Tal vez no lo sepan, pero hemos cumplido tres añazos. 36 meses surfeando las redes, tantos días navegando los canales de la información, nosecuántas horas dándole a las teclas, etcétera. Por eso, nos expandimos: a partir de ahora podrán encontrarnos en Terra, en Geocities, en Olé, en Ozú, en el chat de IRC-Hispano y en los portales más selectos de Arpanet. La Inercia, siempre a la última. ¿Qué tal está eso de MySpace?

La elección de V the Wanderer

MAMÁ LADILLA – SUCEDIÓ EN BECKELAR

Insiste Pérez guión Reverte en que en este país los reyes siempre han muerto agustito en su cama y la escasa lista de regicidios y magnicidios de nuestra perra historia viene a darle la razón. Cánovas del Castillo, el tipo ése de la estatua ecuestre de Reus y el comendador de Fuenteovejuna, señor; poco más. Y no será por la ejemplaridad de nuestros poderosos y mandantes: se nos viene dando bien, desde largo y con consistencia, elevar a los tronos literales o figurados a lo más patán y ladino de nuestra producción genética. A veces hasta los hemos importado de fuera.

Me recuerda el brillante filósofo y humano Martín Patrocinio Guerrero el infausto devenir de don Miguel Cayetano Soler, quien fuera ministro de Hacienda durante el gobierno de Godoy. Al probe Miguel lo pasaron por el cuchillo en 1808 en justo, noble y labriego pago por una subida de impuestos que dejó a toda la economía patria tiritando.

Y luego está el Príncipe Valiente, valiente cobardica, del reino de Beckelar, cuyos padeceres relata Juan Abarca con su habitual socarronería y riqueza lingüística. Y los diez mil republicanos que practicaron el medievo con su tal. Que a saber por qué me estoy acordando yo de todo ésto.

La elección de Raúl

ELBOSCO – NIRVANA

No tienten a un productor musical con una mezcla imposible, que si se emperra la hará vendible, aunque haya que llevar el estudio de grabación al Monasterio de Silos o forzar a los monjes budistas del Garraf a que saquen disco. Entre otros, no le propongan el desafío a Luis Cobos, que algo así hizo en 1995: juntó a la coral de la Escolanía del Valle de los Caídos y a unos cuantos instrumentistas y pegó el pelotazo ‘new age’. Colocó el hit en el primer disco que me compré en mi vida, ‘Boom 11’, en anuncios de televisión, películas, y en todo el mundo. A veces la frontera entre el ojo clínico y la suerte es muy fina.

La canción envejece raruna, normal si se ven los ingredientes: las voces blancas de chiquillos de educación en santuario franquista, la música canónica, los sintetizadores, y los tonos dances, que batidos con el canto gregoriano infantil le dieron una trascendencia espiritual y barata que me sedujo, simplista de mí, a los 12 años. Cuatro imágenes de naturaleza y alusiones al universo mientras se cuela algún que otro dios en un verso, y ya enfilamos los derroteros de la filosofía de baratija y el panteísmo comercial y mascadito, bien accesible para todos. A eso le añadimos una letra en latín extraída del Evangelio según San Lucas y un pasaje en inglés la mar de techno-pop femenino, un poco Blanco&Negro mix.

El resultado es un invento que, de tan retorcido y pseudoreligioso, puede hasta funcionar. Después de la ruleta de elementos, la cosa acababa, al fin, con el puto Luis Cobos encolomándonos de nuevo una moto grande. No había que subestimarle. Si no (y ya caricaturizo), denle a los laringectomizados, que hasta es capaz el tío de encerrarles dos tardes con una orquesta y colocarlos en dos meses en Cadena Dial.

La elección de Withor

GIGI D’AGOSTINO – CARILLON

Algunos de mis amigos iban a un garito llamado Mancuco, aún sabiendo que había riesgo de recibir un navajazo en cualquier momento, única y exclusivamente porque «es el único local del Puerto en el que ponen Carillon».

Una italiana me confesó una vez que no le gustaba Gigi D’Agostino porque «en Italia, está considerado como música para niños». Eso sí, me reconoció que Carillon «non c’è male».

El sábado pasado, un completo desconocido me pidió perdón porque no pudo cumplir su promesa. Dos semanas antes, durante una despedida de soltero, y dos o tres minutos después de conocernos, me prometió, obvio estado etílico mediante, que en la boda de Joan pondría Carillon. «En su día pagué 10.000 pelas por el vinilo», me confiesa. Ambos coincidimos, después de un intenso debate a la luz de los focos, que es su mejor canción. Al final, no pudo ser. «Cuando iba a ponerla, me han dicho unos familiares que aún no había sonado Paquito el Chocolatero. Y que una boda sin Paquito el Chocolatero no es una boda», se excusó, no sin razón.

Tres anécdotas todavía no olvidadas con una canción como nexo. No dará para libro, ni quizás para película, pero creo que es suficiente como para quitarme un #trescanciones de encima.