‘Y de repente, prácticamente sin darnos cuenta, la bomba de Estopa nos estalló en toda la cara. Y sin tiempo de reacción, cuando nuestras neuronas aún intentaban asimilar lo sucedido, comprendimos que el mal ya estaba hecho: todos nos sabíamos sus letras de memoria, desde el primer hasta el último verso’.

‘¿Cómo? ¿Qué aún no te has enterado? Joder, si lo sabe todo el mundo. Yo lo he visto en TV3, pero las imágenes eran de Telemadrid. Mira, en el vídeo se ve una chica y sus padres se van y en realidad estaba todo pactado porque le iban a hacer una sorpresa. Era del programa ese… el ‘Sorpresa, Sorpresa’. Y Ricky Martin estaba esperando en el armario. Y entonces la chica llama a su perro…’

Eran los 90. Eran otros tiempos. Una década que, a su manera, también fue prodigiosa. Una década en la cual sucedieron dos hechos que iban a romper la deliciosa rutina de nuestra plácida vida en el instituto. Dos hechos muy diferenciados entre sí, pero con un punto común. La velocidad en la cual se transmitió el mensaje sobrepasó, como los neutrinos, la de la luz. Y eso en un momento en el cual Internet estaba en pañales. La primera fase: la textual. Ni Youtube ni Facebook ni ostias. Eran otros tiempos.

Perro+mermelada+sorpresa sorpresa en google= perro cachondo

Estopa consiguió ser el grupo con el índice más alto de fans por metro cuadrado del instituto sin apenas proponérselo. Las canciones gustaron. Pero el boom nos desbordó a todos. De un día a otro, todo el mundo, hasta las piedras del recreo, cantaba la raja de tu falda, utilizaba expresiones como ‘calorro’ y, por supuesto, era capaz de recitar cualquier estrofa escrita por los hermanos en una noche de fumata verde. Y todo gracias a ‘la maqueta’. Todo un mito en su momento. Yo una vez la vi, pero de lejos.

La propagación, sin embargo, aún podía ser más inmediata. Recordemos, porque todos lo recordamos, y hemos hablado de ello en incontables ocasiones, qué pasó con la historia que resulta de meter a presión en la misma coctelera a Ricky Martin, Sorpresa Sorpresa, una niña, un armario, un perro y un bote de mermelada. Si lo de Estopa fue de la noche a la mañana, esto fue del atardecer al anochecer. En apenas unas horas, una historia inventada era conocida, comentada y propagada de lado a lado del país. Y sin Internet. Eran otros tiempos.

Y yo, ahí estaba. Escuchando Estopa porque todo el mundo lo escuchaba y porque, en aquel momento, no lo olvidemos, la música no estaba al alcance de la mano como lo está hoy. Y además, no nos vamos a engañar, me aprendí las letras de memoria, fui a un par de conciertos y los disfruté. Y no me lo cuestionaba. Ni siquiera pensaba en ello. No me importaban esas cosas. Eran otros tiempos.

Y la historia del perro, pues me la creí, como todos los que estaban a mi alrededor. La mayoría la daba por buena. Éramos jóvenes y nuestras mentes perversas. Recordemos: no había Youtube para comprobarlo. Creímos en la palabra de la persona que nos lo había contado. Nos reímos. No nos planteamos que la historia fuera ridícula. Ni que todo el mundo hablara de ella pero en la TV no dijeran nada. No nos importaba. Sin duda, eran otros tiempos.

¿Qué ha quedado de nosotros, después de todo aquello?

Yo ya no escucho Estopa, pero reconozco que les tengo simpatía. Musicalmente, eso sí, me aburren a niveles estramónicos. Si alguna vez cae una canción por casualidad, la puedo cantar. Tengo buena memoria. Pero más por nostalgia tanguera que por puro convencimiento. Respecto a la historia de Ricky y el perro, hace años que no me la creo. Vosotros tampoco.

Los Estopa deben estar bien. Parece gente sin demasiadas preocupaciones. No los veo volviéndose locos a lo Brian Wilson porque su música no evoluciona. No creo que les importe. Y a sus fans, los de verdad, tampoco.

Lo de Ricky Martin fue profético. Al final, salió del armario. La historia, sin duda, estaba bien pensada.

La niña y el perro nunca salieron a la luz. Probablemente, nunca existieron como tal. Eso sí, Internet ha completado su evolución (fase textual, visual, hipertextual) y ha llegado a su máximo esplendor: la fase pornográfica. Eso nos ha permitido comprobar que, en realidad, existen muchas niñas y muchos perros. Y muchos botes de mermelada.

Withor