«Estamos al borde de un precipicio. Miramos el abismo, sentimos malestar y vértigo. Nuestro primer impulso es retroceder ante el peligro. Inexplicablemente, nos quedamos.»

Las cortinas ascienden lentamente y una masa de niebla se revela poco a poco, volcándose sobre el público como una amenaza o un sueño inquieto. Pronto, el teatro entero es un abismo blanco, en el que tan sólo se dibujan un par de siluetas y un piano. La escenografía es sencilla, rectilínea, asimétrica, pensada para destacar esas figuras y ese vacío. El infierno, como sabemos los fans de ‘Silent Hill’, es un abismo blanco como el que vemos ahora.

Las dos siluetas son Juan Echanove, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida, y Maika Makovski, a cargo del arsenal musical. Un emparejamiento raro. Él interpreta pasajes de Edgar Allan Poe, en la traducción de Cortázar, ella toca temas propios compuestos para la ocasión. ¿Poe más Echanove más Makovski? ¿Seguro? Pues resulta que sí. Se turnan y se combinan, actúan e interactúan creando un conjunto sorprendente y coherente. Es ‘Desaparecer’, un montaje musical de Calixto Bieito que hoy llega a un Teatre Metropol de Tarragona lleno a reventar.

Arrancan con un pasaje de ‘El demonio de la perversidad’ contundente y sonoro y un tema de Makovski, ‘A dream within a dream’. Me ganan rápido, pero luego el espectáculo (¿teatro? ¿recital? ¿concierto?) continúa algo abstracto, con pasajes sueltos del norteamericano y un Echanove que va ganando intensidad. Me falta un hilo o tal vez familiaridad con el formato. Yo, que soy un mortal sencillo que gusta de ver a Hulk y Thor intercambiando pareceres con las manos, le veo demasiado de performance al asunto como para conectar sin reservas. Durante los primeros minutos me entretengo con la calidad del sonido (tremenda), con el ritmo verbal de Echanove y con las ráfagas de humo que van invadiendo la sala. También temo que la niebla se lleve al actor y nos lo cambie por el Gran Wyoming.

Poco a poco, me voy olvidando de las formas y me voy dejando ganar por el discurso. La música de Makovski es nítida, muy definida, esquemática, como un conjunto de apuntes que no necesitan desarrollarse. Temas como ‘Frozen landscape’ suenan distantes, gélidos y hechizantes. Piano y voz en inglés para aportar inocencia y fragilidad al tormento y la oscuridad de Echanove, que se pierde en los pasajes fantasmales de ‘Manuscrito hallado en una botella’ y poco a poco sucumbe y se deja caer contra la pared, eleva la voz y grita entre sollozos. Para cuando el espectáculo se desborda, ya no me parece impostado ni demasiado teatral, sino tétrico, espectral, frágil, solitario.

A medio camino Echanove se envalentona con ‘El gato negro’ al completo y el discurso se vuelve más narrativo y, por lo tanto, más accesible. Su sufrimiento se hace visible y recita el texto como golpeándolo o golpeándose. Makovski se aleja del piano y espera inmóvil en el escenario como un fantasma, o intenta acercarse al narrador suavemente, con compasión. Echanove sigue la lucha contra la perversidad interior con entrega autodestructiva. Acaba en el suelo, reclinado contra la pared; de ahí, con la audiencia todavía sobrecogida, arranca ‘El cuervo’. Bien.

Acabo entusiasmado, totalmente envuelto por los suplicios y las visiones fantasmales del escritor, por la música inocente y cruel de Makovski, por la interpretación consumida de Echanove. El trabajo de Bieito consigue un aspecto nuevo y diferente para textos más que explotados, pero sin esperpentos ni moderneces innecesarias. Para mí, Poe ha sido siempre del negro de la oscuridad profunda y ha retumbado en las voces de Vincent Price o Christopher Walken, pero aquí he descubierto que se puede traducir con fidelidad usando voces enfrentadas y un limbo etéreo. La gran virtud de Echanove es precisamente esa falta de autoridad, de resonancia que tienen los recitadores de Poe anglosajones más famosos. Es un tipo normal superado por tormentos que se esconden en los rincones de lo cotidiano, está atrapado en un abismo blanco y los ecos y los fantasmas que hay allí no dejan de torturarle. Se asoma y nos asoma al borde del precipicio, nos hace sentir malestar y vértigo… e inexplicablemente, nos quedamos.

V the Wanderer