El infierno son los otros, así que quédense con nosotros y con los bonitos temas que les traemos cada semana.

La elección de Raúl

ANTONIO VEGA – LA TARARA

Entrevisté (venga ese autobombo) a Antonio Vega unos meses antes de su muerte. Daba en Tarragona un concierto raro, suelto, semiacústico, sin disco bajo el brazo; huelga decir que llenó. Me dijo débil, como siempre, que se andaba reiniciando, empezando a disfrutar de un buen momento, expansivo y prolífico. Y uno, que no es fan (Nacha Pop no me gustaban y él, a cuentagotas, y apenas conozco), no supo distinguir en aquel hilo de voz dónde acababa la fragilidad congénita y empezaba el agotamiento vital, dónde terminaba la timidez melancólica de raíz y arrancaba el lastre de la leyenda negra heroinómana. Le recuerdo en una entrega de Premios Onda, acariciando en el estrado el galardón, ese caballo alado, y diciendo: ‘Éste es un poco más ligero que el que conozco’.

Pero no sigo por aquí: ya hay decenas de obituarios, así que no lo voy a intentar. La recomendación, además, es ortopédica y poco ortodoxa, hasta sacrílega, si quieren, porque paso de la discografía oficial y me fijo en la versión que hizo de una canción infantil, incluida en el disco ‘Patitos feos’, covers de sintonías de dibujos animados. Podría ser una nana, o una tonada para asustar a los críos, pero me confiesan mis padres que la cantaban ellos de pequeños jugando o correteando por las calles. O saltando a la comba. O tirando piedras al río. A mi madre le pongo a veces la de Antonio Vega y le mola mucho. Supongo que a mí me resulta entrañable que un yonqui, tan volátil y quebrantable como un niño, cante estas cosas.

La elección de Withor

BAUHAUS – ALL WE EVER WANTED WAS EVERYTHING

Dice que no tiene Internet, así que no leerá esto, como mínimo a corto plazo. Quizás en unos años, si es capaz de salir de la tiranía de los años 80 en la cual se ha autoinstaurado, razone y sea consciente de que vivir sin Internet hoy en día es ser un rebelde. Y a veces uno puede llegar a cansarse de nadar a contracorriente. Quizás ese día, si llega a existir en alguna ocasión, cosa que no sé si deseo, sus desorbitados ojos acaben llegando a este texto ya sea por casualidad o por rebote geométrico. Y si el cúmulo de circunstancias llega a ese supuesto final, espero que le guste.

Señores, el Pandora’s Box cierra y ya lo hemos comentado mil veces: que no era tan mítico para nosotros, que tampoco éramos parroquianos habituales del garito, que si nos gustaba tanto, pues deberíamos habernos dejado caer más por allí. Pero no lo hicimos, y como bien dijo Raúl hablando de la Antártida, es fácil mitificar cosas porque nos hacen sentirnos más cerca de aquello que hace tiempo dejamos de ser.

Déjenme, en todo caso, sentir un poco de tristeza por el adiós del Pandora’s. Y agradecer al amigo que nos dedicara la canción más mítica, la que dio nombre al bar. Yo le devuelvo la dedicatoria con una canción triste, para que se corresponda con el ánimo. Esto es Bauhaus, y aunque no lo parezca, también fueron los 80. Y si bien es cierto que nunca la escuché en el pub, estoy convencido de que el amigo me sabría recitar la letra de memoria, alguna anécdota sobre ella, y de propina me soltaría la retahíla con todos los números 1 de Bauhaus, si es que tuvo alguno. Imaginármelo, me alivia. Va por ti, Jose.

La elección de V the Wanderer

BROKEN BELLS – SAILING TO NOWHERE

Hay días en que me pongo tonto con algún temazo y me sube tanto que pienso enseguida en pasárselo a tal o cual compadre, a aquella amiga, a aquella persona que encontrará dentro lo mismo que he hallado yo, que reencontrará así, tal vez, algo que compartimos hace ya mucho. Y acto seguido me pregunto si no serán ellos los que me lo pasaron antes con la misma exacta intención, si algo en esa canción les hizo pensar en mí y gritarme, agitando los brazos o el alma, «¡escucha esto!».

Nado en un mar de recomendaciones, de descubrimientos compartidos en un bar, por correo, en el buzón privado de Spotify. La música, como el cine, la literatura, los juegos o, no sé, el macramé, se hicieron para compartirse, para hablar de tú a tú y acomodar en ellos historias, momentos, sentimientos, sensaciones. Para construir unos nuevos a su alrededor.

Se me enciende un uno rojo en la bandeja de entrada de Spotify y encuentro este evocador tema indie, cargado de sonidos envejecidos, como si fuera un recuerdo lejano de una historia olvidada. Trae un mensaje (¡maravillas del 2.0!) que le impregna un sentido nuevo y personal al tema y me despierta una sonrisa. Ahora se lo recomiendo yo a ustedes, permitiendo que la cadena siga. ¡Escuchen esto!