Si el cine tiene los cortos y la literatura los relatos breves, ¿por qué todos los videojuegos deberían durar decenas de horas? En Shortplay defendemos y recomendamos obras interactivas breves, de entre unos pocos minutos y algunas horas, que se pueden abordar de una sola pieza, sin prisas pero sin esclavizarnos durante semanas. Si no juegas, ya no será porque no tengas tiempo.
Papers, please (Lucas Pope, 2013)
PC, Mac, iOS, PlayStation Vita
5-8 horas
Estas líneas, que llegan con un lustro de retraso, surgen de la necesidad de aplaudir uno de los grandes logros del medio videojueguil para quien las firma. Me refiero a la reivindicación de la burocracia como una disciplina (soy cobarde; donde ahora se lee disciplina existió la palabra arte) que puede (y debe) ser una fuente de diversión para quien la practica.
La ciencia del papelorio (término magnífico por desgracia en desuso debido al auge del más vulgar papeleo) arrastra desde hace siglos el sambenito de ser tediosa, aburrida, insípida. Si cuenta con una amplia aceptación social es por su conveniencia, pero no se piensa en ella en términos de diversión (o de belleza). El estigma se ha asignado de manera injusta, pero aún no es tarde si se trata de pedir perdón y reconocer que la burocracia nos puede hacer más felices.
La diversión, en el contexto de documentos nacionales, pasaportes, certificados varios y visados que aparecen en Papers, please, es la generación de estrés. No es revolucionario ni un futuro eslabón del videojuego, al fin y al cabo, casi todos beben de la misma fuente: la tensión de disparar al enemigo, de no saltar al vacío, de encestar el triple decisivo… Papers, please no deja de ser una carrera contra el reloj en la que tenemos que ir lo más rápido posible y sin equivocarnos. Un error se perdona; si se cometen dos, Siberia será nuestro destino.
Nadie dijo que ser inspector de inmigración de aduanas en la fría Arstotzka fuese un trabajo sencillo. La gloria o el fracaso se subordinan a la capacidad de analizar y comparar números, letras y caras. Aquí hemos venido a revisar documentos y estudiar la legislación vigente. A no confundir treses con ochos, ni enes con emes. A comparar rostros nerviosos con sus supuestas fotografías. El estrés (y la diversión) es tener siete credenciales distintas ante nuestros ojos que pueden resultar o no falsas, o releer el reglamento específico de inmigración para los ciudadanos de la nación enemiga Kolechia. Hay algo de estudiar la carrera de Derecho en Papers, please.
En la adrenalina encontramos la virtud y la deficiencia del juego. Tras varios días denegando visados en la frontera, con ojos cansados y demasiados cafés amargos, entendí que aquel era un trabajo real. La tensión en aquella pequeña cabina metálica y soviética era tal que la línea entre diversión y responsabilidad, entre realidad y ficción, se hizo invisible. Papers, please se convirtió en un segundo empleo. Sin nómina, sin cotización y sin contrato, pero no por ello menos empleo. Mi vida convertida en una premisa literaria saramaguiana. Esta locura transitoria desapareció cuando acabé el juego. Agradecí su brevedad.
Ya al final del camino, con los traumas superados, pienso en mi experiencia con Papers, please. Concluyo que ser funcionario soviético es como la vida misma: bonito y divertido, pero complicado de cojones.