Que le den un poco por culo a las cosas largas, a la épica de diez entregas, a las trece temporadas porque la historia no cabe en menos. ¿No decía Paco Loco que a los pianistas habría que cortarles tres dedos? Pues a los narradores megalómanos, a las cadenas insaciables, a los masterminds televisivos de expansión aceitosa, habría que darles una patada en los huevos por cada hora de nuestra vida que desperdician.

Hace ya cuatro años, en uno de esos blogs que uno crea y abandona pronto (¡intrahistoria, protoinercia!), me puse a escribir sobre videojuegos largos. Decía algo así:

Tengo ‘Tales of Symphonia’ esperando en mi estantería desde sabe dios cuándo. Ya no recuerdo dónde me quedé, aunque apuesto a que fue en uno de sus lentos, cursis e insustanciales diálogos. O tal vez recorriendo por enésima vez el mapa, mientras me interrumpía cada dos por tres un repetitivo combate sorpresa. Con el tiempo, me estoy convirtiendo en un jugador perezoso. Tengo prejuicios contra los juegos largos.

Hace poco vendí el juego en eBay por una considerable pasta. No lo había vuelto a poner. (El chaval que lo compró confesó que ni lo iba a probar, que «le faltaba en la colección», pero esa es otra historia.) Me debían de faltar unas 20 horas para el final.

Si años atrás casi me disculpaba por atacar este principio de rentabilidad, hoy lo digo todo gorilón: quien me quiera enredar más de lo normal, ¡que se justifique! O como dice Joan Pons (por su culpa recupero la idea): que no me vengan con cuentos.

La revelación me llegó como un satori de ésos: no estoy pagando dinero a cambio de horas, estoy pagando con dinero y con horas.

Si me lo pienso antes de gastar 60 euracos en un juego o 7 en una entrada de cine, ¿por qué no lo voy a hacer antes de invertir 3, 15 o 60 horas? Ahí va un ideal: que cada una dedicada valga la pena. Que seguir una serie, leerse un bestseller o llegar al jefe final no sea nunca un trabajo forzado.

No sé qué tiene de noble o enriquecedor acabar un libro a la fuerza: yo también seguía esta norma hasta que cayó en mis manos ‘Eragon’. De muchas series no he pasado del piloto. Muchos juegos los he dejado vistos para sentencia con una hora. He salido de la sala algo menos: con ‘Vidocq’ y ‘El grinch’. Me estaré perdiendo capítulos legendarios, finales apocalípticos: pues vale.

La conclusion que sacaba hace cuatro años, y que hoy recupero, es sencilla: las cosas tienen que durar lo que tienen que durar. Ni una frase de más, ni una de menos. Tomarse su tiempo en construir y enseñar estilo y dentada, acelerar cuando se caliente. Detenerse en el bosque, dilatarse cuando toca, darle peso a lo que se muestra, pero sin ablandarlo, sin diluirlo. Ser sintéticas, condensadas, con ritmo medido.

Seguimos, por un lado, flipándonos con el microrrelato, la brevedad de internet, la miniserie, y por otro con el ladrillo de 1.200 páginas, la serie expansiva, los siete cursos en Hogwarts. Lo grande de ‘Black Mirror’ no es que sólo sean 3 capítulos, es que en los 3 no caben más detalles gloriosos. Lo malo de ‘Crepúsculo’ no es que sean cuatro libros: es que sus ideas, además de ser una mierda, cabían en un relato breve.

Vamos, que no se trata de dar caza y muerte al ladrillo o ensalzar la píldora, sino de callarse o hablar según se tenga algo que decir o no.

Antes ponía de ejemplo ‘Braid’ (finiquitable en 4 horas), ‘Portal’ (2:30 si fan via) o ‘Paper Mario: La Puerta Milenaria’ (40 horazas a reventar de ideas, un juegaco que se renueva cada dos por tres sin darse aires). Hoy, siguiendo con los juegos, les hablaría de ‘Limbo’ (otras 4 horitas), ‘Uncharted 3’ (las 8 horas que, por suerte, se están convirtiendo en el estándar de la industria) o ‘Metal Gear Solid: Peace Walker’ (mi partida, ahora que la recupero en PS3, suma 26 horas y subiendo).

Actualizo, así, mis reivindicaciones y exigencias: que no me atosiguen con duraciones, que no me vendan las cosas a peso, que no me rellenen las historias, que no intenten engancharme a base de distensiones interminables, que no se me flipen con la brevedad e inmediatez de la micronarrativa, que me permitan bajarme en marcha si veo que no va a ir conmigo.

Que me tomen por un consumidor, en definitiva, mínimamente listo y me paguen las horas invertidas con cariño. Al fin y al cabo, yo ya cumplí mi cupo (mi condena) llegando hasta el final de las cien horas de ‘Lost’.

V the Wanderer