Doce canciones de este siglo, nueve de esta década e incluso dos de este año: parece que en 2018 me he puesto, a mi manera, al día. Echando la vista atrás compruebo que he ido saltando de estilos y ánimos, de modos de y momentos para escuchar. En todo caso, y como queda claro aquí abajo, no me ha faltado música. Estas son (intentando no repetirme demasiado respecto otros años: lo siento, Patti Smith, David Bowie y Nick Cave) las 14 canciones que más he escuchado en 2018, sean del año que sea:
Nacho Vegas – ‘Los sabios idiotas’ (2018)
Por mucho que en los últimos años Nacho Vegas haya reescrito su carrera para destacar una carga política que, asegura, siempre estuvo ahí, parece imposible no ver en ‘Cómo hacer crac’ (2011) y especialmente en ‘Resituación’ (2014) una bisagra clara, un reseteado que dejaba atrás el encierro en su propio dolor y se volvía hacia el activismo. Si el Vegas de Limbo Starr y Xel Pereda componía contra sí mismo (en una autoflagelación que se sublimaba gracias al humor, la distancia y la experimentación sonora), el de Marxophone escribe contra otros, contra “actores poco memorables” y malos muy malos (que, ojo, existen) a los que caricaturiza y sentencia sin matices. De los propios defectos a los de los demás: seguramente será una manera más sana de vivir, pero su música paga el precio. La prueba más evidente de esta fractura es ‘Los sabios idiotas’, un tema de antes del cambio de discográfica que se cuela en el correcto y olvidable ‘Violética’. Aquí está el Vegas triste, perdido y desorientado, el existencialista que apenas lograba contener su angustia y parafraseaba a Faulkner cantando: “entre el dolor y la nada elegí el dolor”.
Bat for Lashes – ‘Moon and Moon’ (2009)
Una de mis palabras favoritas, y que no se puede traducir completamente, es “haunting”: una mezcla de tristeza evocadora y conmovedora, ensueño, obsesión y hechizo que tiene además ecos fantasmales, supraterrenales. Haunting es, por ejemplo, la música de Natasha Khan, y haunting son frases como “I’m a huntress for a husband lost at sea” (suena a canción-cuento de la mar) o “It’ll drag me to your door; now I won’t see you no more”. Haunting es, también, poner este ‘Moon and Moon’ en bucle y perderse en sus ecos, su piano y sus susurros.
Shoko Ikeda – ‘Yume no tobira prelude’ (¿1980?)
Chopin pasado por el filtro del citypop y la electrónica de Delia Derbyshire: imposible que no active el repeat. Melancolía elegante, evocadora, nocturnísima, con la voz de una Shoko Ikeda que no consigo descubrir quién es pero ya me tiene entregado. Viene en el disco ‘20th Anniversary of Polystar Collection Vol. 2, Female Vocal Cover Songs’, que abre con una versión del tema de Flashdance y cierra con otra de Mary Hopkin, y la descubro (o me la descubren) a golpe de algoritmo de Spotify. La niebla de la cultura digital debe de ser esto.
Damien Rice – ‘What If I’m Wrong’ (2010)
Este verano, y tras pasar por el Primavera Sound y el Cruïlla, Damien Rice volvió a España en su primera gira por auditorios, ya sin las apreturas de los festivales. Pasó por Palma y allí estuve, completando tres de tres. Lo vimos sentados, pudo tomarse su tiempo y, al tocar más temas, se permitió más excursos del setlist principal (arrollador su ‘Famous Blue Raincoat’), aunque también perdió algo de la crudeza de los shows anteriores, más concentrados, en los que sólo estaban él, sus guitarras, su loop box y su micro con distorsiones. Ver a Damien en vivo ya no es novedad y nunca me quejaré de ese lujo. Sin embargo, esta nueva familiaridad me permite una posición menos efervescente, más analítica, con más comparación y con más consciencia de lo que me falta. Y en esa lista del debe está este tema que ni toca en directo ni ha grabado en estudio y que yo no me canso de escuchar en esta grabación de mala calidad, con Julia Stone poniendo un remate perfecto.
Jóhann Jóhansson – ‘A Pile of Dust’ (2016)
El 9 de febrero, con 49 años, murió Jóhann Jóhansson, uno de los compositores más brillantes de nuestro tiempo. Suyas son las bandas sonoras de Arrival o Mandy, posiblemente el mejor score cinematográfico del año, y discos imprescindibles como ‘Orphée’, al que me había enganchado en enero y que ya no me ha abandonado en todo el año. Esta bellísima ‘A Pile of Dust’ es una muestra perfecta (aunque valdría cualquier otra) de lo enorme que es su pérdida.
The Blasting Company – ‘Over the Garden Wall’ (2014)
Qué edad de oro está viviendo la animación televisiva americana, aunque la mayoría de guardianes de la cultura (ocupados como están con las series serias) no le haga mucho caso. En 2018 se ha cerrado Hora de aventuras, tuvimos ocasión de volver a poner en valor Bob Esponja (una de las madres de todo esto) con la pérdida de su creador, Stephen Hillenburg, y Netflix estrenó una adaptación de Hilda que tiene fuelle para ser la heredera moderna de los Moomin. En esta casa hemos aprovechado el año para ver de una vez Over the Garden Wall, obra maestra absoluta. Fuertemente americana y anclada en los estilos y sonoridades de las primeras décadas del siglo XX, su banda sonora sigue en rotación en mi Spotify. Temas como ‘Into the Unknown’ o esta ‘Over the Garden Wall’, con su aire clásico y su lenguaje cuidado (¡qué bonito es escuchar frases como “content to be slightly forlorn” o “it carries the reveries home”!), me recuerdan a lo mejor de The Decemberists, aunque a nada que se me apriete reconoceré que la canción que más he escuchado, y con mucha diferencia, es la absurda y festiva “Potatoes and Molasses”.
Aldous Harding – ‘Stop Your Tears’ (2014)
Uno de los descubrimientos de este año es la neozelandesa Aldous Harding, que canta como una Joan Baez más frágil y desolada (pero igualmente firme) y escribe como la Patti Smith más poética y abstracta. El folk no puede llegar más alto. ‘Stop Your Tears’ abre su primer disco y a mí me suena a pantano, a tragedia gótica, a misterio en el que hundirse sin mirar atrás.
FEMM – ‘Whiplash’ (2014)
Cuando vi por primera vez el videoclip de ‘Poker Face’, la promesa de Lady Gaga me entusiasmó: una popstar que abrazaba la artificialidad y era puro personaje, puro pseudónimo y disfraz, como una descendiente industrial de David Bowie o una Hatsune Miku de carne y hueso avant-la-lettre. No era nada nuevo, por supuesto, pero siempre alegra que el pop se libere de la patraña de lo auténtico. Luego Gaga quiso insistir en mostrarse con nombre y sentimientos reales y se torció el invento. Tuvieron que llegar las FEMM, con sus nombres ridículos (las siglas vienen de Far East Mention Mannequin y ellas se hacen llamar RiRi y LuLa), su concepto disparatado (maniquíes que cobran vida y montan algo así como un frente de liberación) y su estética galáctica (hija de Barbarella, Tron y Space Channel 5) para explotar ese terreno fértil del artificio, esa realidad creada por el “animatic apparatus” que describe Deborah Levitt en su último libro. Ni siquiera en las baladas emotivas RiRi y LuLa se salen del personaje ni dejan sus bailes de robot. ¿Y la música? Pues la única que puede corresponder a este tinglado, un j-pop electrónico de baile (ideal también para correr) filtrado por y para gustos occidentales con el que yo, defensor del citypop y de Dance Dance Revolution, nunca negaré sentirme feliz.
Wasabi Mizuta – ‘Odore dore dora Doraemon ondo’ (2007)
Pues sí, una de las canciones que más he escuchado este año es un tema de Doraemon, pero déjeme que me explique, señor juez. La primera causa es que por fin un juego de Taiko no Tatsujin, saga central de los arcade japoneses, ha llegado al mercado doméstico europeo, y aquí hemos echado nuestras buenas horas pegándole al tambor a ritmo de esta y otras canciones igualmente festivas (“Tabetemo Tabetemo” podría haber entrado sin problemas en esta lista). Con su cruce entre anime y festival tradicional a lo awa odori, Odore dore dora Doraemon ondo (se te llena la boca al decirlo) es la canción perfecta para darle al taiko. La segunda causa, señor juez, es bastante más sencilla: Odore dore dora Doraemon ondo es, aquí y en Japón, un temazo como una catedral.
Ben Howard – ‘Black Flies’ (2011)
Un año más, Life is Strange llena la mitad de mi playlist, y sigo sin saber si me gusta la música por los juegos o los juegos por la música (mentira: creo que ambas partes se valen por sí mismas y juntas sólo hacen que expandirse). Podría haber hecho una lista alternativa con 14 temas de esta saga, como ‘Youth’, ‘Taking You There’, ‘Death with Dignity’; claro que eligiendo a Wolf Alice, Sufjan Stevens, Daughter o Bat For Lashes ya tienen mucho ganado para entrar aquí. A Ben Howard no lo tenía controlado y esta ‘Black Flies’ se ha convertido en la canción que más he escuchado en todo el año, gracias a su guitarra, sus aires de despedida, su estribillo construido sobre John Donne (“no man is an island”, uno de mis versos favoritos) y su crescendo viajero, espumoso, noctámbulo.
Johnny Cash – ‘I See A Darkness’ (2000)
La versión que Cash hizo del ‘Hurt’ de NIN es tan potente que ya se ha convertido en un cliché. Algo menos conocida (y por tanto, menos gastada) pero igualmente contundente es su interpretación de ‘I See A Darkness’, confesión de oscuridades y temores que le tomó a Will Oldham y en la que el mismo Oldham le acabó haciendo los coros. Suena en uno de los momentos más certeros de Lucky, tratado cowboy zen de un Harry Dean Stanton despidiéndose de todo y todos que está entre lo mejor que ha dado el cine este año, y desde que la vi no he podido dejar de escucharla. We’re nothing. (El clímax emocional de la película, por cierto, es el propio Stanton arrancándose con una ranchera, y se me ocurren un buen puñado de musicales que matarían por alcanzar esa intensidad y verdad.)
Namewee – ‘Tokyo Bon 東京盆踊り2020 (Makudonarudo)’ (2017)
La mitad de esta lista son canciones japonesas, y de entre ellas muchas son frivolidades festivas. Que quede claro: celebro aquello que me da alegría, sobre todo si lo hace sin cinismos ni excusas, y este año ninguna canción me ha alegrado tanto como ‘Makudonarudo’, un tema que es pura novelty song, puro gag pensado para viralizarse en YouTube, pero que también contiene un giro filológico iluminador: su estribillo es una lista de préstamos que el japonés le toma al inglés y de adaptaciones fonéticas que se recrea en la pura sonoridad. Antes del significado, el fonema. Makudonarudo, Guguru, Toiretto, Kitto Katto, Dizunilando, Takushi go Hoteru, Sebun Elebun, Miruku, Basu, Biru, Sutabakkusu: sólo con leerla ya oigo ritmos de festival tradicional y me entra media sonrisa.
R.E.M. – ‘Sad Professor’ (1998)
La otra mitad de mi lista son canciones tristes, ensimismadas, cajas de resonancia del terror que da vivir. De ‘Makudonarudo’ me puedo ir a ‘Sad Professor’ y además me parece natural: Michael Stipe cantando “everyone hates a sad professor” suena a aviso o a bronca. ¿Por qué, después de años sin escucharlos, he vuelto a R.E.M., y sólo a esta canción? Fueron una de mis bandas favoritas y pocas me han marcado como ella, aunque no escuchase demasiado ‘Up’ ni hubiera reparado nunca en este corte. ¿Será por el título? ¿Será porque el álbum ha cumplido veinte años? Escuchar ‘Sad Professor’ (una y otra vez) ha sido como volver a casa, salvo que sin rastro de nostalgia: algo así como un regreso a un lugar nuevo, un pasado escrito por primera vez, un dolor adulto que antes no supe ver del todo. Quizá hace dos décadas, cuando empecé a escuchar R.E.M., descubrí que la tristeza era el sostén de la voluntad del mundo, pero ahora la novedad estaría en que hace tiempo que comprendí que está bien que así sea, que esto no nos hace especiales y que el sentimentalismo no sirve para nada. Estamos tristes, sí, y la voz de Stipe nos recuerda que podemos vivir con ello y ser felices sin dar la brasa a nadie. Everyone hates a bore, o muerte a los intensos.
Noboru Mutoh, Tetsuya Mizuguchi y Kate Brady – ‘I’m Yours Forever’ (2018)
Tetris Effect puede ser fácilmente mi juego favorito del año, y en esta ocasión la banda sonora es un factor determinante. Dicho de otro modo: Tetris Effect es su música. Tras años experimentando con la sinestesia jugable y queriendo hacer un Tetris musical, el genial Tetsuya Mizuguchi (creador de Space Channel 5, Child of Eden o Rez, pero también de la banda virtual Genki Rockets) ha conseguido su obra perfecta: aquí va un puzzle rítmico que es también un videoclip interactivo e inmersivo, una experiencia casi de videoarte que nos permite tocar la música. En manos de gente con menos talento, la cosa se hubiera quedado en fuegos artificiales new age y pose artística, pero temas (y niveles) como ‘I’m Yours Forever’ o ‘Metamorphosis’, con su tecnoecologismo y su optimismo utópico (pariente claro de la originación dependiente budista: “it’s all connected, we’re all together in this”), rozan lo trascendente. Podría ser el himno de aquella “nave espacial Tierra” que metaforizó Kenneth Boulding, y que Marshall McLuhan resumió con una frase tan inspiradora como exigente: “there are no passengers on Spaceship Earth, we’re all crew”. Estamos juntos en esto, todos somos tripulación, incluso los malos contra los que canta Nacho Vegas. Que el 2019 nos traiga algo de paz, compasión y buena música.
(Aquí van otras 14 canciones que bien podrían haber estado en esta lista: ‘Triangle’ de Brian Gibson para la banda sonora de Thumper, ‘La gente extranjera’ de Ojete Calor, el cover de ‘Blue Monday’ de Health, ‘Books’ de Jose Docen, ‘The Whistleblowers’ de Laibach, cualquiera de la banda sonora de Hilda, ‘I Live Now As A Singer’ de Julie Byrne, el ‘Sweet Transvestite’ de Rocky Horror Picture Show, ‘Lit(var)’ o cualquier otra de la banda sonora de A Silent Voice, ‘One more time, one more chance’ de Yamazaki Masayoshi, ‘The Middle Is Gone’ de Moby, ‘Teo’ de Miles Davis, ‘Blue Light Yokohama’ de Saori Yuki y ‘Proserpina’ de Martha Wainwright.)