Vayan por delante mis reticencias a juzgar, no por falsa modestia (a humilde no me gana ni dios) sino porque, va en serio, considero mi criterio cojo, incompleto, parcial, falto de bagaje, no sé. Soy un niñato en estas lides. Apenas sé tejer un argumento que vaya más allá de me gusta o no, me llega o no, me emociona o no, aunque en el fondo es lo que se nos pide al jurado de la tercera edición de La Pua, el concurso de maquetas del Alt Camp.

En liza, tal que 120 emepetreses, tres por cada uno de los 40 grupos que opositan a un puesto en la finalísima del Alcover Music Experiencie, una actuación en directo el próximo 2 de julio. Se buscan tres finalistas y de esa terna el ganador se embolsará 30 horas de grabación y varios bolos ya contratados. Mientras, chispea en Alcover. Llego como periodista, invitado, con voz y voto, a dar el contrapunto a la opinión de músicos y técnicos de sonido.

Flyer de La Pua 2011, tercera edición del Concurs de Maquetes de l’Alt Camp

Al principio me pierdo entre las referencias, por desconocimiento puro y por edad (feo decirlo, pero soy de calle el más joven en esta sala de la Escola de Música, llena de instrumentos y cachivaches musicales) mientras vamos escuchando los grupos, por refrescar lo que llevamos trabajado de casa. He (hemos) hecho los deberes aunque sea a última hora. Qué menos por los grupos que se han presentado, y que gastan, imagino, una energía similar a la que gestionamos con mayor o menor desgracia por estos lares paraperiodísticos. El por amor al arte, ya se sabe.

Le meto candela al cedé con las canciones y me apunto las que más me sorprenden. Ya en la deliberación, desayunamos zumo (hay rockeros, sí, pero los chupitos caerán luego) y galletas. Entre el material hay de todo: sonido maquetero, pocas veces infumable, algún directo, buenas intenciones, irregulares resultados, rock urbano, pachanga perroflautil, power pop, ska reivindicativo, reggae contemplativo, canción de autor, pop catalán comercial (mucho) y más rock urbano (demasiado).

Será que me hago mayor, pero gruño (sólo un poco: nivel 3 en la escala Pérez-Reverte) cuando me encuentro con grupos que, a estas alturas, siguen apostando por el rock periférico, queriendo sonar como Rosendo o La Fuga. Me dejan frío, aunque les reconozco en muchos casos una tremenda eficiencia, sonido prácticamente profesional y posibilidades de pelotazo, en el equilibrismo por la delgada línea roja que separa El Canto del Loco de Marea. Muchos tocan de miedo pero la propuesta hastía.

Entrega de premios en el Alcover Music Experience del año pasado

Macc lleva anotaciones casi para cada uno de los temas. Yo he sido más intuitivo, repartiendo en mis apuntes etiquetas y flechas hacia arriba o hacia abajo que ahora difícilmente comprendo. Miquel se ha traído incluso su portátil. Empezamos a votar las propuestas y afloran los debates. ¿Qué carajo se elige aquí? ¿Al mejor grupo? ¿A la banda que más opciones tiene de triunfar, de llegar a un público amplio? ¿Al artista que más puede divertir a la muchedumbre en directo? ¿Se busca a un producto?

Un poco un batiburrillo de todo eso y algo de justicia musical, de compensación, en la diatriba que atormenta al jurado y que es más vieja que las putas: público o crítica. Si de divertir al personal se tratara, habrían pasado a la final propuestas festivas sólidas, muy bien rubricadas. Si por los gustos personales del jurado fuera, lo raruno, lo excéntrico, lo arriesgado, sería lo triunfante. Pero estas músicas se pasearán en directo este verano por el Alt Camp y no es cuestión de violentar al público medio con puestas en escena demasiado marcianas.

Toca, pues, equilibrar, en esa balanza entre la fiesta mayor y la originalidad, el gran valor, entre tanta propuesta que suena a algo ya escuchado previamente. Se gana la unanimidad el rollo experimental de Fi, y se cuelan la rumba ligera de Deblassis y el power pop de My Way, que se caen de la final porque ya se han disuelto y quedan suplidos por el hip hop descarado de Golden Dogs.

Tres horas de intercambio de pareceres han abierto el apetito; y así damos buena cuenta de un menú que mezcla fideuá con tertulia musical, deliciosa, interesante, fructífera, aunque con más preguntas que certezas. Se habla de productores colgados y tocacojones, de road managers sin carnet de conducir, de mitos y leyendas, de batallitas y encuentros. Macc recuerda cómo hace 20 años conoció a Pabellón Psiquiátrico y a Juan Antonio Canta, el del rap de los cuarenta limones, antes de que se ahorcara. Y cómo en los 70 vio a Diego Cortés, que esta noche acompañará a Albert Pla en la Sala Zero, dejar flipados con su guitarra flamenca a los mismísimos Mike Oldfield y Joey Ramone en un concierto en Barcelona.

Anécdotas, vivencias y relatos pintorescos para una larga sobremesa. “Si los músicos de Tarragona explicáramos lo que hemos vivido en los últimos 20 años, daría para un libro”, sugiere Macc. Se habla del vacuo business musical donde la música es lo de menos. Algunos han sentido la gran máquina desde dentro. Han padecido la dictadura de los A & R, han visto cómo un fajote de billetes les abría las totalitarias ondas hertzianas de los 40 Principales, han tocado como si fuera un trabajo más, lejos de la motivación que un día les llevó a colgarse una guitarra al pecho. Macc, ahora presidente de la Associació de Músics de Tarragona, grabó en Estados Unidos y giró en los primeros 90 bajo el paraguas de la radiofórmula. Nando y Gerard han habitado las entrañas de Whiskyn’s.

Siempre quise ser Lauren Postigo, no como cantante, sino como jurado en Lluvia de Estrellas

A la altura de los chartreses, la charla es endogámica pero valiosa: se habla de la puta lotería que es ganarse la vida tocando, de que el talento garantiza bien poco, de hasta dónde está bien pervertirse para vivir de esto, de si no es mejor replanteárselo todo y reubicarse, trabajando de otra cosa y dedicando la energía sobrante a la música, para no esclavizarse, para ser realmente libre. Propuestas sin base científica ni veredictos, apenas puntos de vista intransferibles. Miquel es técnico de sonido. Gerard enseña percusión a chavales y Nando ha encontrado su sitio: no vive de la música pero factura estupendos discos con Gallina (primicia: ya tiene preparado el segundo). Se quejan pero no dramatizan. Patalean pero no lloran. Lamentan pero no se amilanan. Saben que nadie les obligó a nada.

Cae la tarde perruna y ociosa en Alcover, entre impresiones, sin sentencias, con pocas verdades y relativas, para haber sido jurado (poca contundencia la mía, lo sé, nada que ver con la elocuencia de Lauren Postigo). No está mal el Alt Camp, pero eso también es (sólo) una impresión.

raúl