La elección de Withor

GRACE JONES – LA VIE EN ROSE

Mi amigo Viktor, francés de padre croata, apenas llevaba una semana en Barcelona y ya era capaz de mantener conversaciones en castellano, atreviéndose incluso con algún subjuntivo. La mujer irlandesa con la que conviví durante unos meses en Londres nunca creyó que mi amigo Óscar fuese español (concretamente, de San Lorenzo del Escorial) y juraba y perjuraba que con ese acento tenía que ser escocés. Una exnovia, con apenas dos meses de estancia en Italia, ya sabía diferenciar todos los tics toscanos que diferenciaban el italiano de esa zona del considerado como estándar. Todos ellos tienen algo que yo siempre he anhelado: un don innato para las lenguas.

Para mí es algo innato, que va mucho más allá del manido ‘tener que soltarse’. No se trata de vergüenza, sino de una capacidad impropia de aprender palabras y saber pronunciarlas y usarlas correctamente. Yo para eso, y lo reconozco con pesadumbre, soy un negado (de hecho, mis dificultades para pronunciar correctamente ‘Valls’ van en aumento).

Pese a todo, esta semana me metí en una clase de francés de dos horas y media de duración sin saber nada del idioma vecino más allá de merci o je m’appelle. No me enteré de nada, aunque me reconforta que mis compañeros de aula, con cinco clases a sus espaldas, tampoco parecían hijos de Poetou-Chérentes. El reto está ahí. Es arriesgado pero… Que puis-je faire?.