Pasó gran parte de su infancia y adolescencia interno en un colegio del Opus y por eso, dice Kadmon, puede ver en la gente “liberada” las cadenas que han elegido arrastrar. Por eso también, todas las novelas de este autor leridano, que escribe desde la periferia, abordan la creencia como tema principal, desde una lectura crítica, eminentemente simbólica, en donde las referencias a autores como Juan Benet se mezclan con las letras de rap, la teología y el humor más delirante y crudo. Concebida como un homenaje al escritor Javier Tomeo, su segunda novela, Teodoro Malventura y los parásitos de Alse-V (Editorial Pathosformel, 2016), narra las peripecias de un taxista espacial que transporta a alienígenas y humanos por las calles de Barcelona.

Albert Kadmon

Foto: Cristina Ortiz Portillo

Teodoro Malventura es un tipo bebedor y bastante patético, pero todo el que recoge acaba por contarle su vida. ¿Será que los taxis son los nuevos confesionarios?

Es la persona más solitaria que podía imaginar y muy triste, tanto que por eso resulta gracioso, pero es normal en su oficio que la gente acabe contándole sus problemas, le pasa lo mismo a los peluqueros. Si estás un tiempo encerrado con alguien terminas por conocer su vida y sus secretos, y es muy humano. Piensas en algo y tarde o temprano debes decirlo, es una de las trampas de la confesión cristiana.

Pero además la muerte de su madre devorada por parásitos extraterrestres lo convierte en un nihilista…

Para Teodoro el olvido es perdón. Eso una de las cosas que me planteé en la novela, porque cuando escribo quiero saber también el final, y sabía que debía enfrentarse a la historia con su madre. Si el útero materno es lo más parecido que hay al Cielo para personas como él, tras la desaparición de la madre no hay Nada, por eso entra en crisis.

A mí me obsesionaba muchísimo lo que me explicó un cura de niño. Dijo que el más allá era una sala de cine con toda la humanidad como espectadores y que iban proyectando películas de la vida de todos, y eso me parece angustioso. Si piensas que no hay nada es incluso liberador, porque nadie va a descubrir tus secretos o psicoanalizarlos.

Lo me recuerda una de las muchas historias que mencionas en el libro, la de Lupa Stellis. Dices que sólo los ratoncillos que no saben cuáles son los límites de su jaula quieren sobrevivir.

Es que la esperanza es un defecto, al menos al modo aristotélico. Cuando tengo el día nihilista me gusta explicar que en el mito original de la caja de Pandora la esperanza es el único mal que no sale de la caja.

¿Es compatible ser políticamente comprometido con entender la esperanza como un defecto?

De hecho me parece razonable. El que espera tiene fe en que mañana cambiará algo, mientras que el que sabe que la esperanza es un defecto quiere cambiar el mundo ahora.

Desde el principio revelas que el libro es un homenaje a Javier Tomeo. ¿Por qué? ¿Cuánto de su obra y su universo hay en esta nouvelle?

Cuando leí sus novelas me di cuenta de que había cosas que quería hacer y él las hacía mejor, pero me costó encontrar todos sus libros porque muchos estaban descatalogadas en su momento. Pensé que se merecía un homenaje; es un autor periférico que estuvo en el centro del campo cultural y llegó a publicarlo Anagrama, e incluso se adaptó una de sus novelas al cine, pero el mecanismo capitalista volvió a sacarlo del campo.

Hay muchos guiños al universo de Tomeo en el libro, como los insectos, las cartas, escenas donde aparece la televisión o los sueños con palomas. También la relación con las mujeres, que en Tomeo suelen ser monstruosas, está muy presente y el que sea una novela cíclica basada en la cotidianidad.

Hablas de autores que están en el centro del territorio cultural y otros en la periferia. Tú también eres un autor periférico…

Sí, y además en más de un sentido. La novela se sitúa en Barcelona y creo que si hubiese nacido aquí no podría escribir sobre esta ciudad. En Lleida todavía hay parejas gays que no se cogen de la mano por la calle y la población inmigrante es de otro tipo, todas estas cosas me permiten ver Barcelona de otra manera.

Los clientes alienígenas de la novela parecen más humanos que los propios seres humanos, incluso diría que son más conscientes de sus problemas y de los del mundo. ¿Hay que ser un poco alien para tener una visión amplia de la vida?

Y más cómoda. Yo, desde luego, preferiría ser un Skrull a un hombre, sólo me tendría que preocupar de adorar a mi reina Skrull y comer humanos. Ser hombre implica demasiadas cosas y por eso creo que la gente tiene más máscaras y renuncia a etiquetas de hombre o mujer como hace el movimiento ‘queer’. Abandonar algo siempre me ha parecido bellísimo.

Alguna vez has explicado que viviste interno en un colegio del Opus. ¿Cómo ha influido la experiencia en ésta y otras novelas?

El punto ciego de todos mis libros es el tema de las creencias y cómo, tanto si son buenas como malas, nos cambian la vida de forma invisible y reglada. Las creencias nos controlan como a un títere y el hecho de haber estado en una secta te permite ver las cadenas que arrastra de forma voluntaria la gente “liberada”, desde hacerte vegano o jainista a vivir una sexualidad cristiana sin serlo.

Por ejemplo, en la novela la frase ‘hic sunt dracones’ (aquí hay dragones) se repite muy a menudo. Por una parte, si entendemos la realidad como un mapa y dibujamos un dragón en un terreno sin cartografiar estamos convirtiéndolo en tabú, pero también tiene que ver con algo más personal. En el Opus llaman ‘industrias humanas’ a símbolos en el mobiliario que hacen que te acuerdes de rezar por alguien, entre otras cosas. Una de estas industrias humanas son los mapas con el ‘hic sunt dracones’ dibujado, que simboliza la conquista de territorio del Opus año tras año. A mí me daba mucho miedo y quise convertirlo en parte de mi mitología.

La editorial Cerbero publica este mes la nueva nouvelle de Albert Kadmon, Ciudad Tumba, una historia de terror lovecraftiano.

Podrás encontrar más sobre ésta y otras novelas en su blog Kadmonidas.