Tres canciones, 244. La elección de V:

VACABOU – ‘ANOTHER SONG ABOUT LITTLE LAIKA’

Pueden apuntarlo como la Primera Ley de la Todología: mientras más complejo y duro es un tema mediático, más y más rápido sabrán sobre él los opinadores de foro público. Si el tema en cuestión es matar a un perro para evitar una pandemia (de, por ejemplo, ébola), tendrá usted que andarse con cuidado si no quiere contagiarse del virus todólogo: evite tertulias televisivas, periódicos y hasta Twitter, tan poblado de expertos que con sólo encender el móvil le convalidarán un par de másteres.

Es bueno recordar que nuestra defectuosa condición humana nos mueve a huir de incertidumbres, a la vez que no todas las opiniones son igual de sólidas y válidas. A esos dos factores enfrentados se les suma un tercero: los 140 caracteres de Twitter obligan a reducir a todo el mundo a una caricatura, incluido el que escribe. En la red del pajarito la lengua común es la certeza, lo cual atenta contra el derecho básico de todo ser humano a no opinar.

Con lo de Excalibur, mascota de la primera infectada de ébola en España, el opinadero público se convirtió en una competición entre idiotas por ver cuál de los dos bandos se preocupaba más, si el de los animales o el de las personas (como si fueran incompatibles: la última vez que estudié biología, los humanos no éramos plantas). Otorgaba puntos adicionales mostrar claros síntomas de psicopatía y sociopatía, celebrando sacrificios y hablando de posibles bajas como el que calcula alineaciones en el Comunio.

Se perdían por el camino los matices de las quejas ante una gestión torpe, altiva y efectista, la cuestión del bien individual contra el bien mayor, la responsabilidad ética con el entorno biológico o, especialmente, las opiniones de los expertos. Lo que hicieron (lo que hicimos) fue arracimarnos alrededor del hashtag, sin siquiera mascarilla protectora, para vociferar y demostrar que la opinión no es para nosotros más que una forma de atacar a los otros, que son el infierno y además huelen mal.

Yo me tiro la primera piedra a mí mismo y por eso, en cuanto vi que el empuje de la opinión y la cacofonía online me empezaban a desbordar, me retiré a mi rincón de pensar y acabé dándole vueltas a las anécdotas de siempre, que son las que ilustran bien, como la del científico Oleg Gazenko y la perra Laika.

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Gazenko fue uno de los promotores del uso de animales en el programa espacial soviético y director del Instituto de Problemas Biomédicos de Moscú, y además se encargó de entrenar a la perrita callejera para su viaje más allá de la órbita planetaria. Sabía que Laika moriría, pero también sabía que era una misión demasiado importante como para frenarla. Y siguió, y Laika murió por sobrecalentamiento antes de abandonar el planeta. Gracias a ella conquistamos, aunque sea un poco, el espacio.

Décadas más tarde, Gazenko acabó sincerándose así: “El trabajo con animales es una fuente de sufrimiento para todos nosotros. Mientras más tiempo pasa, más me arrepiento de ello. No deberíamos haberlo hecho. No aprendimos lo suficiente de la misión como para justificar la muerte de la perra”. Es bueno recordarlo y ponerse en las botas tanto del que toma las decisiones como del que las sufre, de los Gazenkos y Laikas del mundo, demasiado ocupados como para opinar.

Lo de Excalibur, con sus hashtags, su circo y sus falacias lógicas, no deja de ser otra canción (triste) para Laika, de las que el siglo pasado y el presente han dejado un buen puñado, algunas hasta firmadas por Mecano. Las canciones para Laika revelan problemas de primer orden de magnitud: nuestra relación con el entorno, nuestra concepción de la vida como fenómeno, los límites que autoimponemos a nuestro poder, las víctimas del progreso. Conviene también, antes de enfundarse la chaqueta de todólogo o de usar el comodín de la filantropía, tomarse estas canciones (estas cuestiones) en serio.

Yo, que tengo en mi genealogía algún antecesor gallego, siempre recuerdo aquello que decía Scott Fitzgerald de que la prueba de una mente inteligente es la capacidad de sostener dos ideas contrarias al mismo tiempo, y me guardo de opinar muy fuerte sobre cualquier persona, animal o cosa. El sacrificio de Excalibur fue frío y probablemente innecesario, sí, un truco de prestidigitación de un gobierno inútil y arrogante, pero díganme que este país está preparado para contener un brote de un organismo asesino como el ébola sin torcer el gesto.

Ante este duro dilema, no se trata de disneyficar a los animales o de subyugarlos ante nuestra superioridad, sino de recordar que cada gesto y cada opinión (cada tweet) revelan ética, y que cada cosa que hacemos o decimos de otros (insisto: persona, animal o cosa) dice tanto o más de nosotros mismos. Los derechos de los animales son una creación humana, y como tal nos exponen. Cuesta mucho resolver tamaño embrollo en 140 caracteres, aunque vaya en contra de la (atractiva) Primera Ley de la Todología.