Icono pop entre iconos, figura permeable a la que poder adornar con todo tipo de atributos narrativos, estéticos e incluso ideológicos, el conde Drácula es objeto periódico de relecturas culturales de consumo masivo. De hecho, rara es la década que no cuente con el estreno de una adaptación cinematográfica de las desventuras del vampiro por excelencia. Ahora ha sido el tándem formado por Steven Moffat y Mark Gatiss el encargado de redefinir el personaje y su entorno en una serie para Netflix que puede verse desde este mes de enero.
Un hedonista
Si Terence Fisher hizo del vampiro un depredador sexual y casi 40 años después Francis Ford Coppola lo convirtió en un ser torturado por su conversión en monstruo, Moffat y Gattis han construido un Drácula gourmet. Puede beberse la sangre de cualquiera, sí, pero prefiere elegir a sus víctimas con sumo cuidado. Consciente de su naturaleza, la acepta y disfruta. Es, pues, un hedonista.
En esencia, y como ya pasara en su célebre ‘Sherlock’, Moffat y Gatiss han decidido deconstruir un clásico de la literatura para adaptarlo a los nuevos tiempos. Puede que los más puristas lo interpreten como una falta de respeto, aunque bien pensado es justo lo contrario. Es desde la devoción a Drácula y su universo que se puede desmontar al vampiro para dinamizar según qué pasajes del original y vislumbrar nuevos horizontes.
Una nueva concepción de la naturaleza vampírica
Adaptada a una miniserie de tres capítulos (de hora y medio cada uno), la aproximación al conde se permite no pocas licencias que funcionan, en términos generales. Si bien debe interpretarse el ‘Drácula’ de Netflix como un todo, lo cierto es que los episodios tienen la suficiente entidad para ser desmenuzados (y estudiados) por separado. En el primero, de entrada fiel a lo escrito por Stoker, ya se aprecian varios de los añadidos de Moffat y Gatiss. Así pues, la sangre no solamente insufla vida al decrépito noble. Le transmite además los recuerdos del mordido, así como su lengua materna. “La sangre son vidas”, repite una vez y otra el conde.
Aunque importante para el desarrollo narrativo en la novela, el viaje en el barco Demeter (que traslada a Drácula de Rumanía a Inglaterra) ha tenido un peso más bien simbólico en determinadas películas del vampiro (Francis Ford Coppola lo resolvió en una secuencia), ahora permite levantar un divertimento que emula las intrigas de Agatha Cristhie y que, en otro pasaje, viste un homenaje a Ingmar Bergman y ‘El séptimo sello’. En este punto de la trama se subrayan algunos de los elementos narrativos que el dueto ya usó en ‘Sherlock’ y se establece una (cada vez) mayor distancia con la historia conocida.
Un vampiro redimido
Liberado pues de los corsés del traje hecho por Stoker, el ‘Drácula’ de Moffat y Gatiss llega a permitirse una elipsis de 123 años para el colofón de la trilogía. Lo más destacable es su final. El conde llega a redimirse (al menos así puede interpretarse) al entender que no es Dios lo que le aterra, sino su propia muerte. Es un vulgar superviviente.
Uno de los logros del conjunto, pues, es que se atreve a reflexionar sobre los clichés ligados al subgénero vampírico (la luz de sol, los crucifijos, los espejos, la invitación para acceder a una habitación) y, así, abre una puerta a una nueva asimilación de su carácter y de su perdición. Que compartamos la visión de los autores es algo muy distinto, pero debe aplaudirse que de un plumazo hayan pretendido romper con la herencia vampírica de Stoker sin, en cambio, renegar de la misma.
Drácula usa Tinder
El espectador encontrará no pocas razones para el deleite visual y estético, en el ‘Drácula’ de 2020. Su ambientación gótica recordará, a más de un nostálgico, al universo Hammer. Otro guiño cargado de simbolismo es el castillo del conde, el mismo que utilizó Werner Herzog en ‘Nosferatu, vampiro de la noche’ (1979), situado en Eslovaquia. Por otra parte, hay (en especial en la primera entrega) varias escenas cargadas de terror, y parece evidente además que Moffat y Gatiss han querido que sean lo más sangrientas posible.
Finalmente, debe destacarse el acercamiento que el danés Claes Bang propone al vampiro. Fino, sexual, elegante e incluso divertido (llega a utilizar Tinder en el tercer y último capítulo y se hace representar por un abogado porque entiende que tiene derechos) y establece una insana conexión con la hermana Agatha Van Helsing (interpretada por Dolly Wells), a la que unirá su destino en el desenlance de la miniserie.