1. A los 38 años, Montaigne se retiró a su torre a leer y escribir e hizo grabar esto en su biblioteca: “El año de Cristo de 1571, Michel de Montaigne, disgustado desde mucho antes de la esclavitud de la corte y de los cargos públicos, sintiéndose todavía en pleno vigor, vino a reposar en el seno de las musas, en la calma y la seguridad”. Leí la inscripción hace unos meses, en la biografía que le dedicó Stefan Zweig, quien dice del francés: “como el sabio en una época de fanatismo, busca la retirada y la huida”. Este año cumplí yo los 38 y no tengo torre, pero me consuelo al menos pensando que he borrado Twitter del móvil.

2. La actualidad nos asalta y hay que protegerse. ¿Te has enterado de lo que ha dicho no sé quién? ¿Has visto ya El juego del calamar? ¿Has compartido ya el último meme? Vivimos en lo que algunos expertos llaman “el mercado de la atención”: recibimos más mensajes de los que jamás podríamos procesar y los emisores, por tanto, luchan por hacerse oír. Una pieza de opinión en The Guardian lleva hoy por titular: “Sobresaturados: ¿hay simplemente demasiada cultura?”. “Con tantas películas, televisión, música, libros, streaming, juegos y podcasts fácilmente disponibles y compitiendo por nuestra atención, ¿cómo podemos absorberlo todo?”, se pregunta. No sé qué responde, he saltado a otro artículo antes de acabarlo.

3. Hace unos años, en mi versión modesta del retiro de Montaigne, decidí limitar el ruido que me llegaba para intentar entender mejor el mundo. Hice caso al filósofo Frederic Gros, que en Andar. Una filosofía recomienda dejar de leer prensa, y al también filósofo Josep Maria Esquirol, que aconseja “no ceder al dogmatismo de la actualidad”. Tras años de defender la tele, desconecté también la antena. Ahora ya no sé a qué hora son los telediarios, qué temas están de moda, qué serie hay que seguir como si fueran deberes, sobre qué polémica hay que opinar ni quién ha soltado la última barbaridad y, gracias a ello, vivo más tranquilo y me considero mejor informado.

4. El presente no es sólo una cadena de novedades. La novolatría nos ha llevado a ignorar las raíces profundas de los fenómenos y problemas de nuestro tiempo, a ensalzar las ocurrencias (algo que está acabando, por ejemplo, con la educación), a no alternar el hacer con el pensar. La necesidad constante de contenido, fruto del siempre on de internet, hace que todos vivamos con miedo a perder el carro.

5. En ese ritmo no cabe la complejidad. La urgencia favorece explicaciones sencillas de problemas complejos, algo que comparten la publicidad, los populismos y la autoayuda. En lo urgente no cabe el largo plazo.

6. En 1975, Borges y Sábato tuvieron una charla sobre periodismo que fue más o menos así: Sábato: “La noticia cotidiana, en general, se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y lo más viejo, al día siguiente. Sería mejor publicar un periódico cada año, o cada siglo”. Borges: “El periodismo se basa en la falsa creencia de que todos los días sucede algo nuevo. Yo no he leído un periódico en toda mi vida. De las cosas realmente importantes uno se entera de igual modo”.

7. De las cosas importantes uno se entera de igual modo. Sin titulares, sin telediarios, sin trending topics, la realidad acaba hablando por sí misma. Avisaré ya de que estoy haciendo trampa: no he cortado del todo con la actualidad sino que me aseguro de no recibirla de manera pasiva ni de que llene todo mi tiempo. Combino la producción con la reflexión, la acción con el descanso. Dedico tiempo a cuidar mi ocio (asegurando siempre una dosis de frivolidad, pero de la frivolidad que yo quiero) y acudo a expertos y a los periodistas que saben encontrarlos.

8. Este texto, pues, no es un ataque al periodismo sino a cierta manera de hacerlo y consumirlo.

9. Al inicio de la pandemia, se repitió mucho aquello de que los expertos recomendaban no estar pendientes de las noticias todo el día: no nos haría estar mejor informados y sólo alimentaría nuestra ansiedad. Me parece un buen consejo general.

10. No está mejor informado el que anda siempre enganchado a medios y redes sociales. Tampoco informa mejor el medio que no da tregua. El mercado de la atención y la necesidad de contenido nos han condenado a un bombardeo constante de hipérboles en el que sólo se oye al que más grita, a una confusión entre hechos y opinión, a un periodismo que reduce toda cuestión a un debate entre dos posturas enfrentadas a las que hay que escuchar, dejando que se cuelen por ahí salvajes, fanáticos y mercaderes de la duda (habrá que escuchar también al asesino), a una política-espectáculo que poco se diferencia de las telenovelas o la lucha libre.

11. Hoy demasiada gente consume las noticias para que les den la razón en opiniones que ni siquiera son suyas o entienden del todo. Opiniones fuertes de segunda mano construidas sobre caricaturas del mundo, repetidas en bucle y sin descanso. Como un parte del tiempo que nos dijera “¡Urgente! ¡Llueve!” en el que el meteorólogo repitiera cada día que odia la lluvia.

12. “Yo creo que los periódicos se hacen para el olvido, mientras que los libros son para la memoria”, seguía Borges. Y aún así, el periodismo hace falta. Los buenos libros son hogueras que nos alumbran en la oscuridad de los tiempos; el periodismo, como mucho, son fogonazos, bengalas, pero dile tú a alguien perdido en el mar que una bengala es inútil. El problema es cuando el periodismo se olvida por completo de la luz y se contenta con ofrecer petardos.

13. Están de moda los titulares en los que alguien “estalla contra” otro alguien. Son algunas de las noticias que, por sistema, no abro nunca. Si lo hiciera, sospecho que me convencerían pronto de que el mundo es una traca constante.

14. Enric González, uno de mis periodistas más admirados, escribía: “El periodismo es un oficio muy limitado. Su devoción por lo urgente le obliga a referirse a la actualidad, no puede explicar la verdad ni escribir la historia”. La verdad, “en minúscula y de forma precaria, llega con el tiempo, si hay suerte”. Pero eso no quiere decir que el periodismo no tenga una función importante: “Su misión consiste en trabajar sobre hechos ciertos para examinar al poder, que siempre abusa; para mostrar a la sociedad una instantánea de sí misma; para ampliar los límites de la libertad”.

15. Montaigne, en su torre, fue libre, pero lo más importante, nos legó unos Ensayos que han contribuido a la libertad de todos durante siglos. No podría haberlos escrito pendiente de la última hora en Twitter. Nosotros no somos Borges o Montaigne, pero con ellos podemos recordar que nuestro tiempo y nuestra atención son limitados, que lo inmediato ha de entenderse en un marco más amplio y viceversa. Si hay algo urgente es desintoxicarnos de la urgencia y compensar esa adicción, como dice Esquirol, con una resistencia íntima, equilibrar las bengalas de lo actual con las hogueras de lo importante.