Prácticamente a diario me maldigo por no encontrar el momento del día que necesito para escribir ese artículo en la Inercia que hace semanas me ronda la cabeza. Mentalmente, está escrito. Sólo tengo que plasmarlo. Pero sigo sin encontrar ese momento. Por eso, me sorprendo a mí mismo de estar escribiendo ahora estas palabras. Nunca me ha conmovido la muerte. Siempre he tendido a quitarle importancia. Pero esta noche, necesitaba dedicarle unas palabras al bueno de Enrique Morente.

Todo ha ocurrido esta tarde. He leído la noticia. Me he puesto el ‘Pequeño vals vienés’, en modo de homenaje. Sorprendido me hallo aún de lo que ha sucedido: un extraño sentimiento de tristeza me ha poseído por unos momentos. No ese tipo de falsa tristeza que todos sentimos cuando muere alguien admirado. Más bien, una tristeza pequeña y corta, pero sentida. Su voz, la música, el recuerdo de alguna situación con aquella canción de fondo. Desconozco el motivo. Pero el sentimiento, estaba ahí.

Y es extraño. Nunca he sido fan de Enrique Morente como músico. No me gusta tanto el flamenco. A lo sumo, me gustan tres o cuatro canciones suyas. Tampoco he escuchado muchas más. No soy un gran fan. Ni siquiera se me podría considerar un aficionado. Pero he sentido tristeza. Y algo me ha obligado a estar aquí sentado escribiendo esto, que no sé exactamente lo que es. Sí que sé que no alcanza la categoría de panegírico. Ni tampoco de lamento. Al menos, son palabras sinceras.

Lo más probable es que siempre haya sido, y hasta hoy no lo haya sabido, un admirador de Morente como artista, como persona. Siempre he pensado que el cantaor los tenía muy bien puestos. Un gitano tocando con Lagartija Nick. Con dos cojones. Y versionando a Leonard Cohen. Y hasta se atreve con el rap. Si algo nos ha dejado Morente, es una importante lección de la que todos podemos aprender: haz lo que quieras, sin temer lo que digan los demás.

Me imagino a los gitanos comprando el disco ‘Omega’, y escuchando la canción que abre el disco, el temazo ‘Poema para los muertos’. Y me río. Al imaginar como serían sus caras desencajadas. Si eso es flamenco, cualquier cosa es posible. Esa es, quizás, la clave de su éxito: para Morente, no había nada imposible. Ni esa extraña fusión de flamenco y rock de más de diez minutos, que aún no sé como interpretar. Gitano rebelde, cantaor poeta, son múltiples las definiciones que hoy he leído sobre su persona. Aunque quizás, Morente simplemente fuera una persona que creía en lo que hacía, y por eso lo hacía. Algo que no es tan difícil. Pero que no todos hacemos. Quizás por eso lo admiro.

Tú, Morente. Perdona por esta triste despedida, que probablemente sea la peor y la menos sentida de las muchas que te han escrito hoy. Un panegírico de pacotilla de un fan de pacotilla. Unas palabras escritas con prisa, sin pensar demasiado. Sin embargo, la tristeza que he sentido hoy, se ha empezado a evaporar. Sé que nunca lo entenderé. Pero me he quitado el peso de encima. Ahora ya podré dormir tranquilo. Sé que tú también lo harás.

withor