Centenares de documentales y reportajes habrán visto ustedes sobre la mitificada movida madrileña. ¿Pero que pasa con aquel movimiento también denominado con éste pseudoconcepto de los ochenta, sucedido en Vigo? Una ciudad de ‘provincias’ que se catapultó a la escena nacional de la cultura más transgresora durante esos años, gracias al empuje de unos doscientos soldados espartanos que aguantaron con esfuerzo y envite el tirón que aún producía la musica de autor y de lucha social, promocionando unas letras que hablaban de tetas cancerígenas y zorras.
Uno de éstos tótems musicales fue el periodista y crítico Emilio Alonso, autor del primer libro recopilatorio de las historias más interesantes de la movida viguesa, bajo el título de ‘Vigo a 80 revolucións por minuto’ (Xerais, 2011). En esta primera parte de la entrevista, Alonso teje para la Inercia una impecable lección histórica sobre el movimiento. Todo un placer acercar la oreja y disfrutar de su incesante verborrea…
Una ciudad gris, industrial y en aquellos momentos postfranquista… ¿Cómo se explica el surgimiento de la movida viguesa?
Precisamente por ser una ciudad gris y postfranquista. Veníamos de una época oscura, estábamos cansados de la lucha antifranquista, de una decepcionante construcción de la democracia y se necesitaba algo nuevo y fresco. Cierto es que los problemas económicos y sociales seguían ahí, pero ser conscientes de ello e intentar solucionarlos no era óbice para que también nos pudiésemos divertir e intentásemos desarrollar una actividad cultural nueva o diferente, puesto que Vigo, en ese aspecto, era un desierto. En lo musical, por ejemplo, estábamos saturados de tanta canción protesta, ya desfasada y cansina. Y ese tedio no era cosa sólo de los espectadores u oyentes sino de los propios cantautores. Tanto es así que Bibiano Morón, uno de los componentes de Voces Ceibes, movimiento semejante a la Nova Cançó catalana, quiso quitarse las telarañas y ‘fichó’ a Pablo Novoa, Teo Cardalda y Javier Martínez, miembros del grupo Druida, para formar Trenvigo, una banda absolutamente pop muy alejada de lo que había hecho hasta entonces.
Emilio Alonso, en la actualidad
¿Fue más un movimiento de reivindicación social que no musical?
Fue un movimiento de reivindicación cultural en el que la música se convirtió en el eje vertebrador. A su alrededor se desarrollaron una serie de actividades creativas: fanzines, revistas, suplementos de periódicos nunca vistos hasta el momento, una estética nueva, llamativa y rompedora… Se renovó la dinámica cultural y creativa o, mejor dicho, se creó una dinámica cultural y creativa, porque hasta aquel momento no existía. Ese espíritu creador empapó a todos los sectores lo que provocó, por ejemplo, que el teatro -no hubo un ‘teatro de la movida’- tomase nuevos rumbos; que la renovación de los conceptos estéticos en la moda tuviese un escenario adecuado para su aceptación, aunque el fenómeno ‘Galicia Moda’ nada tuviese que ver con la movida, sólo su simultaneidad; que jóvenes pintores, figuras consagradas hoy y desde hace tiempo, encontrasen en los ambientes de la movida los espacios para desarrollar su actividad y mostrar su obra, ya que el famoso movimiento ‘Atlántica’, presuntamente abierto a las nuevas tendencias, era una especie de club privado…
Se suele criticar la movida por su falta de compromiso social…
Desde mi punto de vista, es una crítica muy injusta. En aquellos tiempos se consideraba frívolo tocar rock and roll, hacer fanzines o dibujar cómics. Lo que ‘exigían’ ciertos sectores a todo el mundo era su dedicación exclusiva a la lucha político-social, demonizando así la actividad cultural y consagrando la protesta callejera como máximo exponente del compromiso. Curiosamente, la manifestación más numerosa que se desarrolló en Vigo, ya en los años 90 y con unas 150.000 personas tomando la calle, no fue en defensa del naval o de la pesca: fue para exigir que el Celta no bajase a 2ª B por problemas económicos. Nadie consideró frívolos a aquellos manifestantes. Y yo me pregunto: ¿qué es más frívolo, tocar rock and roll y hacer fanzines o pedir en la calle que 22 millonarios en pantalón corto puedan seguir dando patadas a un balón los domingos para continuar engrosando sus cuentas bancarias?
Esto no significa que la movida no tuviera su componente social…
Muchos de los que nos movíamos en el ámbito de la movida asistíamos a esas manifestaciones callejeras, y elementos visibles, como diversos grupos musicales, participaron en conciertos en apoyo al sector naval y para pedir el ‘no’ en el referéndum para la permanencia de España en la OTAN. Me atrevo a afirmar que la gente de la movida, aunque no fuese militante de carnet, era absolutamente progresista, y sus actitudes y sus votos eran de izquierdas… aunque llevasen el pelo pintado de colores e imperdibles y cazadoras de motero.
En 1984 y de izquierda a derecha, Ricardo Lobato (propietario de la discroteca Kremlin);
Sole Conde, su mujer; Emilio Alonso, y la periodista Pilar Comesaña
Calidad musical o ganas de tocar… ¿Qué concepto se aproxima más a esa época?
Sin duda alguna, ganas de tocar. La inmensa mayoría de los músicos de los primeros 80 no tenían formación académica y con cuatro acordes se atrevían a componer y a tocar. Luego, poco a poco, fueron aprendiendo. Pero debemos tener en cuenta, y se puede leer en muchas entrevistas de aquellos tiempos, que la intención de los grupos era divertirse y divertir a los amigos, no profesionalizarse. A partir del 86-87, y dado el éxito de algunos precedentes, ese espíritu lúdico se va perdiendo y los grupos ya nacen con la intención de buscarse un hueco en el mercado. Lo más curioso de todo es que serán los músicos consagrados los que mantengan vivo ese espíritu inicial creando bandas para hacer versiones y cosas semejantes. Algunos ejemplos son los citados Currichos, que en su origen formaron, entre otros, Joaquín Morgado y Nicolás Pastoriza, de Bromea o Qué? y Pablo Novoa, de Golpes Bajos; Sonny Boy & The Williamsons, o lo que es lo mismo, Siniestro Total y algún amigo reunidos para tocar blues; Los 7 Pelmas, otra vez Siniestro con personajes como el productor Paco Trinidad -de vacaciones en Vigo- y el actor Alfonso Agra, que se reúne para tocar ska y hacer dos únicas actuaciones; Freddy Krueger y los Masters del Universo, origen de Def Con Dos, donde estaban Julián Hernández, Pepe Peón y César Strawberry -que continúan en DCD- ; Antonio Amblés, cantante de Los Cafres; el pinchadiscos de La Kama, Gonzalo López Campos; y Bernar Vázquez, cantante de The Refrescos.
¿Por qué nos gusta tanto la nostalgia?
Personalmente, no soy nostálgico. No creo en el dicho de ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’. En mi opinión, cualquier tiempo pasado, ya pasó. Los 80 pasaron y lo que pasó en aquellos años sucedió porque las circunstancias históricas así lo ‘decretaron’. Cierto es que hay mucho nostálgico y es curioso que en Internet abunden las páginas dedicadas a la música de aquellos años. ¿Por qué? A mi modo de ver porque, realmente, en aquel tiempo se hizo muy buena música… y también mucha mierda que, afortunadamente, ha quedado en el olvido. Por otra parte la gente se divirtió mucho… los fines de semana. No sé cómo sería en Madrid o en otras ciudades pero, desde luego, en Vigo se trabajaba de lunes a viernes y el fin de semana se reservaba para la diversión.
Primera actuación de Siniestro Total en el cine Salesianos (27/12/1981)
¿Pero la movida no era diversión continua?
Este es otro de los mitos de aquellos años, que todo era desenfreno y frenesí. ¿El motivo? Los medios de comunicación que se desplazaron a Vigo-docenas y docenas- para elaborar reportajes sobre la movida, llegaban el jueves por la noche o el viernes. Trabajaban el viernes todo el día, esa noche salían de copas; el sábado, resacosos, seguían su trabajo y volvían a conquistar la noche; y ya el domingo acababan como podían su trabajo y regresaban a sus puntos de origen, contando, claro, la locura que habían vivido. Como decimos en Galicia ‘cada quen fala da feira como lle foi nela’. Si los medios viniesen un martes o un miércoles se encontrarían que la gente de la movida estaba trabajando o estudiando y por la noche descansando. Si se acercasen alguno de aquellos templos hosteleros se encontrarían a tres o cuatro personas tomando una copa, una y sólo una para marchar pronto a la cama y poder trabajar en condiciones al día siguiente. Vigo cabalgaba ente el mito y la realidad, lo que hizo que los fines de semana se desplazasen hasta aquí personas llegadas desde el resto de las ciudades de Galicia. E incluso hubo algo así como un ‘turismo de movida’. Una anécdota que me pasó a mí: en la calle Lepanto, junto a la estación, dos parejas recién bajadas del tren me preguntaron dónde estaba la movida. Les dije que allí mismo, señalando a El Manco, situado en aquella misma calle. Se quedaron asombrados, debieron creer que aquello era Jauja y eso contarían al regresar a sus casas.
Da la sensación que las movidas, especialmente la madrileña, se han mitificado demasiado con el paso de los años… ¿Fue tanto?
Desde luego la de Vigo sí que se mitificó. Entonces casi todos los que estábamos en la pomada renegábamos de ese término porque daba a entender que Vigo era como Madrid, una ciudad con mil y una posibilidades para mostrar la creatividad imperante. Y Vigo no era así: éramos pocos los que hacíamos algo interesante, ni siquiera 200 personas (en una ciudad de 200.000); no había espacios para el desarrollo cultural, de ahí que los locales de hostelería fueran nuestros ‘cuarteles de invierno’; las pocas cosas que hacíamos (fanzines, revistas…) estaban a años luz de la calidad de las que se hacían en Madrid y no contaban con apoyo institucional; no teníamos unos medios de difusión que sirviesen de escaparate a todo aquello, excepto unos pocos de ámbito local… Con esa perspectiva que da el tiempo, sigo pensando que aquello se magnificó, pero cada vez valoro más lo que se hizo. Por ejemplo, me parece absolutamente heroico que cuatro chavales publicasen durante cuatro años el fanzine Escupe y organizasen una fiesta gratuita con grupos en directo -en ocasiones portugueses y coruñeses- para presentar cada número; y todo sin apoyo institucional, dedicándole tiempo y esfuerzo y financiándolo con sus raquíticos ingresos -la paga de fin de semana de papá- y cuatro anuncios publicitarios mal pagados.
Pablo Novoa y Teo Cardalda haciendo turismo con Golpes Bajos
¿Los grupos de ésa época eran conscientes de etiquetas como postmoderno?
En aquellos tiempos a nadie le gustaban mucho las etiquetas y mucho menos que se les metiese a todos en el mismo saco. ¿Postmodernos? Creo que esa etiqueta la lucían con orgullo los que en aquellos tiempos fueron ‘figurantes’ de la movida, los que sólo tuvieron arte y parte como observadores y no fueron protagonistas de nada. Tampoco hubo tribus urbanas bien definidas, militantes, y, de hecho, éramos casi la misma gente la que íbamos a un concierto de Duncan Dhu o de La Polla Records. Creo que Siniestro Total se tomó a broma -y explotó con gracia- la etiqueta de punk que le pusieron; y a Aerolíneas Federales se les consideró, tardíamente, como inventores del pop-chicle… y también se lo tomaron con bastante guasa. Sólo Alberto Comesaña asumió aquella etiqueta por él creada de porno-pop, una etiqueta que, como era sabido, duró tres telediarios, no tuvo imitadores y desapareció en cuanto montó Amistades Peligrosas.
¿La esencia de la movida son aquellas bandas menos conocidas que aprovecharon el momento de efervescencia?
Sí y no, respuesta muy gallega. En los primeros años de la movida se crearon bastantes bandas que, como ya dije, sólo nacían para pasar un buen rato y sin intenciones de hacerse profesionales. Ese espíritu lúdico, como también dije, se va perdiendo con el tiempo y los grupos que van apareciendo, muchos, nacen con intención de conquistar el mercado, cosa que nadie consiguió a excepción de los cinco ‘grandes’: Siniestro Total, Os Resentidos, Golpes Bajos, Semen Up y Aerolíneas Federales. En el camino se quedaron Moncho e mailos Sapoconchos, Los Cafres y Bromea o Qué?, los tres, en mi opinión, proyectos muy válidos. Pero lo que sucedió es que aquella efervescencia, como decís, tuvo como reflejo una proliferación de grupos enormes que dieron mucho color a la ciudad, a pesar de que, en muchos casos, la calidad de su trabajo fuese más que discutible. Fueron cinco grupos vigueses los que pasaron a la historia, pero en Vigo a 80 revolucións por minuto incluyo un apéndice con una pequeña ficha de 95 bandas que estuvieron presentes en la escena musical de aquellos años.
En primer plano, Julián y Miguel de Siniestro Total celebran el ascenso del Celta en 1985;
en segundo plano, Emilio Alonso entrevista a Alberto, otro componente del mítico grupo
En septiembre de 1986 hubo un intento de hermanamiento entre las movidas viguesa y madrileña, pero no funcionó…
Aquello fue un sinsentido, una vergüenza, algo para olvidar. Tanto es así que en los archivos del Ayuntamiento de Vigo no queda rastro de aquello: ni un papel, ni una factura, ni una nota de prensa, ni una fotografía, ni un cartel o programa de actividades… Madrid se escribe con V de Vigo, que así se llamó el desatino, era un pretendido ‘Encuentro en la vanguardia’ consistente en la visita a Vigo de representantes de la movida madrileña que en Vigo se encontrarían con sus ‘homólogos’ locales para intercambiar información, ideas y proyectos. De esas intenciones, nada de nada. Aquello se quedó en un fin de semana de juerga alcohólica financiada -18 millones de pesetas- por el ayuntamiento vigués y la Comunidad de Madrid. Las ‘credenciales’ que nos dieron a los periodistas para participar en el evento fueron vales de copas para los locales de moda de la ciudad. El encuentro fue más bien un desencuentro, donde los vigueses andábamos por un lado y los madrileños por otro. Todo este triste episodio, que cuento pormenorizadamente en el libro, acabó con sangre: en la segunda comida de ‘hermanamiento’, una gran mariscada, Fanny McNamara/Fabio de Miguel, en pleno síndrome de abstinencia, arrojó violentamente un objeto -aún hoy se discute si fue taza o botella- que impactó en la cara de una funcionaria de la Comunidad de Madrid que formaba parte de la delegación capitalina. Como consecuencia, a la mujer hubo que darle unos puntos en la cara y Mcnamara pasó en comisaría sus últimas horas en Vigo, antes de ser escoltado por la policía hasta el tren de regreso. Estaba previsto que los vigueses fuésemos a devolver la visita a Madrid en febrero del 87, pero afortunadamente, aquella segunda parte no se realizó.
¿Una era la hermana mayor de la otra?
Yo creo que fueron distintas, aunque la viguesa pudo ‘beber’ algo de la madrileña. Tengamos en cuenta que Vigo era un desierto comparado con Madrid, ciudad que, por lo tanto, era un referente, como lo eran también Londres o Nueva York. Si hacemos símiles familiares, yo diría que eran ‘hermanastras’, e incluso que Vigo era un poco ‘Cenicienta’. De todas formas, yo creo que la gente tuvo a Vigo como referente precisamente como muestra de rechazo a Madrid, que siempre monopolizó todo hasta aquel momento. Que en ‘provincias’ se estuviesen haciendo cosas tan impactantes- al menos según los medios de comunicación- como en la capital, era un ejemplo a seguir por todos aquellos que estaban hartos del ‘centralismo’ capitalino.
Continúa en la segunda parte.