Martirio mola. Más el personaje que la música. Más la filosofía y el estilo que las canciones. Más la peineta y la mantilla que la voz. Porque a pesar de haber compartido veredictos con Caco Senante y Lauren Postigo como jurado de Lluvia de estrellas, tiene un puntito punk trasnochado, un no-se-qué de libertad que me seduce. He ahí la grandeza de las más punki de todas las folclóricas, de ese personaje construido durante décadas a conciencia como pocos (a bote pronto, me vienen dos más a la cabeza, que incluso la superan: Javier Gurruchaga y Loquillo).

· ¿Quién es? Maribel Quiñones, «Martirio»

· ¿Qué hace? Folklórica alternativa

· ¿Por qué mola? Por punk e inclasificable

· ¿Desea saber más? La tienen en Facebook

Porque su imagen, identificada durante años con el régimen franquista, ya está sobradamente asimilada, pero tiene gracia ponerse a cantar copla y hacer de esas gafas de sol una seña de identidad en una tonadillera. De hecho, con esas pintas yo creía que era ciega (y ella interpretaba precisamente ese papel en un par de capítulos de la serie Makinavaja. Era una ninfómana). Todo en Maribel Quiñones, que así reza su DNI, es como muy de vanguardia, de diva cañí anacrónica que fomenta el misterio y, al menos, despoja de caspa a la copla y otras manifestaciones populares.

Reconozco que apenas domino su discografía (maldita la falta que hace, esto es un blog paramusical). Me gusta bastante el disco ‘Mucho corazón’, un oasis cálido para desconectar de esas guitarras que nos rodean habitualmente. En especial, me encanta la canción ‘Las palmeras’, bonita, añeja, elegante, sugestiva. Ahora su hijo, Raúl Rodríguez, se ha convertido en su colaborador principal, además de integrar el grupo de flamenco-rock Son de la frontera, idolatrado incluso por los snobs de Rockdelux (uno de sus discos está entre los mejores de la década). En ‘Mucho corazón’ toca una cosa que se llama tres cubano (acabo de descubrir este instrumento) y que se parece muchísimo a una guitarra española de las de toda la vida.

Claro, es difícil acercarse a estas sonoridades entre el jazz y lo cubano de alguien, Martirio, que empezó en los 70 formando parte de Jarcha, grupo de la Transición (sí, eran los de “libertad, libertad, sin ira libertad”) y que militó después en Veneno. Me identifico poco con todo eso pero alguien que canta “con mi chándal y mis tacones” (gran imagen) en ‘Sevillanas de los bloques’ o que titula una canción ‘Estoy mala’ tiene algo de artista especial.

Me atrae cuando alguien dice que Camarón de la Isla es puro heavy metal o que María Jiménez es una punki, porque eso habla un poco de la actitud, del prenderse fuego, del pasarse de rosca, del perder los papeles, del colocarse bastante al límite a la hora de interpretar o crear, independientemente del género. Martirio tiene algo de eso o, al menos, ahonda en ese ejercicio de estilo. No es sentimiento imprescindible pero todo lo que nos emociona o nos motiva tiene mucho de esa sensación más o menos extrema. Si es que el espíritu del rock lo tiene hasta Silvio Berlusconi, recientemente elegido personaje del año por la edición italiana de la Rolling; a su lado, dicen, las peripecias de Keith Richards se quedan en un juego de niños.

raúl