Exhibe semblante rudo y ademán campechano y ‘destraler’. Habla chabacano, como desfogando en la informalidad oral la carga poética de sus letras, ese negro sobre blanco críptico, que uno no entiende muy bien, esa opacidad que deben tener todas las buenas canciones.

Lleva boina y va rapado, con pintas, algo Manuel Manquiña, de urbanita retirado al campo. Viene a Tarragona dispuesto a tocar en acústico pero también a hablar, a participar de un coloquio previo. Josele Santiago, rockero madrileño maleado en mil tascas, va a tener que dar cuenta de una noticia que ha sacudido recientemente los mentideros de la música en español: Los Enemigos se vuelven a juntar. “No ha sido Thunder Tropic (?) de esos en internet pero casi”, confiesa él.

Diez años después de bajar el telón, cuatro discos más tarde en solitario y tras diversos proyectos de los miembros resultantes, aquella banda histórica de rock en mayúsculas vuelve a los escenarios. Estos días andan ensayando, probando el músculo de aquellos decibelios un decenio más mayores. La primera pregunta es insidiosa y obligada. El dardo deviene casi en una afirmación: “Os juntáis por dinero, ¿no?”, atiza un espectador. “Por la pasta”, corta Josele, “porque la cosa está muy mal y hay que pagar la hipoteca”. Sin remilgos. La puta prima de riesgos y los rescates, ya se sabe.

Parece que el tiempo ha desterrado las rencillas que condujeron a la disolución. Dice Josele que Los Enemigos 2011 suenan poderosos, y hasta se extraña del buen rollo del reencuentro, que vuelve a tensar su garganta y a exigir lo mejor de él en asuntos vocales. Eso sí, una cosa es volver a pasear ese repertorio rocoso e inolvidable por las Españas y trincar; y otra muy distinta ponerse a componer y regresar al choque de pareceres, a la peleílla de egos y a los incendios. “No creo que grabemos nada. Si tengo una canción nueva me la quedo para mí”, cuenta.

Josele Santiago y su banda actual para el estudio. Salir de gira con ellos es una quimera

Siguiente pregunta. “¿Por qué seguiste publicando discos después de que se disolvieran Los Enemigos?”, tercia un crío, entrañable, desde la platea. “En realidad, fue al revés: disolví a Los Enemigos para seguir publicando discos a mi aire”. Josele quería espacios, esponjar aquellas canciones ruidosas y que esas letras que él se curraba y que estaban muy por encima de la media (buena terna con Los Ilegales y los Siniestro, pese a la coña) no tuvieran que juntar fuerzas, desgañitándose, para batirse en duelo con un pandemónium de riffs y baterías atronadoras.

Josele ha venido en coche, solo, desde Castelldefels, donde vive. “Hace diez años me dicen que haga esto y digo que no. Pero ahora me alegro”. Giró con lujosa banda en sus dos primeros álbumes en solitario, pero ya no. Ni a Pablo Nova, fiel escudero guitarrista, lleva. En teoría, está esta noche aquí para presentar su cuarto trabajo, ‘Lecciones de vértigo’ (homenaje a Roberto Bolaño, que en la dedicatoria de un libro próximo a su muerte escribió sobre sus dos hijos: ‘Gracias por las lecciones de vértigo que me habéis dado’). Pero… ¿para qué? ¿Tiene sentido eso de presentar un álbum con el negocio desagrándose y el tablero de la industria saltando por los aires? “Os tengo que vender mi disco, que podéis encontrar ya todos… en vuestros ordenadores”, dice con sorna.

Ahí va otra cuestión, nada baladí: la piratería. Josele, que nunca vendió un porrón de copias, la entiende y, sin satanizarla, le atiza a sus males: “Nos pensamos que el perjudicado es Alejandro Sanz… o el tiburón de una gran multinacional, pero no. Los que estamos abajo somos los que primero lo sufrimos. Por ejemplo, se deja de invertir en los grupos noveles. Me  dicen: ‘Ahora tendrás que ganarte la vida con los conciertos’. Y digo: ‘Pues contrátame’. Siempre he querido tocar en directo más de lo que toco. Y ahora más, que encima hago menos conciertos que nunca”.

Lo que siempre quedará es el patrimonio de las canciones, cazarlas ya hechas y al vuelo en esa nube que nos circunda, como (dicen que) hacen Dylan o Nacho Vegas, o procurar la chispita y aplicar luego pico y pala. Tira Josele del tópico ése de que la inspiración debe cogernos trabajando. A tomar por culo las musas. “Igual estoy en un funeral y se me ocurre una canción. Estás todo el día ahí… pensando dónde puede haber un detalle que te acabe dando una canción”. Uno de los temas que después tocará se le ocurrió viendo por la tele un Inglaterra-nosequé de rugby y escuchando el himno inglés.

Los Enemigos vuelven por la pasta, sí, y no lo niegan. Olé sus huevos

Últimamente, con periodicidad “mensual y media”, pare también relatos que le publican en Babelia, el suplemento literario de El País. El evangelio de San Josele también versa sobre su desactualización musical, pues sigue escuchando soul añejo, y acerca de lo asquerosamente perfectos que suenan Wilco. “Quiero escuchar a un tío que me emocione aunque esté desafinando”, espera.

El público se acaba animando al tercer grado y a Josele se le ve cómodo, a gusto, relajado, con buen humor, a tono para dejar la cháchara y comenzar con la música. Agarra la guitarra acústica y en hora y media lo borda y se saca la espina del último concierto en la ciudad, aquel show algo caótico en El Cau.

Parlanchín, presenta las canciones fundiendo lo verdadero y lo falso, el cuento, la autobiografía y la antianécdota. “Ésta va sobre la cara que ponen mis cosas cuando ven que otra vez toca hacer mudanza”. La letra parece discurrir por otros fueros, y uno no sabe si metaforiza, y hay que escarbar, o habla literal. Es Josele, juguetón y tosco, y su mundo según.

raúl