Me obsesiona una grabación, uno de esos videos recuperados gracias a YouTube que pueblan la red como fantasmas de pasados imperfectos. En ella aparece Townes Van Zandt, el viejo Townes, en 1995:  tenía cincuenta y un años, su muerte a dos por delante, su condena a muchos por detrás. El año anterior un médico le avisó que intentar desengancharse del alcohol le mataría con seguridad. Diez años antes, Townes bebía una pinta de vodka al día. Hoy, quince años después, la descarnada tristeza que emanaba sigue clavándose en el alma, igual de evocadora y jodida.

El video pertenece a The Solo Sessions, y el tema en concreto es «The Hole», una de sus últimas composiciones. En la imagen no hay nada salvo su ajada figura, sola (solísima) en el centro del escenario, expuesta aún más por su cruda forma de tocar la guitarra. Llanto puro, sincero.

Con un apesadumbrado spoken word, Van Zandt relata una ¿ficticia? caída a un agujero en el que es retenido por una fría anciana de ojos brillantes. Suplica por él y, uno por uno, por sus seres queridos, pero las respuestas de su captora desmontan toda huída. La desesperanza eleva algunos de sus pasajes a lo sublime; ni siquiera el ambiguo final del relato, en apariencia feliz, nos salva de la amargura.

No consigo sacar ese agujero de mi mente. ¿Qué tiene para provocar ese hechizo? ¿Es algo externo, o acaso despierta una parte inextirpable de nuestra psique? La imagino agazapada, como un monstruo desorientado, esperando a ser alimentada con piezas de esta intensidad. Coño, ¿qué tiene esta música, sincera y dolorida, que tanto se nos queda?

Sabina saca disco ahora, y se ha tenido que buscar compañero de viaje en horas sentimentales bajas para llevarlo a cabo. Según él, «en la melancolía florecen las mejores musas». Dice Marina en «La inteligencia fracasada» que Kafka, de haber sido feliz, nos habría privado de sus maravillosas obras. Lo hablábamos Raúl y yo el otro día: ¿acaso hay que ser un desgraciado para hacer buena música?

Improviso un repaso: Thom Yorke ahogándose (literalmente), Damien Rice desahogando su rabia a grito vivo, Nacho Vegas revolcándose con humor y resignación en sus propios dramas, Nick Drake… joder, ¡Nick Drake! La viva imagen de la depresión, del outsider, de la pieza que no encaja y acaba abocada al suicidio. Últimos coletazos del romanticismo, de la bala al corazón antes de los treinta.

Siempre nos podemos reanimar con un pelotazo de, por ejemplo, The Go! Team, pero nunca borrará del todo esos paisajes del dolor auténtico. Tal vez sí haga falta un poco de infelicidad para crear algo sincero. También hay mucha pose, y cuesta sentir lástima por alguien que destruye su vida pudiéndolo tener todo. A saber. Sea como fuere, hay que bajar a gran profundidad para recoger un poco de verdad inadulterada, y no todos los pulmones pueden aguantar el camino de vuelta. Townes, el envejecido Townes, acaba «The Hole» con un consejo:

So walk my friends, in the light of day,
don’t go sneakin’ ‘round no holes,
there just might be something down there
that wants to gobble up your soul.

Podrían ser sus últimas palabras. El último poema de un hombre devorado por el agujero.

V the Wanderer