Tienen talento. La tele británica tiene un talento de cojones. Si ya lo saben, o les aburre escuchar la cantinela de nuevo, vayan directamente al salto. Porque joder, menudo talento. No voy a ponerme a alabar Dead Set, Screenwipe, Spaced, Brasseye o Phonejacker: sería demasiado fácil. (Y esto es un blog de música, ostias.) Voy a reconocer lo asombrosamente bien hecho que está un programa que no me gusta, y que para colmo pertenece a un tipo de televisión que desgracia la música y la propia televisión: Britain’s Got Talent.
Lo de Britain’s Got Talent huele a fórmula de lejos, pero tan bien parido que sobrecoge al más cínico. Es lo de siempre, pero con un halo de grandeza, de bigger than life, que apabulla. El malo es un malo de verdad, de los que amamos odiar, la tiabuena posa hasta para respirar, y las demostraciones de ese talento que tiene Britain son explosiones, hecatombes sacras de justicia poética. La máxima expresión del perdedor convertido en manifestación divina, del zero to hero. Yo he visto a verdaderos desalmados llorar con el debut de Paul Potts.
Y esa es la clave: tanta honestidad que no puede ser una operación cínica. Hacer ver que, por cojones, se lo tienen que creer. Un loser gordo, feo y apocado sale a enfrentarse a un jurado impávido y despiadado y a un público escéptico. Abre la boca, hace un poco el ridículo, pero cae bien. Es un fracasado entrañable, aunque sus ambiciones suenen desmedidas. Criaturica, nos decimos. Tras someterse al escarnio, arranca la prueba: las grúas mueven las cámaras sobre un público que contiene el aliento, las luces elevan a nuestro protagonista. Comienza el pasmo.
El éxtasis, la epifanía, nos arrebatan. La humildísima figura que había en el escenario se resquebraja como una crisálida para dejar paso a un epatador estallido de talento. El jurado está a un paso del llanto; el público se revienta las manos aplaudiendo. Y nosotros, espectadores, acabamos la pieza sobrecogidos y con una sonrisa boba en los labios. Hemos aprendido una valiosa lección sobre los prejuicios. El mundo es un lugar mejor para vivir.
Reconozco que me emociono con estos videos. Las miradas de asombro y sonrisas tiernas del jurado (¡el jurado!), los hiperbólicos elogios, la modestia de sus protagonistas… Mientras aquí nos tenemos que conformar con villanos de opereta y revelaciones de medio pelo, en el Reino Unido todo es explosivo, abrumador. Cogen el lenguaje televisivo y usan cada mínimo elemento para empaquetar unas píldoras de épica concentradísimas. Ni siquiera hace falta conocer el programa: todo empieza y acaba en cinco minutos, la frustración y el éxito.
Tras Potts y Boyles, la rueda devoradora de talentos-sorpresa sigue girando. Esta vez no se trata de épica de lírica y gran opera (esa opera que tanto empeño tiene Simon Cowell, el villano de la función, en poner a criar con el pop más facilón: sí, este tío está detrás de Il Divo), esta vez no se trata del feo y tímido superdotado. Sabían que no podían repetir la misma jugada en tres ocasiones, así que en X Factor nos colocan al colega suelto y simpaticón que canta bien y que todo el mundo se llevaría de cañas: Danyl Johnston es más mundano y buenrollista, y quizá por eso Cowell tiene que rizar el rizo de la hipérbole para convencernos de que su actuación es algo fuera de lo común. Tal vez esta vez la jugada no funcione, vayan a saber.
¿Que queda cuando el dominio del lenguaje es tan absoluto que se puede manipular al espectador sin despeinarse? Como siempre, la parodia. Con sus bolas británicas sobre la mesa, el humorista Peter Kay entendió que el concurso musical sólo se podía parodiar haciendo una gala que fuera casi, casi idéntica al modelo. Vamos, que se ridiculizara solo. Britain’s Got the Pop Factor and Possibly a New Celebrity Jesus Christ Soapstar Superstar Strictly on Ice, además de lucir un interminable título, se parece tanto, tanto al original que aún no he conseguido asegurarme de que realmente sea una broma. El propio Kay interpreta a Geraldine, una transexual trasunto de los Potts y Boyles que tiene a su público (ficticio) enamorado.
La sátira me parece acertadísima, inmejorable, pero dejenme contarles un secreto: todo está tan bien hecho que a veces tengo que refrenar mi emoción también con Geraldine. La oronda transexual de horrible voz no está ganando nada, me digo, aunque quizá tampoco lo hayan hecho Potts y compañía. Qué importa, la factoría seguirá empaquetando épicas. Preparen sus klínex.
V the Wanderer