer que salvó a Low Roar de la miseria”, a ser una presencia constante en el juego y tenernos a todos embelesados. Y bien que me alegro. En medio de tanta saturación y tanto mercado de la atención, no basta con ser bueno para tener audiencia, y Low Roar se merecían una oportunidad. Hay un tipo de sonido que parece brotar sólo de Islandia (ver arriba: Jóhann Jóhansson) y que cubre muy bien el esqueleto de post-rock americano que, imagino, Karazija traía consigo. Esta “Bones”, en la que Karazija comparte dueto con Jófríõur Ákadóttir, ilustra bien esa fusión. Fría, introspectiva, emocional, atmosférica y desbordante como su paisaje.

CHVRCHES – DEATH STRANDING (2019)

Si Low Roar es mi artista más escuchado del año por culpa de Death Stranding, tiene sentido que mi canción más escuchada sea, precisamente, “Death Stranding”, el tema principal del juego, compuesto por Chvrches. A estos ya los conocía de antes y me caían bien porque me suele caer bien todo lo escocés y porque me recordaban a Depeche Mode o Pet Shop Boys, con su synthpop contundente, pero también a Kate Bush o Cindy Lauper, con su vigorosa falta de cinismo. “Death Stranding” es épica, como lo son “Running Up That Hill” o “It’s a Sin”, o como Arcade Fire versionando a Peter Gabriel. Aquí todo estalla y nadie pedirá perdón por el melodrama. Me parece bien cerrar el año con esa energía y con un tema que arranca así de esperanzado pese al apocalipsis: “Let’s make a toast to the damned / Waitin’ for tomorrow / When we’re played out by the band / Drowning out our sorrows / What will become of us now at the end of time?

(Mención de honor para Clem Snide, Goldfinger -han sido mi revival punk de este año-, New Order, Chelmico, Hako Yamazaki, Rachel Portman -su BSO para Never Let Me Go– o, siguiendo con Death Stranding, “BB’s Theme” y “Asylum for the Feelings”, de Silent Poets & Leila Adu.)