La Inercia sigue con su rollo de movimiento perpetuo hasta que no encuentre resistencia o fuerza que se le oponga, aunque sea verano y no haya nadie al otro lado. No ganaremos ninguna medalla olímpica (al menos, no hasta que acepten el korfbol en los Juegos) pero nadie dirá que les hemos dejado sin sus tres canciones.

La elección de V the Wanderer

THE FRATELLIS – CHELSEA DAGGER

Los himnos del deporte son los anticlásicos del rock. Asómese a la ventana y podrá aspirar el olor a quemazón de ‘We are the champions’, ‘Thunderstruck’ o ‘Eye of the tiger’ llegando desde algún torneo local de mala muerte. Tópicos de estadio, sí, entre los que podríamos encajar este tarareo facilón que ya es santo y seña de hooligans borrachos. Pese a todo, aún le encuentro llama a la historia de la señorita Dagger; aún me sirve para un trote animoso de tanto en cuanto, y eso que los Fratellis no pasan de medianía del brit-rock moderno.

Nos zampamos Cano y yo las cuatro horazas de ceremonia de los Juegos Olímpicos, con Boyle gustándose y pareciéndose a Valerio Lazarov en cuanto se abre plano. Envidio la celebración del orgullo inglés: cultura, humor, internet, sanidad pública, aglutinamiento de naciones, música, rock, Bowie, punk, cine, literatura, progreso. Así casi llega a entender uno lo que significa ser patriota. En medio de ese despliegue, un magnífico sketch de Mr. Bean a ritmo de Vangelis y su ya trillado tema para ‘Chariots of fire’.

Me hace pensar en himnos del deporte, en tópicos de evento atlético popular, en música de meta. También en otra peli británica sobre el asunto del correr: ‘Run, fatboy, run’ (que me cae mil veces mejor que el peñazo olímpico de los carros) en la que Simon Pegg da sus primeros y torpes pasos hacia la maratón londinense a ritmo de esta tonada. Hasta con esa intranscendente comedia y con este genérico hit le dan a uno ganas de aplaudir a la pérfida Albión. Hasta haciendo anticlásicos cansinos son buenos, los puercos.

La elección de Raúl

ESTOPA – ESTOPA

Sería tal fin de semana como este, el primero de agosto, pero de hace 12 años, y serían las ferias del pueblo de mis padres. Desde mi casa, al otro lado del río, se escuchaba lo que pinchaban en la discoteca: una noche de recurso fácil el dj, de King África a Fórmula Abierta, dejó el piloto automático y giró, enterito, todo el primer disco de Estopa, aquel que vendió 1.200.000 copias (ahí, del tirón, sin complejos; háblale tú al pinchadiscos de fade out y fade in, de subidas, bajadas y bpm). Cuando el CD dio toda la vuelta y volvió a sonar la pista 1, el público ya se rebeló, porque aquello no era plan, por mucho que España entera cantara aquellas canciones y que la calle estuviera de lado de los hermanos Muñoz.

Todos conocemos su historia, sus vidas de éxito fácil y poco común: el pelotazo de rock rumbeado les sirvió para dejar la cadena de montaje de la Seat, y de Cornellà a conquistar Hispanoamérica y a girar luego con los músicos de Sabina. Lograron, sin buscarlo ni quererlo, algo insólito: que la maqueta previa de aquel debut, como un outtake destartalado y amateur, saliera a la luz y medio país traficara con ella.

A Estopa, que cuando sacan disco son unos cansinos que salen hasta en la sopa, les pierde, por fórmula magreada, los homenajes a Camarón y las historias de barrio, esos retratos costumbristas de la periferia con retrato de yonqui incluido; derivas que una vez me acabaron aburriendo. Pero en aquellas 12 primeras canciones estaba ésta, homónima del grupo y del álbum, peculiar y rara: una letra plagada de esdrújulas, el juego con los acentos, la temática sexual y hasta el comentario de texto, el meta-análisis de la coctelera Estopa que nacía y que crecería después. Con el cajón flamenco a un lado, se impone una leve base y alguna guitarra retorciéndose en un solo de querencia heavy. En suma, laberintos en el lenguaje y manejos de léxico bastante por encima de la media, un experimento que (fue inevitable) entonces pasó desapercibido entre las alargadas sombras de rajas de faldas y guiños a los Chichos.

La elección de Withor

KAVINSKY – NIGHTCALL

Sí padre. Lo confieso. Yo también me flipé con Drive.  ¿Acaso alguien no lo hizo? ¿Conoce usted a algún ser capaz de soportar ese tremendo hype? Padre, usted lo sabe, yo soy humano. Y me pasó como a tantos que sucumbimos. Empezamos a escuchar que si obra maestra por aquí, que si película de culto por allá, que si no ganará el Oscar pero se la merece, y toda esa sarta de proclamas semiconvincentes pero que a fuerza de repetirse tumban el sentido común del más pintado.

Y la chaqueta… Esa chaqueta de matón de barrio, pero con estilo; ridícula, pero hipnótica; tan hortera como fascinante. Nunca el bien y el mal estuvieron tan cercanos como en esa chaqueta. Y padre, no lo olvide: el palillo, que también hace lo suyo; la chica, que de tan normal y cercana que parece uno no puede evitar ponerse pinochet; ese aire, ese estilo, esa sensación de estar algo viendo diferente aunque en el fondo sea más de lo mismo. Y la música… Padre, usted lo sabe tan bien como yo. Que si nos dicen que es película de Antena 3 la hubiéramos visto pero no lo hubiéramos confesado. Pero no. Caímos en la trampa y proclamamos a los cuatro vientos que película de culto, pero desde ya mismito.

Yo ya me he desintoxicado. He visto la luz. Ya lo puedo gritar: ¡Padre, no me joda, Drive está muy bien, pero tampoco es para tanto!.