A veces se nos hace difícil separar la música de la literatura. Al menos, de manera natural. No debemos olvidar que la música de hoy en día-es decir, la que escuchamos en Spotify-, tiene su base en los trovadores y juglares, que musicaban sus poemas e iban contando sus historias, pueblo tras pueblo, en una concepción mítica del cantautor (que ahora ya no es lo que era).
Hoy en día, las cosas no han cambiado demasiado, y la mayoría de artistas escriben canciones que perfectamente pueden ordenarse dentro del grupo de los poemas, con más o menos rimas, y dentro de estilos muy diferentes (letras que lo dicen todo, letras que no dicen nada, letras que hay que interpretar, letras que no hay que entender sino disfrutar, y así un etcétera que se podría alargar unas cuentas líneas). Además, como también hacían los trovadores y juglares, la mayoría de canciones tienen un tema similar: el amor. La evolución se está tomando su tiempo. O los temas universales, lo seguirán siempre siendo (dirán otros).
La tuna, los trovadores y juglares de nuestro tiempo
Hay algo, en cambio, que sí que ha cambiado desde aquellos remotos –y mitificados- tiempos. Antes, todas las canciones –aunque poemas- tenían la estructura de una historia, con todo lo que ello conlleva. Presentación, nudo, desenlace. Y la mayoría, con moraleja. Como los cuentos que se explican a los niños pequeños antes de irse a dormir, las historias que se cuentan los adolescentes alrededor de una hoguera o las anécdotas que nos repetimos continuamente porque nos parecen graciosas. Todo eso, se acabó. Las canciones ya no suelen tener ni presentación, ni nudo, ni desenlace. Y mucho menos, moraleja.
Por eso, me alegra sobremanera cuando descubro una canción que recupera las viejas premisas y nos cuenta una historia desde el principio hasta el final, con un protagonista, unos secundarios y una trama. Canciones que podían ser el germen de una película. Canciones con vida, como los buenos libros. Canciones que tienen moraleja. No conozco demasiadas que cumplan los requisitos, así que cuando descubro una canción-historia que me apasiona, suele ocupar un lugar privilegiado en mi memoria. Estas son algunas de mis favoritas:
Nacho Vegas: Historia de un perdedor
El título lo dice todo. Vegas nos expone la historia de un desgraciado que en su camino por demostrar su valía, se encuentra con obstáculos –en forma de personajes- que dificultan su misión. Mención especial para el personaje de ‘El loco Tomás’, todo un mito para mí, y que sin duda se haría famoso si Tarantino lo convirtiera en un ente cinematográfico. Al final, nuestro personaje acepta su destino: es un perdedor y siempre lo será, aunque necesite que le empalen y de un bonito tatuaje para comprenderlo. Eso sí, perdedor pero no tonto: tratará de sacar provecho a su desgracia.
Moralejas: Todo en la vida tiene un precio/ La vida nunca es fácil/ Siempre puedes hacer algo con tu vida, seas como seas.
Niños Mutantes: El campesino
Un auténtico dramón. Un cuento muy cruel sobre las putadas que nos depara la vida. Cuenta la historia de un campesino que siempre había soñado con un ciprés. Finalmente, y cuando no tenía ninguna esperanza, lo consigue. Pero una vez lo tiene, y lo disfruta, ocurre un problema, y tiene que tomar una decisión que marcará el resto de su vida. ¿Cómo lo ves? ¿El ciprés o la casa? ¿La casa o el ciprés? Y mientras lo está pensando, los niños gritan y gritan…
Moralejas: en la vida no se pude tener todo / la vida es una mierda.
Albert Pla: Joaquín el Necio
Esta ocupa un lugar especial. Es la canción con la que más me he reído en mi vida, y lo sigo haciendo, pese a haberla escuchado infinitas veces. Lo tiene todo: personajes carismáticos, una historia de drama y pasión y un final esperpéntico. Albert Pla nos relata la triste historia de Joaquín el Necio, zapatero remendón, hombre de ideas fijas y muy español que sospecha que su mujer tiene un affaire con un ‘negro’. Sus sospechas –no utiliza la presunción de inocencia y califica a su mujer de puta- hacen que enloquezca y planea una venganza perfecta. Pero una vez ejecutada, se da cuenta de que su mujer no es tan puta como creía.
Joaquín el Necio no entiende nada, pero todo el bar, en un momento que me imagino como el final apoteósico perfecto, el súmmum mágico de un musical de Broadway, deja los vasos, se pone en pie y le cantan al pobre Joaquín –en un magistral cambio de ritmo rumbero- la solución del problema. Resultó que lo que el negro tenía grande no era su miembro viril. Esa su corazón.
Moraleja: no hay que creer en los estereotipos (o sea, no todos los negros la tienen grande).
Estas son algunas de las canciones de este tipo que más me gustan. No son famosas, nunca han sido hits, pero ahí están, escondidas, esperando a que la gente las disfrute. Es lo mismo que ocurre, en definitiva, con las buenas historias.