Hay primeras veces que no son primerizas en absoluto. Ahí tenemos a Febrero, con su primer disco y una larga trayectoria detrás, inaugurando un local (Les Golfes) de múltiples vidas pasadas, a los inercios, por primera vez reunidos en un concierto. Nada nuevo, pero el aire está cargado de la electricidad de las primeras veces, de promesas de futuro y ganas de optimismo. Lean aquí cómo fue esta noche de hace ya dos semanas, ¡ah, Internet, feudo de la inmediatez!

FEBRERO SEGÚN RAÚL

Que en esta ciudad abran un garito es, de inicio, una buena noticia, un evento para brindar con sorpresa, serpentinas y recelo por el futuro. Fue la primera vez que acudía a una inauguración de un local y la noche tuvo algo casi de acontecimiento social, de reunión primeriza a ver qué tal. Tuve el honor y el azar de ser el primer visitante de Les Golfes Club. Estaba en la entrada, de cháchara previa para hacer tiempo, cuando dijeron ‘ya se puede pasar’, y me encaminé hacia la puerta como el que no quiere la cosa, no como una señora loca de las rebajas, no como un gris que lleva toda la noche a la puerta del Corte Inglés, no como una niñata torbellino en el torno del Palau Sant Jordi.

Crucé primero el umbral y no hubo entrevistador dentro, pero sí una ronda gratis de mojitos, conversaciones de esto y lo otro, algún reencuentro, caras conocidas, un concierto estupendo con el impecable pop Febrero, mucho público y una cortina como único elemento diferenciador del local anteriormente conocido como Loop. Fue la primera vez que en el sitio post-zero por excelencia, el pub de la estridencia industrial (un poco el abismo también) sonaron Boney M, Blondie, New Order, todo ochenta en vena, bailable, bien, esperanzador.


FEBRERO SEGÚN V

Ver a Febrero es algo así como estar en casa. Me los he encontrado en Santa Tecla, en el CambriRock, en el Palmfest, teloneando a Loquillo en Cambrils. He hablado de ellos con algunos de mis conciudadanos más melómanos, he escuchado sus EPs, adelantos y crecimientos. Son el amable rumor de fondo de una ciudad que no acaba de explotar musicalmente, pese a la batalla constante de muchos.

El público está como en casa, desde luego. Bromean, cantan, saltan, aplauden, hacen reír a la banda en medio de una canción. «Es que no sabes lo que se oía por la primera fila», me confiesa luego Adrián, su voz cantante. También yo estoy como en casa: nos reunimos, por azar, los cuatro inercios, Laura, Jordi (cómplice involuntario de muchas de nuestras escapadas), Jose (a quien por fin conseguimos arrastrar a un concierto; el anterior fue el Fary en Zaragoza) y Fer. Agradable familiaridad.

Suenan las que todos nos sabemos: ‘Llueven kamikazes’, ‘Autos de choque’, ‘Montañas rusas’, ‘Fin del mundo’… Himnos de la alegría medio realista, de no pasarse tampoco de euforia pero huir de las caras largas. Temas que ahora ya tienen casa y cara, en ese ‘El abismo’ de portada minimalista y conceptual nada pedante. (Cómprenlo, amigos.)

Noche de Febrero en Tarragona, sale algo similar al retrato de un universo. Viendo la pasión y las ganas, atisbo la ciudad que podría y debería ser o, con una formulación más optimista, la que es por un rato. No me molesta que Febrero sean nuestros embajadores, y así se lo digo a ellos. Se lo han ganado con los años, la constancia y el saber hacerlo bien fuera y dentro. Este primer concierto tras la salida de ‘El abismo’ suena a disparo. «Critica todo lo que quieras», me anima Adrián, pero no hay nada que criticar: Febrero, los de casa, saltan ahora a otras ligas, y esta noche no queda más que desearles buen viaje.