No tenemos miedo a los mayas, los meteoritos o los testigos de Jehová. Miramos el reloj cuando dan las 11:11:11 del 11 del 11 del 11 y forzamos mueca chulesca. Que vengan esos apocalipsis, la derecha o Papademos. Que la destrucción se amplifique «up to eleven». Si se acaba el mundo, nos pillará recomendando tres canciones de bien.

La elección de Withor

EXTRECHINATO Y TÚ – A LA SOMBRA DE MI SOMBRA

La primera vez que leí un reportaje con el Robe como protagonista fue en el País Semanal, hace ya muchos años, a raíz del éxito de ‘Ágila’, y empezaba así: ‘Si uno se cruza con el Robe en mitad de la noche, lo más probable es que decida cambiarse de acera’. No le faltaba razón al amigo redactor. La línea que separa a una estrella de rock de un yonki robacarteras no es demasiado gruesa. Seguro que gracias a aquel reportaje muchos conocimos la ambigüedad del personaje: alma y vida de rebelde, corazón de poeta.

No son pocas las líneas invertidas en hablar de la influencia de la poesía en las letras del Robe. Él lo hace evidente, incluyendo (a lo Bunbury, es decir, sin citarlas) frases de Neruda o Lorca en sus letras. ¿Influencia de Neruda? ¿Influencia de Lorca? Sí, pero sobre todo, de un tal Manolillo Chinato. El Robe lo reconoció como su muso particular: «Me gustan poesías sueltas de los grandes poetas, pero sólo algunas, la mayoría me aburren. En cambio, del Manolillo, me gustan todas».

Si yo escribiera poesía, me gustaría tener un amigo como el Robe. Porque es de buen samaritano juntarte con tu amigo Fito -prefitipaldi-, hacer un rompecabezas imposible con el nombre de los dos grupos, y hacer así famosa una figura hasta entonces cuasi desconocida excepto para cuatro bebedores compulsivos de cerveza. Y el colmo llega si tu amigo Robe se lo curra de verdad y se saca de la manga un discazo único en la historia del rock español, en el que la que música y poesía se unen como la nocilla blanca y la negra, creándose una entidad única, indisociable, un lujo para el paladar.

Desconozco que habrá sido del amigo Chinato. Posiblemente ande de bar en bar, recitando sus poemillas, ganándose la vida. Pero seguro que está bien, si mantiene amigos como el Robe. Quizás lo vean por la calle y se cambien de acera, pero nunca olviden la sabiduría popular, que nos recuerda que aquello que conocemos como apariencias tienen la poderosa facultad de confundirnos.

La elección de V the Wanderer

DORIS DAY – FLY ME TO THE MOON

Podría tirar de melomanía, etcétera. Podría repasarles aquí tal compositor y tal intérprete de los cincuenta o los cuarenta. Podría ponerme tonto y apuntar a una búsqueda incansable de conocimiento musical entre volúmenes y volúmenes enciclopédicos. Pero qué va. Descubrí ‘Fly me to the moon’, ustedes verán, a golpe de plano fijo de la luna y de la silueta de una muchacha girando cabeza abajo.

Aterrizaje meloso o vuelta a la realidad después de ver a un robot gigante reventarle la tiesta a otro, o los dramas de seres humanos imperfectos y anhelantes. ‘Evangelion’ me pilló con quince o dieciséis, antes de la seriefilia que tan tontos les tiene en internet, antes del boom del manganime, y aún (bendito sea) en el reinado del Uve Hache Ese. Cada capítulo era un viaje épico e intimista y salíamos de él, invariablemente, con este triste ruego que pariera (ahora sí) Bart Howard en el 54 y popularizara Sinatra una década después.

La letra es aparentemente dulce y naïf, pero melodía y orquestación la transforman en una súplica desesperanzada, abatida, como una carta de amor que habla de felicidad sin aristas a un amante que ni existe ni podría existir. Me quedo, por eso, con la versión de Doris Day, que captura el trance y la fragilidad como nadie y viene vestida por unas cuerdas que son pura nostalgia. De las versiones bossa nova que enterraban las bandas sonoras de la serie ni hablamos.

La elección de Raúl

LAX’N’ BUSTO – PER UNA COPA

Ahora que nadamos, saltamos y salimos a correr. Ahora que le insuflamos kilómetros al body. Ahora que nos hemos convertido (inercios y adyacentes) en unos yonquis del oxígeno, pues va la madurez y me cambia el whisky por el gintonic. ¿Mi crisis de los 22 (ejem)? No, mamones: evolución, crecimiento. Llevo unos meses en ello, con la transición más o menos institucionalizada, pero desde hace unas semanas me entran unas ganas locas a media mañana de beberme un gintonic. No me desespero y tampoco es siempre, pero hay veces en que caminando por la calle me digo: osti, ahora entraría bien y tal y cual.

Me sabe mal sentirlo (en un punto me creo un poco ‘openmind’ y eso mola) pero por lo menos no incurro en el delito. Ni un quinto me tomo al final, así que a efectos prácticos sigo siendo básicamente un bebedor social, ese alcohólico grupal (¡ah! sí, la canción, se me olvidaba) que retratan estos Lax’n’busto tardíos. El tema, en lo literario, se explica rápido: es una noche cualquiera de farra llena de efervescencia en garitos y de lamentos para que no nos cierren el siguiente bar.

Luego llega el pensamiento de izquierdas, la crítica revoltosa (¡hasta un ‘no a la guerra’ desfasado encontrarán por ahí!) y la apología del desfase y la libertad de consumición. Lugares comunes, vale, rock català juvenil y de masas, vale, pero en lo musical con algún pasaje desconcertante. Siendo pop-rock del de toda la vida, muy en la línea de esta gente de El Vendrell, hay varios momentos en los que la banda se pone telita de oscura y ruidosa, despachando paréntesis algo heavys, con alaridos y descarrilamientos, más propios de garrafón punki que de mi ‘freshquísimo’ Bombay (otro día hablaré de la tormentosa búsqueda de marcas de ginebra) con tónica anhelado y no consumado un martes, es un poner, volviendo de una rueda de prensa, a la hora del ángelus.