No seré yo quien lo haga, pero espero que alguien con responsabilidad social empiece pronto a investigar por qué en los últimos años el true crime ha invadido nuestras vidas. Navegar por el catálogo de Netflix se ha convertido en una gymkana en la que debemos esquivar los documentales sobre asesinos en serie que se interponen en nuestro camino. Si es que hasta Ràdio Cambrils tiene un programa sobre criminología. Somos una sociedad morbosa, qué duda cabe, y yo soy el primero en lanzarme a las fauces de la golosa tentación del true crime, hasta el empacho.
En este sentido, ‘Crims’ -tanto el podcast de Catalunya Ràdio como la versión televisiva de TV3, ambos dirigidos por Carles Porta- supone una pequeña bocanada de aire fresco. Ojo, porque ‘Crims’ no inventa nada. No es un producto revolucionario, sino clásico. De impecable factura, pero académico. El valor diferencial de ‘Crims’ es el componente local y la trillada teoría del kilómetro emocional, según la cual el impacto que un suceso tiene sobre una persona es directamente proporcional a su distancia respecto a los hechos. En este sentido, es mucho más sugerente -y divertido- escuchar a mossos d’esquadra y sus tenir que o ver el desfile de guardias civiles con cara de malas pulgas que soportar por enésima vez a los detectives del efbiai o de la siaiei. La conmoción es más profunda si el asesinato ha tenido lugar en Lleida o Ulldecona que en Texas, y nuestra empatía hacia las víctimas y sus familiares, también. Ya lo dijo algún gurú: think global, act local. Porque esos canallas serán unos asesinos… pero son nuestros asesinos.