Listas, listas y más listas. Esta sobre 2018 llega un poco tardía y, como solemos aquí, pretendidamente aleatoria y caótica: un clásico de hace la tira (yo retrocedo hasta 1967), la novedad más fresca o el tema que vuelve del pasado sin avisar, redescubierto en una serie o en un algoritmo prescriptor. Sea como sea, un pasatiempo para teorizar un poco y empaquetar lo que, en verdad, se va construyendo muchas veces a golpe de azar.
José Ignacio Lapido – La versión oficial (2017)
Desdeñemos el progreso y la innovación, a la crítica que pretende ir diez pasos por delante, que desprecia lo que suena como siempre, que quiere piruetas, artificios, récords, hipérboles, metarreferencias, titulares epatantes, el mejor disco de la historia, la canción que cambiará el mundo. Reivindiquemos el paso de los días, la rutina, la pequeña épica, la geografía emocional de lo anticlimático. Lapido es un seguro de vida al que no habría que acercarse si uno quiere grandes emociones o sonidos rompedores (la transgresión está sobrevalorada y es de una militancia agotadora). Esto ni siquiera es un rock palpitante y musculoso hecho con zurriagazos de rifs del granadino, sino algo más acústico, calmado, con esa visión ceniza y desapegada de las cosas; un lirismo de ermitaño, un escepticismo de autor con dardos velados que habla de verdades escondidas y de versiones oficiales. El tema es actual, de 2017, y deviene, en el fondo, en un reto: sus músicos desafiaron a Lapido a escribir una canción en fa que, como se sabe, es un acorde jodido y no precisamente el más rockero del mundo.
Nacho Vegas – Bajo el puente de L’Ará (2018)
Para los que seguimos escapando (y lamentando con mayor o menor vehemencia) de la faceta más política y social de Nacho Vegas, casi un asunto de estado, no es mal refugio reconciliarse en parte con aquel género de los inicios y también de Lucas XV que sabe cultivar: la canción torrencial y narrativa, sin estribillo, que se puede leer como una crónica periodística; en este caso, un relato negro real, extraído de los rincones de las páginas de sucesos y de las profundidades de la cuenca minera asturiana. Llamadas al 112, ojos arrancados, el Angliru y una muerte en extrañas circunstancias en un pueblo en el que nadie quiere hablar. Me gusta ese folclore lúgubre, la asepsia de la letra, en bable y en castellano, como ese periodismo seco que se nos presenta depurado y golpea más con sustantivos que con adjetivos. Y, por supuesto, ese telón de fondo con la Asturias que en Vegas es más protagonista que paisaje (más sujeto que complemento circunstancial de lugar). Riosa, el enclave de la canción, es también Puerto Hurraco, Susqueda, Los Galindos, Fago o Foix; me gusta pensar que el subtexto es la locura por el aburrimiento atávico de los pueblos que lleva al radiopatio (los celos, los triángulos amorosos, las herencias, ¡las lindes!) a su extremo más turbio.
Belle and Sebastian – Like Dylan in the movies (1996)
En llegar 20 años tarde a las cosas también hay cierto señorío. Anécdota para la ‘captatio benevolentiae’: una compañera de trabajo, veinteañera, no sabía quién era Chimo Bayo, ante el estupor y la indignación desmesurada del resto. ¿Acaso puedo juzgar yo eso? ¿Qué hacíamos en 1996? ¿Éramos acaso conscientes de que Belle and Sebastian publicaron ‘Like Dylan in the movies’ y se empezaron a erigir en iconos del pop orfebre, soleado y gafapastil? Por supuesto, no. Y vale que no es la misma dimensión, claro. En cualquier caso, seguramente yo también puede que llegue tarde a todo esto (hace tiempo que todos aquí destripamos los carnets de modernos) y en ese sentirme desfasado, a contratiempo, habrá también un posicionamiento. Ahora que empezamos a hablar de lo bien o mal que han envejecido las cosas en las últimas dos décadas, yo no puedo opinar nada de eso sobre este tema, recién descubierto, tarareable en su ligereza.
C. Tangana y Niño de Elche – Un veneno (2018)
Me dice Adri que para lo que hemos quedado: coincidiendo en este listado en C. Tangana. ¿Una penosa rendición postmoderna al trap de treintaycincoañeros que vienen a hacerse los jóvenes con un fenómeno que en verdad odiamos y al que somos ajenos del todo? No del todo. O nada de eso, más bien, quiero pensar. Pero estaba viendo una gala de OT y se plantó allí el tipo en directo, en trío, vestido como un narco, con el Niño de Elche descojonándose, a la guitarra, de la performance, de la que se habló hasta la extenuación: que si C. Tangana viene de los márgenes, renegando de su éxito, para colarse en ‘prime time’ en la cima de la industria musical y televisiva casi como un sabotaje (se fue del plató sin despedirse), o que si la letra de este tema, que estrenaba en el ‘reality’ de TVE, habla de los peajes más crudos de la fama («el veneno cruel y violento que estáis alimentando») y con ello quería advertir a los triunfitos, a punto de salir de la academia. Lecturas meta, mitificación del personaje desmedido y cansino y mucho ruido de fondo que no me impide una cosa: escuchar este bolero fabuloso y divertido con hechuras clásicas (para mí, que ni zorra de los academicismos del género) y muy juguetón, que está casi en el terreno de las versiones imposibles.
Zahara – Adjunto foto del Café Verbena (2018)
Me gusta descontextualizarme un poco (que diría José Luis Cuerda) y verme fuera de plano, en cotidianeidades improbables, e intentar sacarle el humor al patetismo. Por eso me identifico un poco con esta canción de Zahara, que habla de pasar su cumpleaños en una estancia en un balneario y tomar café en un bar de pueblo entre viejos que salen a bailar a la pista cuando el dj, con un ordenador portátil, les pincha Coyote Dax y electropop latino. Es una concatenación de bajonazos, o de escenas casi dadaístas, a las que sacarle punta no es baladí. Revela una visión del mundo sintética e irónica, pero también disfrutona: no es el mejor plan del mundo pero es el que hay y habrá que ponerse contemplativos para sacarle jugo a ese costumbrismo tragicómico. Ahí nos hemos visto muchas veces. Lo más reciente que se le pudiera parecer es que yo me vi entre asturianos y guiris bailando que bailaban en un hotel de Salou en plena temporada alta, pero cada uno tiene sus escenas de decadencia entrañable.
M. Ward – To go home (2006)
La descubrí en una de esas sugerencias aleatorias de Youtube, con esa ley de escuchas desordenadas, y me acordé pronto de algunas cosas que había escuchado hace años de M. Ward, un compositor americano, algo indie, entre el folk, el country y el rock. La voz grave, marca de la casa, y ese ritmo trotón marcan esta versión asequible de Daniel Johnston que habla de refugios, de regreso al hogar y que a mí me enciende y me activa; me seduce esa cosa acústica pero a la vez con fuerza, un rayo optimista pero sin pasarse.
Los Punsetes – Tu puto grupo (2017)
Si alguna vez nos acercamos a la crítica musical ortodoxa, nos alejamos corriendo y poniendo una distancia prudente; quizás para no caer en arrebatos de sinceridad dolorosa como este. Pero alguna vez nos hemos visto en tesituras de este tipo, cuando algún artista, a veces cercano, te envía su disco o su enlace, y luego, ante tu silencio y la ausencia de respuesta, te pregunta: ‘¿Qué te ha parecido?’ La mayoría somos diplomáticos y pudorosos, cobardes, y tiramos de lugares comunes y eufemismos para edulcorar la opinión y porque, en el fondo, no se trata de hundirle la vida a nadie ni de ir por ahí de juez demoledor, más todavía si nadie nos paga por ello. A Los Punsetes, en cambio, a los que me imagino también en esos marrones, se les antojó el ejercicio de poner en una canción todas esas calificaciones que realmente tenían en la cabeza y soltaron una vez sin freno, implacables, como el día en que Ned Flanders estalla: «Tu grupo es como un ensayo nuclear en el Pacífico, despilfarro de dinero público, poesía de tercero de EGB, la flema que proyecto cuando escupo». Pues eso, que ni queremos conocer tu opinión de mierda ni que nos des la brasa con tu puta banda.
The Rolling Stones – Ruby tuesday (1967)
La pérdida y la esperanza, la tristeza y la alegría a la vez. No sé muy bien por qué la he recuperado recientemente, capturado por ese vuelo psicodélico de los Rolling cerca de los 70. Creo que llegué a ella porque un anuncio en la tele me devolvió la trillada ‘She’s a rainbow’, del mismo año, y aquella fue la primera canción que recomendé en esta santa casa. Clásicos ya muy transitados que, pese a todo, le siguen amplificando a uno los días.
Gabinete Caligari – Mi montaña (1995)
Ha trascendido de Gabinete Caligari el ambiente pachanguero, incluso castizo y hasta cañí, pero hay una parte que me interesa más y es la de ese grupo frío y estirado: no olvidemos esos jugueteos con la estética nazi. No soy experto en su discografía pero sé que esta canción nace ya en plena decadencia y tensión entre los miembros y forma parte de ‘Gabinetíssimo’, un álbum menor, olvidado, en mitad de esa época insulsa de tránsito que parecen los mediados de los 90. La canción habla de la soledad de la Sierra de Guadarrama, en el frío invierno de 1994. Allí se recluyó la banda para grabar y, a la sazón, alumbra los últimos intentos de reflotar la historia, cuando estaban cansados de la música y hasta de ellos mismos. Hay temas que atraen más si uno conoce el contexto, y aquí me gusta rescatar lo que brilla ‘in extremis’ en los rescoldos de la vida discográfica, cuando aún queda algo que luce mientras todo está a punto de romperse ya para siempre.
Pablo Und Destruktion – Limónov, desde Asturias al infierno (2014)
Pablo Und Destruktion me capta con esos títulos de discos: ‘Sangrín’, ‘Animal con parachoques’, ‘Predación’ o ‘Vigorexia emocional’. O esas canciones que se llaman ‘Pierde los dientes España’, ‘Ganas de arder’ o ‘Los días nos tragarán’. Pablo García, asturiano itinerante y viajado, viene del anarquismo y del punk aunque ahora le echan encima etiquetas como la de asturpsicodelia. A mí me parece un tipo excesivo y raro, con temas exuberantes, a veces un poco folclóricos y muy incómodos, prácticamente feístas. Creo que incluso juega a provocar rechazo. Hay un trasfondo político y social y una intención decidida de hablar sobre temas concretos en los discos (el amor, la religión, la condición humana), partiendo de posicionamientos teóricos (el tío tiene discurso y una cosmovisión comprometida). Luego el resultado es visceral. Aquí fantasea con conversar con Eduard Limónov, escritor ruso e impulsor del Partido Nacional Bolchevique, y llorar encima de la momia de Lenin. Dice la letra: «Donde vivo yo hay odio y hay grisú, podría excavar un túnel desde Asturias al infierno».
Delafé y Las Flores Azules – Río por no llorar (2010)
No hay mucho que añadir a esta celebración de los pequeños placeres mundanos. He aquí un tema hedonista y arrebatador sin fisuras, grande y épico en la instrumentación (esas trompetas) que invita a danzar pero pequeñito en el fondo, porque enumera (ya saben que Óscar D’Aniello habla y recita más que canta) aquellas nimiedades del día a día que nos hacen felices, incluso de una forma bobalicona. Emparentada en la temática con aquella ‘Enero en la playa’, sorprendementemente las conceptos con sabor a Mr. Wonderful, el paroxismo y las estampas con aire a postureo de instagram (tumbarse en la arena, una cerveza fresca, comer macarrones) quedan bien. Lección de ligereza y buen humor porque, como decía aquel, aquí no hemos venido a sufrir, sino a pasar el tiempo de forma entretenida.
Luis Prado – Estoy gordo (reprise, con Guille Milkyway) (2016)
Sólo es una broma, un divertimento en el magnífico disco de Luis Prado en solitario, ‘Mis terrores favoritos’ (grafismo con homenaje a Saul Bass incluido) después de aparcar el grupo Señor Mostaza, valencianos de reminiscencias setenteras. Es el paso del tiempo desde una perspectiva cómica y liviana, a lo ‘loser’ cuarentón, con piano y unos violines, para maldecir los achaques y el peso de la vida gris (hablar de hipotecas en lugar de fútbol) sin ponerse trascendental ni intenso. Las salas de espera, la vida sana, el narcisismo de las redes sociales, el declive físico, todo ello se embute en esta cartografía de los miedos del primer mundo que el inquieto Prado, multiinstrumentista en el álbum, sondea como nadie. La banalidad del título nos planta en la cara la miseria de nuestros pavores cotidianos, un tema que a veces me perturba y que siempre asocio con aquella escena de Bill Murray, en ‘Lost in translation’, absorto y ajeno a todo, eligiendo el mejor color para la moqueta.
of Montreal – Gronlandic edit (2007)
Me he aficionado bastante en los últimos meses a of Montreal, una banda americana, caleidoscópica, saltarina y cambiante, al servicio del talento de su líder, Kevin Barnes, una especie de loco ingenioso e inabarcable, uno de esos personajones un poco carnavalescos y de espíritu juguetón que emplean a su grupo para abocar ahí los delirios del mundo interior, su personalidad compleja. Son prolíficos. Desde 1997 han publicado ¡14 discos! Suelen pasar muchas cosas dentro de una misma canción: la música de baile, los cambios de ritmo, los coros, los soniquetes. Resumiendo: un monumento a la experimentación asequible con melodías pop que a mí me da un buen rollo contagioso.
Petróleo – Miedo a la música (2018)
Una canción ¿cantada? por Ignatius Farray, que para mí será siempre el loco de las coles, es tal y como te podrías haber imaginado, y en los sonidos guturales, el histrionismo abrasivo y los aspavientos en trance (¿son ladridos eso del final?) encuentro una cosa hipnótica, conectada con lo primario. Entre el exceso, lo animalesco y la enfermedad, prácticamente el ataque de ansiedad, rayano en el mal gusto. Petróleo es el grupo que Ignatius ha formado con componentes de Tigres Leones y aquí, en este medio tiempo rock, dice cosas como «anoche me dio por buscar en Google la palabra Pentecostés». Y así todo.