Mecano, «el grupo más grande del pop español» y esos sintagmas nominales que uno aprende casi como axiomas. Ay, el mito Mecano. Lo petaron fuerte y por aquí todavía no sabemos si eso es motivo de alegría. Escribieron delitos como «no hay marcha en Nueva York y los jamones son de york», «entre el suelo y el cielo hay algo con tendencia a quedarse calvo de tanto recordar» o «Eungenio Salvador Dalí» (Millán Salcedo preparaba querellita) pero, ojo, tuvieron huevos a hacerlo. Sal tú, valiente. Convirtieron la banalidad en forma de transgresión, la idiotez en código propio y el ripio en género literario. La brasa con ellos es grande pero ¿acaso no tiene mérito el exceso? ¿Somos tan exquisitos que no sabemos disfrutar de lo hortera? ¿Hace falta ser sutil si de lo que se trata es de molar? Yo, que de tan wabi-sabi tengo como hobby mirar paredes desnudas, me planto en el concierto/espectáculo/homenaje ‘La fuerza del destino‘ a dejarme convencer.

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El show llega a Palma después de rondar por la península con bastante éxito. Es un apéndice o una prolongación o una respuesta a ‘Hoy no me puedo levantar‘ y ‘A‘, los musicales de Nacho Cano, pensado, creado e interpretado por los mismos artistas de aquellos. Y, claro, sale del puro fervor, de la devoción casi religiosa que no admite contestación. El punto de partida es que, como decíamos arriba, Mecano es «el grupo más grande del pop español». Que sus canciones son eternas y que la nostalgia es mejor motor que el juicio. «En los momentos más importantes de mi vida siempre han sonado canciones de Mecano», y así.

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Los fans fatales entrarán sin problemas; el resto vemos con curiosidad un espectáculo blanco, muy asequible, que aspira a la etiqueta de «para toda la familia» (cuidado, peligro) y que la compensa con una puesta en escena exhuberante. Las canciones del trío se transforman en números que intentan tocar todos los palos (ahora ochenterismo blando, ahora solistas intimistas, ahora danza lírica) y que se entrelazan con varios marcos narrativos: de una parte, Edu Morlans hace de maestro de ceremonias saleroso y desenvuelto; de otra, se nos presenta un viaje en metro por estaciones relacionadas con las canciones que va y viene (como aquel palo de Sosón Goku que salía cuando el dibujante se acordaba). Para complicar la cosa, una tercera línea que se abandona pronto sigue a un chavalín en la obligada odisea del «mamá quiero ser artista». La mezcla, aceleradísima, atropellada y sin demasiado concierto pero también esforzada, entusiasta y técnicamente atronadora, me deja planchado y cuando quiero darme cuenta, me lo estoy pasando teta.

‘Cruz de navajas’ se convierte en una interpretación noctámbula de club de jazz (el público se vuelve loco con un solo de trompeta, ¡ole!), ‘Hijo de la luna’ en una cosa pretenciosilla con unos bailes de ovación en pie, ‘Cementerio’ en un número cabaretero majísimo y ‘Naturaleza muerta’ (la verdadera cima poética de José María Cano) en una épica de aspiraciones operísticas. Poca broma con los registros de los bailarines y los cantantes (excelentes, aunque algo lastrados por las modas del gorgoritismo y el engolamiento que ‘O.T.’ impuso al musical y que hacen que todas las voces suenen iguales) y con la dirección musical, que mete con éxito aún más pastiche en el ya esquizofrénico universo de Mecano.

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Si la fórmula de Mecano consistía en tirar cosas a la pared a ver qué se enganchaba (intentando casar las bravadas de Nacho Cano, el hombre que quiso ser Mike Oldfield, y las del más clásico José María Cano), ‘La fuerza del destino’ es el homenaje perfecto a la banda. La idealización nostálgica, que normalmente lo aplana todo, sirve aquí para llenar más el saco de los estilos y las referencias y subir el volumen al 11, dándolo todo en una riada escénica de la que uno, tanto si compra el mito como si lo aborrece, no puede evitar salir agotado y sonriente.

@VtheWanderer

Tres canciones, 259. La elección de V

MECANO – ‘NO ES SERIO ESTE CEMENTERIO’

‘Naturaleza muerta’ me parece la cima de la vertiente dramática de la banda. ‘No es serio este cementerio’, entonces, sería la de su lado más desinhibido, tontorrón y festivo. Que José María Cano fuera capaz de firmar ambas dice bastante de su flexibilidad, que el trío defendiera con igual tronío las dos explica bastante su prestigio.

(Además se convirtió, junto a ‘Bohemian Rhapsody’, en himno oficioso de mi primera peregrinación a Santiago, allá por los inicios del bromance poliamoroso que mantengo con los otros Padres Fundadores de esta micronación. ¿Cómo no se la iba a recomendar?)