Las 14 canciones del año pasado, referidas a 2020, se suspendieron, en realidad, sin motivo aparente, aunque diremos que fue por solidaridad con la cultura, porque yo quería hacer una presentación de esta lista presencial, y no algo telemático, escrito aquí, tan frío. Visto que la pandemia ha ido para largo, y me hallo en la nebulosa covídica de ya no distinguir entre las cepas, las olas, las dosis y los años, recupero y empaqueto en una única entrega las canciones de cualquier año que he escuchado más en los dos últimos.

C. TANGANA – NUNCA ESTOY (2020)

Nunca habría llegado a C. Tangana, antes referente del trap, tan ajeno a mí, si no hubiera sido por este giro folclórico, que ya avanzó con ‘Un veneno’, explorando el bolero, y que era una bisagra que apuntaba a los próximos pasos, fructificados hasta la popularidad en ‘El madrileño’. ‘Nunca estoy’ es una canción opresiva pero muy melódica que habla de mensajes sin contestar, aviones perdidos, discusiones y desencuentros pero también transita por esos lugares comunes, marca de la casa: la huida hacia adelante provocando dolor, los propios fantasmas del ego o la fama y ese saberse gilipollas («enfermo de sí mismo», dice la letra) que le lleva a cambiar la perspectiva y cantar y narrar desde el punto de vista de su chica, herida. Todo ello, además, mientras se incluyen referencias explícitas a Rosario y Alejandro Sanz, en esa carrera por romper las costuras de la música urbana y acercarse al imaginario pop, supongo que en busca de un público mayor, más mirando a las raíces patrias que al rap de Nueva York. ‘Nunca estoy’ le hizo de punto de inflexión para esa nueva etapa, en la que ha llegado a estar hasta en la sopa, menos esquivo, más para todos los públicos. Me parece que la apuesta le va genial y yo me siento target en la diana, rendido a esa mezcla bastarda y a la gracia de ver a un rapero que a veces se cree el puto amo pero otras se vuelve débil y falible, sin pudor para mostrar sus mierdas.

MENTA – OJALÁ TE MUERAS (2020)

Les etiquetan como realismo sucio. Solo tienen unos pocos temas publicados y uno es este, que destila, solo hay que ver el título, mala baba y rencor pero también insatisfacción, en la línea del género clásico de canción de amor y muerte (o en la temática de ni contigo ni sin ti, tan folclórica pero aquí llena de distorsión). Los ecos resuenan como una letanía de resentimiento y el medio tiempo firma un ‘in crescendo’ atmosférico que remite innegablemente a Los Planetas, como si fuera casi un ejercicio de estilo. No hay que decir mucho más que no resuma esa frase lacerante y vulnerable a la vez que reverbera antes de la explosión de guitarras: «Solo quiero ir a tu entierro o volver a tenerte muy dentro».

MUJERES – TÚ Y YO (2020)

Un pildorazo punk pop para gritar y bailar a cargo de Mujeres, un trío de barceloneses entrados en años (‘Siento muerte’ es su quinto disco), con formas cafres pero una lírica sentimental que les hace entrañables. Batería, guitarra y bajo tronan a la vez, casi sin respiro hasta el estribillo, donde viene el giro melódico bien surfero. En esa Barcelona cruda que gentrifica y precariza, con trabajos basura que ahogan y alquileres asfixiantes, canciones así se convierten en la esperanza, rudas y urgentes en la forma pero blanditas en ese fondo romántico, donde uno puede intuir a esa generación pureta y puteada aspirando al amor y a los afectos para salvarse aunque sea un poco, como dice la letra de ‘Tú y yo’: «En tu puerta escribiré 100 veces que te quiero… y luego lo limpiaré para que no me odies».

ALEXANDERPLATZ – ISABEL COMO FERNANDO (2021)

Un trallazo rockero y denso, dicen que muy kraut, de recién publicación en el pasado 2021, a cargo de Alexanderplatz, el alias de Alejandro Martínez, la mitad de los extintos e indispensables Klaus & Kinski. El dúo se acabó separando tras unos cuantos discos magníficos pero Alejandro, letrista y compositor, sigue adelante con la urgencia de despachar su vasta cultura y unas referencias que beben de lo clásico, de la mención a personajes históricos o del localismo costumbrista de Murcia, la tierra natal. Me gusta que parezca uno de esos artistas fuera de plano, poco clasificable para la industria. Aquí vence el exceso de intelectualismo de otras veces y le da vueltas a frases simplonas y juegos de palabras biensonantes alrededor de los Reyes Católicos, ya ven, apostando por temáticas comerciales. También me atrae la cosa castiza, no por nada ‘Parques nacionales españoles’ es el título de este nuevo disco.

FAMILY – EL BELLO VERANO (1993)

Dicen que Javier Aramburu, autor de las portadas más destacadas de discos de los últimos 30 años en España, dejó la música porque la consideraba un arte menor. Bajo el nombre de Family, solo hizo un álbum, ‘Un soplo en el corazón’, luego ampliamente ensalzado como eslabón decisivo en el llamado Sonido Donosti e inspirador para bandas como La Buena Vida. Ni dio ni da entrevistas, no tocó en directo y apenas hay un par de fotos viejas de él en internet, pero está bien conectado con el pulso actual, porque, en su faceta de pintor, ilustrador y grafista, sigue entregando carátulas para lo más granado de la música popular. ‘El bello verano’ solo es una gema más de ese compendio de temas distantes y fríos, de voz impersonal, pero tremendamente evocadores.

NACHO VEGAS – CANCIÓN DE PALACIO #7 (2007)

Ahora veo que aquella escena de los dos tipos que planeaban, ahí fuera, una guerra nuclear mientras te hacías un té, podía ser yo mismo tecleando en el ordenador en pijama, mirando por la ventana el mundo parado y la carretera para ver si circulaban camiones que abastecieran las tiendas de cerveza, levadura y papel higiénico. Es el conocido temazo de Nacho Vegas, tantas veces transitado, que me fue saliendo una y otra vez en aquellos días de parálisis, espanto y teletrabajo. Huí de los conciertos brasas on line del Gran Confinamiento y de las canciones coyunturales pero quizás, mientras trabajaba, reencontré la emoción en la cosa esta de guarecerse en el hogar, en la resistencia frente al huracán ni que sea aunque vivamos en casas de papel. Vínculos livianos y resortes impensables para redescubrir clásicos recientes y dotarles de otro prisma. Ya saben: «Puede que me atrinchere aquí y, como cualquier animal, ya sabré lo que hay que hacer».

LA ESTRELLA DE DAVID – LA PRIMERA PIEDRA (2018)

No sé si David Rodríguez, en esta canción de su proyecto La Estrella de David, se mofa de ese venirse arriba, del postureo del artista motivado o, directamente de la misma autoayuda, con frases como «lo que tú no hagas se va a quedar sin hacer». Pero, en esta especie de recitado arrastrado y desganado, con prosa cotidiana de bajona antiépica, el más glorioso extracto es este: «Las olimpiadas de Barcelona, la catedral de León y la de Burgos seguro que empezaron así: con alguien con una buena idea en una entrega de premios, conociendo a gente, haciendo contactos». La teoría me parece fabulosa. David, histórico del indie, escudero de toda la carrera de La Bien Querida o de Soleá Morente, no destaca precisamente por la celebración y la efusividad, sino más bien por todo lo contrario, por ese aura de talento en la sombra, algo ermitaño, cantautor más de cacharros y soniquetes que de guitarrita. Lo descubrí en 2020 y le adivino esa mezcla de escepticismo, madurez y esperanza, una buena forma de estar en el mundo. Y, si no, miren la sorna: sacar un disco pasados los 50 que se llame ‘Consagración’, como es el caso, y salir en la foto de la portada tirando la basura.

JOSELE SANTIAGO – LA TRISTEZA DE SER ELECTRÓN (2016)

Hay que ver cómo una canción de un tema serio y hasta complejo como es la física pasa de ser cantada en los años 80 por los hijos de Rocío Durcal, en un dúo infantil, a ser versionada en un blues-rock cósmico a cargo de Josele Santiago en ‘Cachitos de hierro y cromo’, a propuesta del propio programa. Todo un hallazgo marciano o una perversión imposible. La canción narra, con muchas referencias científicas, el drama de un electrón enamorado de un protón inalcanzable. No deja de ser un cuento o un juego, casi como un opening de dibujos animados, que ha calado más allá de los niños y que, a día de hoy, sigue siendo revisitada. Leo que su autor es Carlos Fernández Tejero, profesor de física en la Complutense pero también, en su día, músico y compositor para gente como Cecilia o Mocedades. Solo hay un vídeo suyo tocando su propia canción ante, precisamente, un auditorio universitario, en unos premios de ciencia, y a cada verso arranca las risas solo para iniciados que son capaces de captar los chistes que hablan de átomos y de leyes. Josele, en trío, sabe elevar con elegancia ese tema de física melancólica.

LA PALOMA – BRAVO MURILLO (2021)

Otra de esas canciones que no hablan de gestas ni que tampoco te van a revelar el sentido de la vida. O quizás sí. ¿Quién pensó que cerca de los 40 se nos habría puesto ya el morro fino y postmoderno y estaríamos escuchando, yo qué sé, jazz? Aquí me ven, con un grupo veinteañero, ruidoso, muy madrileño y postpandémico, despachando en el garaje los males de amor millenial y el desencanto. Tópicos normativos en la chavalada, sí, pero quién se resiste a esa primera frase, que justifica el tema y hasta el grupo, y que quizás sí que esconda algunas claves de nuestra condición (o el plan para una tarde tonta en el centro de Madrid): «En una terraza de Bravo Murillo espero la muerte».

EL BUEN HIJO – EL HOMBRE DEL TIEMPO (2017)

Cada año pongo en estas listas algún caramelo pop sin complejos y este es el caso, exponente de la canción pegadiza, cantable y amable a los oídos, que no llega a los tres minutos. El Buen Hijo, trasunto de una cierta efervescencia madrileña en el género, son expertos en esas manufacturas canónicas de la accesibilidad que no pasarán a la historia de la música por su aventura experimental pero que se quedan ahí, enredando: la melodía bien presente, las guitarras acústicas, la concesión a letras algo tardoadolescentes (pese a que muy bien las puedan firmar cuarentones) y la pátina melancólica. ‘El hombre del tiempo’ forma parte, además, de la BSO de la serie ‘Paquita Salas’, monumento a la tragicomedia que se empapa precisamente de eso, de cultura popular (quasi músico-catódica), años 90 mediante.

LOS PLANETAS – LÍNEA 1 (1998)

Podría ser un himno de la procastinación y la vida indolente, pero en realidad es una admisión de la propia precariedad anímica y de la falta de voluntad para superar adicciones. A mí me gusta ir más allá: en tiempos virales de ponerse medallas, de filosofía de centro comercial, de posturear (y postear) los hitos y enarbolar a los cuatro vientos cada superación personal cabalgando sobre el ego de las redes, he aquí todo lo contrario: bajar los brazos, volver a ser frágil, asir la derrota de los días y las metas, claudicar a los vicios y hacerlo con melancolía y la belleza de una balada con piano y cuerdas. Pura condición humana, en una canción capaz de hundirte con solo unos segundos el más espídico morning show durante toda una semana o de tumbarte los buenos propósitos del año. Claro, tampoco apuesten por ella para que suene en los gimnasios. Me encanta la escena de la letra, con el protagonista, pobrecillo, convencido de que esta vez sí, aunque en el fondo sepa que en verdad no: levantarse, acicalarse, pensar en arreglar la casa, cerrar la etapa tóxica, recuperar la vida, hacer planes de futuro para, de repente, tras pensarlo un momento, concluir: «Mejor que no».

RENALDO & CLARA – LA FINESTRA (2020)

Recuerdo el tuit chistoso antes del cambio horario de la primavera de hace dos años, en aquella cuarentena: «Ojo, acordaos de adelantad el reloj, no vayáis a llegar tarde a la ventana». Contaba Javier Krahe que él normalmente en su vida diaria, por la mañana, se levantaba, desayunaba y se quedaba una hora fumando y mirando a la pared. Supimos entonces qué difícil era no hacer nada. No sé si esta canción habla exactamente de aquel encierro, pero sí que se recrea en la vida contemplativa y la quietud, en la observación anticlimática y sosegada de lo que sucede ahí fuera, al otro lado de la ventana: el cielo azul y liso, las nubes lentas y altas, los pájaros veloces, la luz que entra; receta para la vida ‘slow’ si llegaban nuevos confinamientos y uno no quería acabar subiéndose por las paredes o, lo que es peor, inventándose un hobby.

FUTURO TERROR – PARÁLISIS DEL SUEÑO (2016)

El chip en la vacuna, enfermedades degenerativas por llevar mascarilla y el 5G como factor propagador. Venimos cargaditos de bulos y ‘fake news’, así que, entre Miguel Bosé y los discos de Bunbury, ya no viene de una patraña más, en este rugido punki y áspero, un tiro visceral de dos minutos que habla de algo que nos atormentó a los miembros de esta santa casa: el ataque de la parálisis del sueño, esos arrebatos nocturnos que te dejan inmóvil y te llenan de angustia porque quieres gritar y no puedes. Ya ven, no estaría Futuro Terror, que así se llama el grupo, pensando en los mejores ingredientes para una canción del verano cuando se les ocurrió hablar de un tema así de ameno, que me recuerda a aquellas tinieblas ochenteras de los Alphaville españoles. Y, claro está, ya compraron todo el pack de las tesis más científicas y rigurosas. Huelga decir que, según la letra, las visitas de extraterrestres a la habitación son la causa de tan perturbador trastorno onírico: «Es la señal de que ellos vienen / ahora las sombras te retienen / Sientes el miedo, sientes el frío / Es la parálisis, nunca se ha ido».

ANDRÉS CALAMARO – CUATRO JINETES (2009)

Junto a la repostería y la cinta de correr, he aquí uno de los grandes pasatiempos del mundo hispano en aquel encierro imborrable de hace un par de años que parecen dos siglos: conectarse a Facebook a cualquier hora y ver qué hacía Calamaro. A saber: horas de delirio en directo, tocar canciones, fumar cosas, tomar mate, dormir de día y, como un niño chico, enzarzarse de mala manera con los comentarios en las redes, ese abismo insondable enardecido en la locura confinada. Le pedían canciones, las negaba, se enfadaba, todo un charco tabernero, imprevisible. Podías ver cómo se levantaba y se iba al lavabo. Te conectabas y se había quedado sobado con alguna reposición de carreras noventeras de Fórmula Uno en la tele; en fin, personaje torrencial hasta la autoparodia que recordaba aquella reclusión voluntaria y algo kamikaze durante el cambio de siglo, reflejada en algún documental y que acabó en el memorable vómito de canciones en el quíntuple ‘El salmón’. Siempre me fascinó esa miseria hogareña explicitada sin pudor de alguien que, al día siguiente, se vuelve masivo e impecablemente ‘mainstream’ y mete a miles de personas en salas y pabellones. En esas recuperé la breve y destartalada ‘Cuatro jinetes’, con aires de maqueta de guerrilla, como para celebrar ese espíritu doméstico y aquella pregunta que fue también un chiste: «¿Cómo llevas el confinamiento? ¿Bien o como Calamaro?».