V: Es sábado al mediodía y no se me ocurre mejor plan para la sobremesa que un paseo por el Salón Erótico de Barcelona (SEB). Hago un hueco en mi sufrida agenda (que me ha dejado este año sin Palmfest y Festival de Sitges) para vagar entre strippers, consoladores, exposiciones eróticas, shows en vivo y mucha, mucha carne al descubierto. Que se tapen los ojos los menores y no se espante el resto del personal: La Inercia se va, un año más, a echarle un tiento a eso de la industria del porno.

Nada dice «te quiero» como un falo móvil que sobresale de un corazón con alas.

V: Es una dicotomía incómoda: seguramente se agradecería más una cosa museística, densa, hasta didáctica, pero esto es una feria de muestras (en el sentido estricto) y el producto que se vende tiene un consumo muy claro. El sexo cultureta o reflexivo queda pues para la anécdota, para ese libro de ‘Inglés para pervertidos’ o ese manual de BDSM firmado por la bloguera Venus O’Hara. También, acaso, para complicados juguetes eróticos con diseño de lujo. (En un expositor me acercan un masturbador masculino, bien lubricado, e invitan: «adelante, es para que metas el dedo». No lo paso bien.) El resto, música machacona y speakers exaltados: distínguelo tú de una feria de barrio cualquiera.

Momento «vaginal artist».

V: Las primeras filas se copan con agonía y ansia documentalista. Dudo mucho que estos tipos estén siquiera mirando el espectáculo; sexo en vivo pero, ya saben, a través de pantallas. Me fijo en el público: sorprende alguna pareja de mediana edad, algún grupito de amigas, algún chavalín nervioso. Es, en conjunto, mucho menos sórdido de lo que cabría esperar, oficinistas aparte. Los espectáculos tienen una línea marcada, de porno fácil, acaso choni, comercial, casi como un ‘Transformers’ del tres equis. Las músicas no son menos fáciles: se suceden despelotes a ritmo de ‘You Can Leave Your Hat On’ (¿a estas alturas?) o ‘Feelin’ Good’. En dos o tres shows uno se ha anestesiado y los animadores chabacanos no ayudan: «¡le gusta follar!», anuncia uno. Claro, como a todo el mundo.

Chiqui Dulce se espatarra en las alturas con el ejercicio que le valió el oro en Pekín.

V: Lo mejor está en la periferia, abajo entre el gentío o dando vueltas en una barra de pole dancing. Algunas bailarinas son verdaderas atletas que escalan, giran y se espatarran con precisión de medalla olímpica. La rutina de una tal Chiqui Dulce saca nuestra votación de jueces entusiastas. Nos pasamos a la zona BDSM, con una decoración muy de Halloween, y atisbo a varios sujetos atusando disfraces. Atuendos, ojo, más risibles que eróticos, cómicos y de bajona, pero rompen la rutina. Esperamos, intrigados, hasta que se forman en comitiva: una dómina vampira al frente, un esclavo tirando de una auriga montada por una suerte de cardenal, otro esclavo en baja forma vistiendo cuerdas y gafas de sol mientras empuja una jaula con un fulano en su interior, una monja cerrando el desfile dildo en mano. Chico desfile. Soy abierto y curioso pero no puedo evitar las risas ni imaginarme ante una escena de la (inexistente) versión porno de ‘El milagro de P. Tinto’.

La comitiva al completo; pueden pasar lista.

V: Hay personajazos oliendo a sudor de hoy y de ayer y hay cosa turbia, como ese montón de DVDs que se anuncian presumiendo de variedad: «zoofilia, abuelos, sado, spanking, transex, gay, jovencitas». Ni me acerco: por una vez, me siento superado. Pero también hay gente sorprendentemente normal, que se toma su trabajo con aplomo y charla en la cafetería como funcionario a la hora del café. Nos intriga este lado currela, ese repasar la agenda del día a ver si toca mamada o eme/hache/eme, ese convertir vigor sexual en fuerza laboral. Todos los tópicos del «esto no deja de ser una profesión», etcétera. Entre tanto, le indico a Raúl la presencia de una llamativa señorita montando show ante una cámara. Al momento se le une, alegre, un gótico que se deja felar mientras suelta divertidas muecas punkies.


Una exposición de hentai patrio.

V: Los ires y venires de estos dos son el punto de diferencia que esperábamos y añaden variedad y oxígeno ante tanto meneo bakala. Nos proponemos entrevistarlos, claro que sí, y acabamos pactando el asunto para después de un espectáculo. Antes, una última vuelta para agotar la oferta (llevamos un rato algo saturados de volumen) y comprobar que sí, que este año el Salón sube un punto respecto al anterior. La tarde acaba compartiendo cafés con Ratpenat y Nora, no sin antes pajarear un rato en el backstage, viendo al DJ precargar sus temas, a aquella actriz meterse en su camerino, a aquella otra pedir una botella de agua, a aquel famoso tunelador charlando a gusto en un sofá. No dista tanto de la trastienda de un concierto cualquiera: a lo mejor hasta se folla más en aquellos.

V