Quería ir al concierto de Fito en Reus acreditado por La Inercia, para luego ponerme a las teclas aquí y vacilar en plan «lo véis, para esto sirve un blog». La organización, no obstante, ignoró fríamente mis peticiones. Pues nada. Conseguimos las invitaciones por los medios de siempre y allí nos plantamos Raúl y yo, a comer altavoces de gratis. Y como Adri (o «withor») no quiso venir, aún pudimos revender su entrada. O sea, que ayer cobré por verle las patillas al de Bilbao.
Entramos pronto; había que ver la despedida de La cabra mecánica. Las masas hacían ya acto de presencia, pese a ser tiempo de telonaje. Fervor por Lichis, o impaciencia por Cabrales. Mientras Miguel Ángel Hernando pide cariño desde lo alto, nosotros nos hacemos con un par de cervezas financiadas con nuestra transacción reventil. Antes, hubo que cambiar euros por moneditas de plástico con el fitopez estampado. Fito y lo pecuniario, unidos de la mano. Aquí hay mensaje.
Lichis sigue ahí, rezando para que no lo confundan con un Melendi cualquiera, y empieza a repasar «La lista de la compra». El público enloquece al reconocer, al fin, un tema: definitivamente se trataba de impaciencia por Cabrales. Yo analizo la estética de la parroquia: algún rockabilly, talluditos supervivientes de la época Platero, niñas pijas que no tienen ni la decencia de estar buenas y mucho cosplayer disfrazado de su ídolo. Nunca jamás se vio tanta boina y patilla en una ceremonia rock.
La Cabra se despiden animando a los asistentes a cantar «la cabra, la cabra, la puta de la cabra». Aquí no hay sitio para sibaritas. Llamo a mis padres, fans de Fito y a quienes mi hermana y yo regalamos las entradas para Reyes, y quedo con ellos en el puesto de merchandising de la entrada. Camiseta, veinte euros, sudadera cuarenta. Hello, Fitty. Tras la típica odisea, nos reunimos. Ahora a cazar sitio.
Las masas ya están aquí en su plenitud, y pasa lo de siempre: se han vendido más entradas que sitios disponibles. Las gradas a petar, la pista asfaltada con boinas y peinados fashion, y mi padre con hernia discal. Nos echan dos veces («chicos, no pueden estar aquí»), discuto-negocio con un segurata y nos acaba mandando a un lateral. Y ahí sentados, escudriñando entre los andamios, vemos salir a todos los Fitipaldis.
La movida empieza con un corto animado, larguísimo, que bien podría titularse «Las locas aventuras de Fito y sus amigos». Esto, señores, es un concierto familiar, y aquí ya no se oirá aquello de «Fito se hace pajas». Para qué, si ahora son las masas las que le masturban el ego sin descanso.
Desde ahí arriba podemos ver a Enrique, casi el cuarto inercio, sacando fotacas desde el foso. Todos corean «fito, fito», y Raúl y yo nos decantamos por «enrique canovaca, enrique canovaca». Al cabo de un rato, sube; no tengo ni idea de los lances que tuvo que atravesar para hacerlo.
Abajo, el verdadero espectáculo: un rocker calvo, al que el azar ha regalado varios metros cuadrados de espacio libre, bailando como un endemoniado. Qué manera de vivirlo. Se quita la camiseta y su espalda muestra un tatuaje: imagino leer «Fito forever» o algo así. Ojalá.
El concierto transcurre como todos los de Fito, con su amuermamiento de segundo acto, hasta que sale Lichis a cantar «Barra americana» en dueto con el hombre del momento. Enseguida, los bailoteos del de La cabra copan el escenario: Una suerte de coreografía de rockero misterioso y nocturno imitando a Chiquito. Desde nuestro puesto de honor, podemos ver el backstage: Raúl y yo comentamos lo magnífico que sería que Lichis siguiese allí tras su actuación, haciendo cucamonas. Pero no.
Nuestro particular testimonio del backstage se compone de varios rescates a niñas con yuyu, abrazos entre Carlos Raya y Fito tras el concierto y cubatazos y chupitos antes de los bises. No es gran cosa, pero allí estuvo La Inercia.
En los bises, mi padre pide que toquen ya «Por la boca vive el pez»; mi madre apunta «¿Pero no la han tocado ya?». La tocan, al fin, y la cosa acaba. La banda en pleno agradece las enérgicas ovaciones. Nos vamos, mis padres comentan entusiasmados la jugada. Fuera hace un viento y un frío del carajo y nos espera una exasperante operación retorno.
¿La música? Pues bien, las casidoshorasymedia de siempre de Fito, altísima calidad técnica, mucho fan de nuevo cuño que ha venido aquí a botar, frialdad en los cortes del nuevo álbum, frases y metáforas bonitas pero que, diseccionadas, no dicen nada y Fito, tan buena gente y común, tan consciente de su cambio de sitio que cuesta meterse con él. Pero es que eso ya lo tendrán en mil sitios, hombre. Esto es La Inercia, tierra paramusical.
V the Wanderer