Dame un disco con un ‘hidden track’ y seré feliz. Me gustan las canciones escondidas y las cosas raras al final de los álbumes, los ‘bonus track’, las pistas fantasma, los cortes perdidos, sin título, los minutos de silencio y luego la música que vuelve. Me atraen esos temas que se separan del resto de álbum, seguramente no previstos, grabados y mezclados el último día en el estudio, a altas horas del amanecer, con el amigo músico que se pasa por ahí y que aparece por cortesía de tal sello, gastando en bebidas espirituosas las últimas migajas del presupuesto.

No es nada exclusivo: lo ha hecho hasta Sabina en el último disco, con ‘Violetas para Violeta’, y La Oreja de Van Gogh hace unos años, con su canción ‘Tic tac’, que, oye, me hace tilín, siquiera sea por el cariño de antemano que les dispenso a este tipo de criaturas bastardas. Pero como el ‘bonus track’ se ha democratizado prefiero otro tipo de perversiones. Así, al azar: los muy recomendables Gallina se marcan un doble tanto, con un breve corte que no tiene título y una versión escondida. En su último EP, Nacho Vegas termina su canción ‘Al final te estaré esperando’ y, tras un silencio en el que el disco sigue girando, aparece él cantando el estribillo con una niña.

Pero para raros, raros, Piratas. Los gallegos habían amagado en algunos discos con las canciones sin títulos pero en su penúltima entrega antes de disolverse, ‘Sesiones perdidas’, rizan el rizo. Hay 24 cortes entre remixes, directos y versiones, algunos oscuramente geniales y otros igualmente muy apreciables para el fan. Existe una canción escondida, la número 25, que se llama ‘Odot’ y está girada, esto es, que el minuto y medio de música es indescifrable, como aquellas tonadas al revés que cantaban dos chicas en Furor o los reconocibles “Paul is dead” que se escuchan claramente en el repertorio Beatle si se le da la vuelta al vinilo, confirmando la evidencia de que McCartney está muerto.

¿Qué hay que hacer con el track de marras? Yo lo coloqué en el Cool Edit Pro y lo giré. El resultado es una canción turbia y muy perra: sólo un piano y una letra que habla de noches, putas y de “meterse un tirito”. Hay más: Chucho incluyen en un corte escondido el llanto desesperadísimo de un bebé y en otro disco a la canción final ‘Extrarradio’ le siguen un par de minutos de otra, el mismo sistema que le he escuchado a Andy Chango en dos álbumes y a Ojos de Brujo en otro.

El amigo Javier Corcobado, que está como una cabra, se desmarca con algo parecido en ‘Resurrección’, un instrumental de su último trabajo. Dura diez minutos, se incluyen varios ritmos totalmente anárquicos y distorsionados que a mí me transportan a un matadero, a una sala de máquinas o a unos altos hornos. Inaudible es poco. No podía faltar Calamaro, rey de locuras, en la lista. En su última antología, figura una canción que no aparece en los créditos pero que haberla hayla: Fito Páez y Maradona ¿cantando? ‘Mi enfermedad’, en una anecdótica, desbocada y etílica perversión.

Y también tiene un esperpento así Carlos Baute en su último álbum. No, es coña (supongo). La lista podría seguir, pero en fin, que me gustan estas pequeñas licencias porque son una oda a la imperfección y las medias tintas, a esas composiciones que no tienen rango suficiente y que son medias canciones, canciones malparidas para bien, canciones partidas por la mitad. Porque hay momentos para decir: “¡A la mierda el productor y el arreglo de vientos de la Filarmónica de Bratislava! Lo que salga de aquí esta noche se queda en el disco”. Una reflexión para apuntar el grave peligro que supone la piratería y que nadie parece denunciar: las descargas están acabando con los ‘bonus track’. Ahora esas codas traviesas pueden diluirse sin personalidad en el tracklist de tu Winamp. Así que, niño, corre ya a tu tienda de discos.

raúl