Un tipo machista y misógino, pero con gracia. El guardián de la unidad nacional. El avispado presentador de televisión y cantante, adalid de las señoras entradas en carnes y años. Así es Bertín Osborne, así es el modelo televisivo público que tenemos en España desde hace años. Un modelo instalado en el conservadurismo social, en el entretenimiento inocuo, en la desfachatez intelectual, como diría Sánchez Cuenca, en la estupidez audiovisual. Pocas ventanas quedan ya para la esperanza. Una de ellas aparece con fuerza, como un diminuto grano de arena en mitad del desierto. ¿Sería posible que los directivos de TVE se inspiraran, aunque sólo fuera un poquito, en la frescura y la innovación que aporta el festival Miniput? ¿Que adaptaran, o incluso copiaran directamente, algunos de los formatos que las televisiones públicas del resto del mundo estrenan con tanto éxito de público y crítica?
El Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) acogió, un año más, un festival convertido en auténtico referente del sector, tanto para los profesionales como los alumnos de diversas universidades catalanes -la URV entre ellas. Resaltar el atrevimiento de las propuestas televisivas que se proyectan en el Miniput es evidente, apostar por formatos críticos para con la sociedad, ya no lo es tanto. Porque muchas de las propuestas de televisiones públicas de Holanda, Bélgica, Japón, Dinamarca o Ecuador empujan al público hacia reflexiones incómodas, que subvierten la idea de desconexión, sofá y pequeña pantalla. Aquí va un repaso de lo visto.
El director de BTV, Sergi Vicente, presentó una de las sesiones más interesantes del día, centrada en el concepto de privacidad. Como si de un capítulo de Black Mirror se tratara, Super Stream me prosigue la vida de dos jóvenes cineastas holandeses, de forma ininterrumpida y durante 15 días, para explorar su comportamiento al verse expuestos ante el gran hermano acusador que es Internet. ¿Si no tuviéramos privacidad, cambiaríamos nuestro comportamiento?¿Soportaríamos que juzgaran cada una de nuestras acciones? La experiencia de los dos protagonistas es de todo menos reconfortante. La audiencia acaba modelando los personajes hasta convertirlos en auténticos juguetes rotos, en una contradicción de sí mismos. Moraleja: La exposición excesiva de nuestra privacidad es ilógica, aunque la sociedad actual la fomente.
Mírenlos, a punto de someterse al escrutinio de la audiencia
También resultó revelador el siguiente programa, emitido en el canal TV2 de Dinamarca. Adicted to my phone son dos piezas audiovisuales que analizan la relación de dependencia con respecto a los teléfonos móviles, así como los peligros que rodean las aplicaciones de grandes empresas, programadas para extraer de forma legal nuestros datos personales. Con un simple mecanismo informático, el director del formato, Dennis Kragelund, demuestra la facilidad con la que cedemos una información clave para dirigir campañas publicitarias. No somos ni mucho menos conscientes del poder que albergan Facebook o Google gracias a las aplicaciones que ofrecen, capaces de extraer nuestras conversaciones de WhatsApp o encender el GPS para localizarnos. ¿Es el inicio de un futuro distópico, conformado por grandes corporaciones que controlen completamente nuestras vidas?
Es probable que Tim y Erik, los dos protagonistas de la comedia holandesa Rundfunk, huyan de este tipo de reflexiones. Sin embargo, tejen una serie de gags violentos, extremos, negrísimos, hasta cierto punto, ofensivos. Pero funcionan, y de qué manera. Carcajadas del público, incredulidad, al ver como una profesora dibuja un manubrio con todo detalle en la pizarra, el responsable de gimnasia trata de animal para abajo a un nuevo alumno de raza negra o un adolescente pelirrojo se introduce en las nalgas absolutamente todo lo que recoge del suelo. La serie apuesta descaradamente por la insolencia, al retratar la vida de un instituto cualquiera, y la apuesta es del todo acertada. Mucho me temo que si en España se emitiera una ficción de este tipo, se alzarían en contra los defensores de los derechos de… ¡Cuánta miopía social!
Los dos protagonistas de Rundfunk, separados por el alumno nigga
El Miniput, sin embargo, también es extrañeza y surrealismo, como el ofrecido por el corto de animación Carface, de la mano del dibujante canadiense Claude Cloutier. Un Chevrolet Bel Air de 1957, símbolo del poder estadounidense, baila al ritmo de una balada, mientras una apisonadora agujerea la tierra. La metáfora crítica es evidente, pero funciona con gracia. La pieza sirve de introducción a otro programa con una evidente carga social: Jimmy’s War- Soldier Seeking Answer. De nuevo, la televisión pública danesa apuesta por un formato incómodo, un documental protagonizado por un exsoldado destinado en Afganistán durante años que se pregunta si su misión tuvo algún sentido. No se esperen una respuesta condescendiente. En términos narrativos, la voz en off es, por momentos, demasiado abrumadora. Quizá se podría haber reducido la duración y apostado por una mayor reflexión visual, especialmente, tras el visitando de imágenes reales captadas por los cascos de los soldados, lógicamente desequilibradas.
La sesión de la tarde recuperó el hilo bizarro iniciado por Carface, gracias a tres programas extrañísimos. El primero es una producción japonesa (Folk Tale court room), de corte educativo, que representa relatos tradicionales de una forma inusual, a través de un juicio y con humanos disfrazados de protagonistas de los propios cuentos. El programa visto se erige en una reflexión graciosa y surrealista sobre la culpabilidad de uno de los tres cerditos en la muerte del lobo. El segundo formato presentado viene también del país nipón (Diggin Down Deep). En este caso, se trata de una serie de marionetas que exponen temas incómodos para la sociedad japonesa, tales como la seducción, la vagancia o las relaciones de amistad. Y por último, la televisión pública holandesa apuesta por un real life show (Cats from Kittenlane) protagonizado, por atención, unos gatitos que la lían parda. Imágenes grabadas con ingenio y una voz en off que sorprendentemente encaja sirven para neutralizar un argumento más bien naif.
Sí, señores, esto es una jueza preocupada por la madre del lobo, mientras el cerdito mira
Menos sorprendente pero más efectivo resulta Radio Gaga, de la televisión pública belga. Dos amigos y actores se embarcan con su furgoneta-radio para recorrer distintos lugares difíciles y desconocidos, tales como residencias de rehabilitación o de gente mayor, centros de psiquiatría o hospitales. Con su propuesta de radio hiperlocal, se instalan en los lugares durante 48 horas y recogen las historias que esconden dichos espacios. El tono del programa es acertado, pues navega entre el sentimentalismo, la condescendencia y la seriosidad. Emociona sin ser morboso. Y reivindica la humanidad en circunstancias desgraciadas.
El programa del Miniput finalizó con una sesión especial dedicada a la relación entre políticos y medios de comunicación, precedida por la proyección de diversos extractos que reflexionan sobre su interdependencia. La política es, hoy en día, protagonista de la narrativa televisiva, y por tanto, social, pero ¿Qué tipo de política? La que banaliza nuestra existencia, la que apuesta por bailes de salón en El Hormiguero, la que obliga a Pablo Iglesias a marcarse unos acordes de guitarra, la que destaca el ya mítico episodio de David Fernández, su sandalia y Rodrigo Rato, la que se olvida de lo verdaderamente importante, las propuestas y sus consecuencias. Es aquella política, que a imagen y semejanza de la televisión pública, no se rebela ante una sociedad adormecida y acrítica. Despierten de una maldita vez, por favor.