Quizá 2017 sea recordado como el año en que David Lynch resumió su carrera en Twin Peaks: The Return, o en el que dominaron comedias tristes y creativas como Master of None, BoJack Horseman o The Good Place, o incluso por Top of the Lake: China Girl, pero la realidad, el día a día, el bulto de las series es mucho más gris y mundano. El enésimo año en que la Peak TV consigue mantener el castillo de naipes en alto nos ha dejado cosas reguleras como estas 8 series, que nosotros hemos visto y, a su modesta manera, agradecido. Estas son las 8 series más LoPutoNormal para el concienzudo comité de expertos de La Inercia.
The Confession Tapes (Kelly Loudenberg)
Las series documentales centradas en casos policíacos o judiciales siempre han sido carne de telebasura. Sin embargo, Making a Murderer demostró que este género también podía albergar obras maestras. Netflix ha tratado de repetir su propia jugada con The Confession Tapes y se ha quedado a medio camino. El problema es que todos los casos se centran en la misma cuestión (confesiones forzadas e involuntarias por el exceso de presión policial) y siguen el mismo patrón, sin excepción. La sensación de déjà vu a partir del tercer capítulo es constante, así que hay tener una cierta fuerza de voluntad para no abandonarla y hacer clic en la última novedad del catálogo.
Love (Judd Apatow, Lesley Arfin, Paul Rust)
Netflix es el hogar de algunas de las mejores comedias (series en general) actuales: Bojack Horseman, Master of None, Unbreakable Kimmy Schmidt, The Good Place, American Vandal, El gourmet samurái... Obras que dan la felicidad a cualquier amante del lenguaje audiovisual. Pero tal cantidad de maravillas no quita que el catálogo de comedias mediocres crezca cada año. Si en 2016 destacaba a Flaked entre las medianías, este año le toca el turno a Love, serie que si bien en su primera temporada podría estar entre “las buenas”, este año ha pegado un bajón importante. Los personajes parecen estancados y empiezan a hacerse irritantes, las tramas no fluyen como en la anterior temporada y la pochez que lo impregna todo empieza a aburrir. Sigue albergando grandes momentos, pero su conjunto ahora es un matarratos que se ve en piloto automático.
Final Fantasy XIV: Dad of Light (Teruo Noguchi, Kiyoshi Yamamoto, Kôta Fukihara)
Cruce improbable entre telenovela japonesa, publirreportaje de Square Enix y aquella charla TED de Jane McGonigal anunciando que los gamers salvarían el mundo (antes de que el GamerGate nos explotase a todos en la cara), Final Fantasy XVI: Dad of Light consigue, sin embargo, dejarse ver. Resumida en breve: un oficinista japonés maduro deja su trabajo y su hijo, que conserva bonitos recuerdos de cómo jugaban juntos a Final Fantasy, le regala una PlayStation con la nueva entrega de la saga, que ahora es un MMO (multijugador masivo online). Allí traba amistad de incógnito con su padre (usando un avatar femenino, lo que lleva a lecturas bien raras) e intenta sacarle los motivos de su baja. Retorcido, ya. Dad of Light pincha en su objetivo más importante, que es el de convencernos de que el juego titular es una ventana a un mundo mágico (las partes de machinima se parecen más bien a aquel capítulo de South Park cruzado con World of Warcraft), pero atrapa más o menos por lo que en principio había de ser su relleno, la historia de esa familia japonesa media marcada por la incomunicación más tonta. Un melodrama competente.
Westworld (Jonathan Nolan, Lisa Joy)
La serie de prestigio de la pasada temporada que ya nadie recuerda. Una serie scifi estancada en ideas más que explotadas (¿sienten los robots o son solo objetos que explotar a nuestro antojo?) por muy buenas que sean, que parece no haberse enterado de la evolución del género en los últimos años y que no desarrolla esa idea de pseudo-revolución que tantas otras series mediocres de HBO (como Mr. Robot) lleva explotando desde Juego de Tronos. Es disfrutable y tiene aciertos, como un buen elenco actoral o una correcta puesta en escena, pero la gravedad impostada y la búsqueda de ser relevante a toda costa se cargan lo que podría ser una buena serie de robots/esclavos contra humanos/amos.
Riverdale (Roberto Aguirre y Sacasa y Greg Bertini)
Viviendo en Canadá casi ocho meses, me he dado cuenta de un par cosas: es un país fresquete, comen mucho poutine, la palabra más usada es sorry y les encanta Riverdale. La serie se ha convertido por aquí en un gigante de Netflix, capaz de organizar eventos por Toronto y tener suficientes seguidores para llenarlos. A causa de eso, sentí curiosidad y le quise dar una oportunidad. Todavía no sé si me alegro o no. Inspirándose en Archie, unas historietas adolescentes que se comenzaron a publicar en los años 40, Riverdale narra las aventuras (y mucho folleteo) de un grupo de estudiantes de instituto en el pueblo que os podéis imaginar, con un premisa muy cercana a Twin Peaks (cadáver, pueblo remoto), aunque las similitudes acaban ahí. Lo interesante de Riverdale, quiero pensar, es que los creadores son muy conscientes de la caricatura que están haciendo, y aunque la enmascaren con seriedad y un estilo contundente, se puede ver como una parodia muy tonta: personajes planísimos, una trama que no esconde sus hilos, actores veinteañeros aparentando ser teens con muchos problemas. Son cosas que te piden a gritos meter el televisor en el horno y darle candela, pero entonces reflexionas y piensas que todo eso está meditado; y quizá es su juego, y entonces entras como jugador y la puedes empezar a disfrutar, con la risa como mecánica principal. Y así, solo así, puede “entretener moderadamente”, que diría Boyero.
American Gods (Bryan Fuller, Michael Green)
La idea de Bryan Fuller adaptando la obra de Neil Gaiman (en realidad, Fuller haciendo cualquier cosa tendrá mi atención), no podía resultar más atractiva. Parte de una premisa interesante: los dioses antiguos sobreviven como bien pueden entre los humanos ante la llegada de los nuevos (como la tecnología y los medios de comunicación), pero la ejecución es bastante desastrosa. En el apartado audiovisual, todo parece un refrito de lo visto en Hannibal (anterior serie de Fuller y una de las preferidas del que firma); en el narrativo, la trama no fluye, está totalmente desnortada, plagada de situaciones que no van a ninguna parte y personajes sin interés o sin espacio suficiente para suscitarlo. El deleite audiovisual de segunda, algunos momentos de brillantez muy loca entre un mar de sinsentido y la promesa de que algo realmente grande va a suceder son suficiente para mantener el interés aunque queda lejos de la genialidad que debería ser.
The Defenders (Douglas Petrie, Marco Ramirez)
Sobre el papel, adoro este tipo de narrativa popular serializada: promesas constantes, constantes incógnitas, personajes coloridos, tramas imposibles que se entretejen a largo plazo y recompensas finales epifánicas, catárticas. La Marvel ha perfeccionado tanto este modelo en cine que sus codas postcréditos son casi lo más discutido de sus películas. ¿Por qué, entonces, este pinchazo en la tele? Disfruté Daredevil durante temporada y media, perdonándole la impostura intensa y la testosterona, intenté aguantar (en vano) Jessica Jones y hasta me vi tres o cuatro capítulos de Luke Cage. Quería que me gustasen, y mientras comprobaba triste que no lo hacían, me aferraba a la última promesa: que todo es cuestión de inversión y recompensa, de setup y payoff, que el conjunto Marvel/Netflix apuntaba a una última serie donde todo alcanzase al fin su potencial. Esa última serie es The Defenders y para cuando ha llegado, se la notaba ya cansada: larga pese a durar sólo 8 episodios, pasando por sus escenas de tortas a regañadientes, sin imaginación en sus cruces de héroes ni grandeza terrible en sus villanos. Marvel/Netflix ha acabado siendo una cosa gris y autoconsciente sin personajes coloridos, con tramas bochornosas mal tejidas, con incógnitas que no interesan y mucha promesa pero ninguna epifanía final. Resulta que no, todo lo anterior no apuntaba aquí, sino que esto es un apeadero más en una interminable travesía a ninguna parte: la serie acaba armando una posible tercera temporada de Daredevil que nadie quiere ver ya.
The Punisher (Steve Lightfoot)
En un año en el que la relación entre Marvel y Netflix ha dado como resultado una basura como Iron Fist y medianías insulsas como The Defenders, es un gustazo encontrarse con una serie tan disfrutable como The Punisher. Notable en sus mejores momentos (los primeros episodios y los últimos), con subtramas que por primera vez en las series de Netflix-Marvel fluyen hacia un destino claro y ayudan a dimensionar la trama principal (sobre todo en la relación entre Punisher y Cypher), pero con los mismos problemas que las series previas: trece episodios son demasiados para lo que cuenta y se toma demasiado en serio, no dejando surgir lo suficiente la parte superheroica (o de cómic) del asunto. La sensación de estar viendo una serie estirada para llegar a los trece episodios acordados es constante. Tampoco cumple a la hora de darnos una serie del Castigador, ni de su condición de antihéroe de férreo código de honor, ni del uso de la violencia extrema contra criminales (y solo contra criminales), ya que prefiere centrarse en el drama militar sobre los horrores de la guerra y el vacío de la vuelta al hogar.