1) Para frenar la siguiente Guerra Mundial, necesitamos con urgencia una Guerra de los Mundos. Así lo pensaba Adrian Veidt, el ¿villano? de Watchmen, monumental novela gráfica de Dave Gibbons y Alan Moore de 1986. Veidt, el hombre más inteligente del planeta, comprendió que la mejor manera de acabar la Guerra Fría era inventarse un ataque alienígena que uniese a todo el mundo contra un enemigo común. Destruyó Nueva York y, ante la amenaza de una invasión extraplanetaria, la Humanidad entera dejó de guerrear entre sí por primera vez en su historia.
2) Hace unos años, el humorista Berto Romero imaginó una versión más amable de este plan. “Que nos vean en chándal”, titulaba su columna. “La falta de visitas ha hecho que la humanidad se abandone”, escribió, “y entendí que ardo en deseos de que vengan de fuera a afearnos la conducta”.
3) Lo ideal sería tomar el camino kantiano y apostar por aspirar a la paz perpetua mediante la razón, pero ya el propio Kant admitía que hay algo roto y sin remedio en nosotros: “Con un leño torcido como aquel del que ha sido hecho el ser humano nada puede forjarse que sea del todo recto”.
4) En la última década nos hemos entregado a nuestra torcedura con abandono. El civismo, el diálogo, la dignidad y otros legados ilustrados se ridiculizan ahora como “buenismo” y todos corremos a buscar un grupo al que unirnos y otro al que odiar. Una encuesta académica reciente (de Petersen, Osmundsen y Arceneaux) revelaba que una cuarta parte de los encuestados sentía “necesidad por el caos”. Los líderes troll inventan enemigos invasores y nosotros los repetimos por Whatsapp con alegría. Y es que odiar es placentero (el subidón de adrenalina, la sensación de superioridad), y odiar juntos une, como sabían los gobernantes de 1984, con sus “dos minutos de odio” obligatorios. Como está visto que no queremos dejar de gritar, ¿y si odiamos todos a los aliens?
5) En su brillante Contra el odio: Un alegato en defensa de la pluralidad de pensamiento, la tolerancia y la libertad, Carolin Emcke propone desmontar a los que nos incitan a odiar pidiéndoles razones (pues los discursos de odio son siempre emocionales y difusos) y diferenciar entre aquello que odiamos (el objeto) de lo que ha despertado ese odio (las causas). Ejemplo: la crisis económica despierta tu indignación y un charlatán la dirige contra tu vecino. Cada vez que la sangre nos hierve, deberíamos preguntarnos a quién beneficia ese odio y quién lo está avivando, y recordar el consejo estoico de mantener siempre la serenidad y el buen juicio. También deberíamos recordar, como nos avisa el siglo pasado, que la escalada del odio lleva a puertos infernales. Pero como parece que eso no basta, la solución alienígena se presenta mucho más práctica.
6) El filósofo Paul Virilio hablaba de “administración del miedo”. Vuelven los líderes “fuertes” para instaurar una ideología seguritaria, para vendernos miedos que sólo ellos pueden curar. Estamos peor que nunca, dicen, hemos permitido que nuestra civilización se degenere, nos rodean Otros que amenazan nuestra seguridad y si no reenvías esta cadena un inmigrante te robará el móvil.
7) A veces nos miro y pienso que el mundo está viejo y siente pánico ante el futuro. Somos ancianos frágiles y asustados que se unen a la turba para volver a sentirse fuertes gritándole al porvenir. El “no hay futuro” del punk se ha convertido hoy en la proclama de agitadores regresistas que, camuflados como conservadores, nos quieren insomnes y enfadados.
8) A estos espantaviejas cabría preguntarles si en la Edad Media, la de verdad, se vivía mejor (yo, como Azcona, sitúo mi límite para el viaje temporal en la invención de la penicilina) y en qué parte exacta del pasado estaban los paraísos perdidos a los que pretenden devolvernos. Desconfío tanto de edades de oro pasadas como de utopías futuras que creen una nueva Humanidad. Esto es lo que somos, esta es la madera torcida de la que estamos hecho y no hay otro camino que hacia delante.
9) Una vez más: la mayoría de nuestros problemas vienen de creernos mejores de lo que somos, de intentar construir un futuro (o volver a un pasado) que niegue nuestra materia torcida, nuestras perezas, nuestras pequeñas miserias. Avisaba Freud de que el avance moral no está garantizado y el regreso a la barbarie siempre es posible. John Gray ataca la idea de progreso moral preguntándose si a un ciudadano del medievo no le parecería más inhumana la bomba nuclear que el ajusticiamiento público. Negamos nuestras bajezas, exageramos las de los otros, nos creemos las promesas del odio y acabamos adictos a un estado de hiperexcitación moralista continuo.
10) El problema es que los peligros que nos venden los seguritarios son casi siempre irreales, mientras que los que nos amenazan de verdad (la crisis climática, el iliberalismo, la desaparición del Estado del bienestar, la pérdida de consensos internacionales) son invisibles y graduales. Preferimos ignorar el incendio que no vemos y desfogar nuestras angustias contra algo concreto, con cara y ojos (a poder ser, diferentes a los nuestros).
11) Ya que la degradación de la democracia es amorfa y cómoda, culpemos de ella a una raza alienígena. Digamos que el cambio climático es una trama de depredadores interespaciales para quedarse con la Tierra. Es un plan idiota, pero ahí está Trump proponiendo usar bombas nucleares contra huracanes. Si no defendemos nuestro planeta porque es la única casa que tenemos, hagamos como los anuncios de alarmas e inventemos unos okupas listos para echarnos de él. Si no podemos dejar de ser irracionales, engañemos a nuestra irracionalidad para salvarnos.
12) Ni siquiera esto, claro está, sería suficiente. Un alien invasor nos uniría durante unos días o unas semanas pero pasado ese tiempo veríamos disputas por liderar el frente antialienígena, acusaciones de traición, sospechas de que nuestro vecino es un ultracuerpo y abusos de poder. En el epílogo de Watchmen, Veidt se consuela diciendo que “al menos, al final todo ha salido bien”. “¿Al final?”, responde el omnipotente Dr. Manhattan, “nada tiene final”. Y la prueba es que HBO estrena el próximo octubre una secuela de Watchmen en la que la Humanidad no parece muy unida. Nada tiene final y el mundo seguirá girando en el espacio infinito, pero yo prefiero que el destino nos pille duchados y con la casa en orden. Ya que los seguritarios nos ponen al borde de un conflicto planetario inventando enemigos, finjamos todos que odiamos al invasor venusiano, que vivimos un conflicto interplanetario y que la mejor manera de ganarlo es salvaguardar nuestra casa y nuestra paz.