Componen el jurado filántropos profesionales de primer nivel: Bono, Madonna y Angelina Jolie. Sale Jason Russell, todo entusiasmo, energía, excitación. «Jason, ¿por qué estás aquí?», dice Bono con desgana sin quitarse las gafas de sol. «Quiero salvar el mundo», responde Russell, «quiero detener a un malvado criminal que abusa de niños, quiero ser una estrella y quiero hacerlo… ¡bailando!»

El jurado pide una muestra. Las luces se apagan; Russell, nervioso, empieza a hablar de Uganda. De niños soldados. De guerras interminables. De crueldades inhumanas. De un monstruo humano que secuestra niños y les obliga a matar. Angelina Jolie apoya su mentón sobre sus manos entrelazadas y atiende en silencio, los ojos llorosos; Bono no apaga el gesto de superioridad aunque se mantiene a la espera. Nada importa que el norte de Uganda, en realidad, no esté en guerra. Que el total de niños soldados que se citan (40.000) sea el acumulado en décadas, no la cantidad actual. Que Joseph Kony, el malvado criminal, ya ni se encuentre allí. Que las acciones que se exigen ya lleven en activo muchos meses: el bueno de Jason está atrapando a los jueces. A todos nosotros.

En la foto: Jason Russell y amigos en un descanso del rodaje de ‘Rambo V: Ugandan warlords’

«Jason, querido», interrumpe Madonna, «todo eso está muy bien, pero… ¿tienes el Factor X?» San Jason asiente, confiado. Agacha el mentón, adopta pose desafiante. De repente, los focos se enciende, ¡chás, chás! ¡Decenas de figurantes toman el escenario y bailan en estudiadísima coreografía! ¡Russell canta, como si estuviera en High School Musical, algo así como «estamos aquí para poner Uganda en tu mente»! ¡chás, chás, bum, bum! ¡Corren por las calles, toman las avenidas, las gentes se les unen! ¡Ah, el poder del baile! ¡Ah, la solidaridad! ¡Vamos a detener una guerra, fuck yeah!


Las puertas del infierno se abren en el 1:50. 

Y como ése, un par de centenas de vídeos más, todos sobreproducidos, carísimos, rebosantes de ego como el canal de una videobloguera, de delirios de grandeza pop. En muchos de ellos directamente ni se nombra a Uganda, pero ya poco importa. El público estalla en aplausos, Bono sonríe, sus dos compañeras de mesa se levantan en ovación. Jason, un cruce de Jesucristo, Justin Bieber y Salvador Raya, hace aspavientos de agradecimientos. Todos estamos inspirados y tenemos ganas de apoyar la causa y detener la guerra ésa (¿alguien recordaba cuál?). Aquí tienen mis 20 pavos para mi kit de activista. ¡Calla, Jason, y toma mi dinero!

El gran Jay llega a la final y se presenta con otra superproducción (ésta le ha costado, por lo menos, un gritón de dólares), en la que sale mucho un niño blanco, muy pocos niños negros y a nadie de Uganda se le pide su opinión del asunto. Su estrategia ganadora está clara: el vídeo es bonito pero dura media hora, así que ninguno de nosotros lo vemos entero y le damos al megusta y al retweet al cabo de un minuto o dos. Causa apoyada, nivel de solidaridad +1 y 28 minutos libres para seguir viendo vídeos de gatos.

«Jo, tíos, vengo de África y está fatal, toda llena de negros.»

Jasoncristo gana y se va a casa con el premio gordo: un sueldazo de 90.000 euros, dos tercios de lo que recaude con su último videoclip y su merchandising y un halo de santidad que le garantiza el Person of the Year de Time. Hay rumores de que Bono le va a producir el obligatorio disco. Mientras tanto, miles de ONGs y periodistas de los que se dejan piel y sangre en África lloran en silencio, sabiéndose condenados a la extinción: la solidaridad, en este siglo XXI de maldad insolente, sólo funciona a golpe de hashtags y primetimes.

Luego, como les pasa a todos los celebrities, la presión de la fama puede con Jason el Bueno y sale a la calle en pelotas a golpear el suelo y pelársela como un mono. No se sabe si Joseph Kony ha visto esta última grabación.

V the Wanderer