Calamaros hay doscientosmil en uno: el rock star, el frontman de banda, el cantautor de masas, el sastre de hits poperos, el tanguero, el flamenco, el sudamericano y el excéntrico vomitador de rarezas; es en esa última faceta en la que quiero reparar, y alargar la etiqueta al rol de compositor frenético, enloquecido y doméstico, que despacha canciones al filo de lo audible y desafía al fan más acérrimo a salvar la barrera de la infumabilidad.

Dos discos resumen el ‘horror vacui’ de Calamaro. El primero de ellos es el mastodóntico ‘El salmón’ (2000), rugosísimo desde la portada (la asquerosa cabeza de un pescado) y sólo digerible a sorbos. Como diseccionar los cinco discos (¡103 canciones!) nos llevaría eternidad y media, baste una aproximación tangencial. Disco 4, canción 14, una versión de ‘No woman no cry’. Ingredientes: voz desafinadísima, sepultada entre distorsión y acompañada de una impresionante base house. Y el amigo Calamaro justifica la descomunal ida de olla: “Suena bien Pacha pero es que Marley actuó en Ibiza, así que todo bien ¿no?”.

El siguiente track está compuesto por siglas: C.N.I.M.Q.U.C.D.P., que significan: ‘Cuando nada importa menos que un corte de pelo’. Ésa es toda la letra de una ¿canción? febril, escalonada por alaridos y una percusión machacona. Aguantar hasta el 3’43’’ es una quimera. Pruébenlo.

La paranoia salpica también el CD 3, en la reivindicativa y muy argentina ‘Reality bomb’, con tintes raperos y un fondo musical que parece el de unos altos hornos a pleno rendimiento. En ‘Freaks’ (disco 2) canta “la locura me da miedo”. Pues eso mismo: 6’21’’ de guitarras sucias, un ritmo contundente, pesado y nada elaborado (y ojo al grito tenebroso en 5’31’’). La maratón salmoniana se rubrica con ‘Paraísos perdidos’ (disco 5), donde se agolpan sonoridades escuchadas en otras canciones, como de ensayos que no llegan ni a maqueta: una voz de Sinatra por un lado, la de Calamaro incomprensible por lo grave y forzada que está y vientos deslavazados para acabar con la frase: “No sé qué funeral quiero pero lo quiero ya”.

Yo, que pensaba que el tope estaba en ese 20% de canciones de ‘El salmón’ que son esperpentos, me he topado con el disco 5 del recopilatorio ‘Andrés. Obras incompletas’ (2009). He aquí sólo una sucinta selección de la parte más oscura del argentino entre los años 2000-04, período tóxico y de composición enfermiza encerrado en hoteles de Buenos Aires. La palma de la vergüenza ajena se la lleva ‘Rivothriller’, una colección de los efectos secundarios de un medicamento: “Alteración de la conducta, temblor, vértigo, depresión (…) palpitaciones, anorexia, diarrea, náusea”. La primera canción de la historia hecha con un prospecto me recuerda a la coña esa de musicar y cantar la composición del champú en el lavabo.

La cosa daría para más pero acabemos con ‘Manifiesto común’, el cenit de la anticanción: de nuevo, voz grave y con toneladas de efectos que va diciendo palabras (“someter, subyugar, timidez, lujurioso, probable”), y una guitarrilla flamenca de fondo que no viene a cuento. Un coñazo, vamos, que la ‘secta calamaro’ aceptamos por la curiosidad del experimento, por el capricho del artista sin filtro. Y la versión de Bob Marley, en serio, sí que merece la pena, valga la flipada y aunque al principio, claro está, tire para atrás.

P.D. Segundo post y ya estoy hablando de Calamaro. Previsible soy…

raul