Carismática y casi histórica periodista en RNE y redactora jefa de la revista ‘Adiós’. Llana, directa y divertida, divulga las historias anecdóticas de la Historia, además de toda una suerte de curiosidades alrededor del mundo de la muerte, a través del espacio ‘El acabose’, del programa ‘No es un día cualquiera’, donde se recopilan y se premian los epitafios más originales y esperpénticos del mundo. Ha publicado dos libros (‘Polvo eres’ I y II) con todo ese material.
¿Cómo una periodista se acaba especializando en el mundo funerario?
La gente sabe por la radio que me ocupo de la cosa de los muertos pero empecé a trabajar en esto, y trabajo aún, en una revista que editan los servicios funerarios de Madrid. Es la revista ‘Adiós’. Empecé a trabajar en ella porque me quedé en el paro en ‘Diario 16’. El trabajo que encontré fue en esa publicación y ahí entré en contacto con la información del sector funcionario.
Todo un universo desconocido.
Entré en contacto con todos sus ámbitos, como el económico. Se mueve muchísimo dinero en ese sector importante de la economía del país, pero también hay mucha cultura detrás, arte, historia, antropología… el abanico de ramas es amplísimo y yo me puse al día con todo eso. Además yo, como periodista, hablara de lo que hablara tenía que documentarme e intentar hacerlo bien.
Y aquello fue un filón.
Descubrí que era un tema interesante del que nadie se ocupaba. En los medios sólo se trataba desde el punto de vista del suceso, del morbo… Y pensé que había un hueco, ¡un nicho!, en el que se estaban escapando muchos temas muy interesantes por no querer hablar de la muerte, porque aquí nadie quiere hablar de la muerte. Le hice la propuesta a Radio Nacional hace nueve años y empecé con el quesito de ‘Polvo eres’ en Radio 5 Todo Noticias. Luego Pepa Fernández (la directora y conductora del magazine) me quiso en 2005 para su programa ‘No es un día cualquiera’ (los sábados y los domingos, de 9 a 13 horas, con colaboradores como José Antonio Marina, Forges, Juan Carlos Ortega o José María Iñigo). Después en la radio hago más cosas, hablo sobre todo de historia… pero la gente se ha quedado con la copla de los muertos.
Nieves Concostrina, en acción, en la radio Foto: RTVE
Cinco años después, sigues recibiendo fotografías de epitafios que envían los ‘escuchantes’ del programa. ¿Pensabas que iba a dar para tanto?
En 2007 se me ocurrió proponer hacer un concurso para que la gente enviara los epitafios que hay salpicados por todo el mundo, sobre todo por España. Entonces sí pensé que iba a ser un concurso que iba a durar un mes, precisamente para el mes de difuntos, en noviembre. Dije: ‘Mandarán unos cuantos, daremos unos premios y aquí se acabará todo’. Lo que no imaginaba era que habría tantísima gente fotografiando epitafios. Ya tenemos 3.000. Cada dos o tres meses, hacemos concursos y damos premios. Y siguen llegando epitafios, un montón de ellos, y eso me da muchísimo trabajo. Nunca imaginé que iba a tener esa respuesta.
¿Qué nos dice un cementerio?
Todo el mundo que esté interesado en la cultura puede estarlo en los cementerios. En un cementerio hay arte y eso forma parte de la cultura. Están enterrados los ilustres, personas que albergan mucha historia. Un cementerio guarda a toda la gente que ha hecho posible una ciudad. La historia de cada sitio está en ese cementerio. Hasta en el pueblo más pequeño, aunque tenga 100 habitantes. A lo largo del siglo y pico que llevan los cementerios municipales en marcha, van guardando mucho arte, mucha arquitectura, y eso interesa a cualquier persona interesada en la cultura.
Eso ayuda a combatir un tabú que aún sigue existiendo.
¡Luego están los morbosos que tocan madera cuando se habla de la muerte!. Pues muy bien, si usted se cree que por tocar madera no se va a morir, pues peor para usted. Si miráramos el cementerio con otros ojos, no a los muertos que hay debajo, que esos los pobres ya no hacen nada, probablemente nos iría mejor.
Maldición en el cementerio de Huelva. Uno de los epitafios extravagantes recogidos por Nieves.
Foto: Jordi Valls
¿Nos falta mucho como sociedad para superar todos estos miedos, estos clichés?
Falta mucho, sí, hay mucha gente con ese tabú pero también hemos demostrado en la radio que hay mucha gente no lo tiene, lo que pasa es que se lo tenían callado porque parece que estaba mal visto hablar de ello. Cuando nos hemos puesto a ello, ha salido gente interesada en el tema, y no en el morbo, sino en todo lo que hay alrededor. La muerte forma parte de la vida. Los epitafios son la última palabra de un muerto, bien dicho por el propio fallecido, o dicho por la familia, que ha querido representarlo así. Hablamos de fases, de poemas, de gamberradas.
Los epitafios son un poco reflejo de la grandeza y de la miseria humana. A veces incluso a la vez.
Eso es una cosa que viene desde los romanos. Ellos ya enterraban a los suyos en los laterales de la Vía Apia. Los sepultaban al borde de los caminos precisamente para que nadie se olvidara de ellos, para que la gente que pasara los vieran y supieran que eran personas que habían existido. Se ponían epitafios de este tipo: ‘Aquí descansa fulano de tal, que fue un gran hombre’. O: ‘Caminante, detente y brinda por él’. Y a veces añadían: ‘¡Y no mees en la tumba!’. Esto viene de toda la vida. Los epitafios han estado ahí siempre, lo que pasa es que nadie se fija en ellos. La gente entra al cementerio y va derecha a la tumba del que va a buscar, del abuelo, del padre, del que sea… Nadie entra con la cara levantada para ver todo lo que hay alrededor, cosa que en otros países no ocurre.
¿Qué cultura de la muerte tenemos aquí?
Es algo de España, de Italia y de Sudamérica, por esa losa religiosa que tienen algunos y por ese miedo en torno a la muerte que ha metido la Iglesia católica y ese respeto mal entendido. Cada dos por tres vienen con el cacareado respeto a los muertos… ¡pero si los entierran y se olvidan de ellos! ¿Qué respeto a los muertos es ése? El respeto a los muertos incluye muchas cosas: admirar el sitio en el que están, no es enterrar, largarte y olvidarte y poner unas flores una vez al año por difuntos, que es lo que hacen muchos. ¿Y por qué no puede ir usted a poner las flores un 15 de abril?
¿En qué países no sucede eso?
En los países donde hay una absoluta libertad de culto. Aquí supuestamente la hay, evidentemente. Somos un país constitucionalmente sin religión oficial, pero la hemos tenido tantísimos años por imposición que tienen que morirse un par de generaciones para que la gente vea esto de otra manera. En Francia o en Alemania es distinto. Aquí cada vez que se inaugura un cementerio va un obispo a bendecirlo. ¡Y luego quieren que los cementerios sean para todos! ¡¿Pero cómo van a ser para todos, si han puesto ustedes al obispo a bendecirlo?!
Otra lápida cachonda. Vista en el cementerio de Santa Isabel (Vitoria). Foto: Begoña Campo
Entiendo…
En un cementerio que sea para todos deben poder estar católicos, musulmanes y judíos, y el que no quiera, porque no esté bendecido, que se haga uno propio. Los cementerios municipales tienen que dar cobijo a todas las personas que habitan en un pueblo o en una ciudad. Y esas personas pueden ser de la religión que quieran. Otra cosa es que luego ese ciudadano exija un cementerio islámico o judío pero entonces haciéndose uno privado… El municipio tiene que dar respuesta a todos los ciudadanos, sin diferencia de sexo, religión, ideología, en fin… todas esas cosas tan bonitas que dice la Constitución.
¿Te has acabado convirtiendo en una especie de detective de los cementerios? ¿Te obsesiona visitarlos?
Cuando tengo oportunidad voy. Algunas personas se creen que soy una obsesa de los cementerios y de la muerte. Ni muchísimo menos. Yo soy periodista, lo que pasa es que en los últimos diez años la profesión me ha llevado a este tema, pero por unas necesidades profesionales. Ya que tenía que hacer el trabajo, he decidido tomármelo en serio. No me lo iba a tomar a la ligera. Si me hubieran mandado a hacer una revista de bombillas, sabría muchísimo de bombillas. Cualquier periodista sensato que tenga que escribir sobre una cosa se tiene que documentar. Si voy a París, intento ir a Montmartre, a Père-Lachaise y a Montparnasse. Si voy a Berlín, intento visitar algún cementerio. Pero si voy, y no lo veo, no pasa nada. Me gustan porque estudiándolos he descubierto muchas cosas pero no tengo ninguna obsesión. O cuando me preguntan por qué epitafio quiero… que a lo mejor lo tenías previsto en tu entrevista…
No estaba en el guión.
No lo sé. Ése es mi problema: lo que no quiero es morirme. Cuando me muera, no tendré ningún problema, el problema pasa a ser de los demás. Que hagan lo que les dé la gana. ¡Si yo ya no estaré aquí, ni seré nada, ni me espera nada! Que me incineren o que me tiren por ahí, no sé, me da lo mismo…. He visto demasiadas cosas. Sé en lo que acabamos. No vamos a ninguna vida eterna. No hay nada (risas). Me da igual. En el momento en el que haya dejado de respirar, dejo de estar aquí. Lo que no hago es estar obsesionada y pensar en ello todo el rato.
¿Estás asombrada por el material que te llega y que siempre supera al anterior?
Sí, sí. No dejo de sorprenderme. Por muchos cementerios que veas o recorras, es imposible verlos todos. Además, si tú entras a un cementerio a buscar un epitafio, no lo encuentras. Seguro. Y, de repente, aparece ahí. Hay veces en los que te tienes que topar con ellos y dices ‘¡ay va!’. En España hay 17.000 cementerios y cada uno tiene su joyita, tiene algo. De algunas cosas te enteras y de otras no. Los oyentes del programa no me han dejado de sorprenderme jamás. Y siguen mandando cosas y sigo alucinando.
¿Tienes un epitafio favorito?
Sí, uno que está en Ávila. Es la escultura de una mano muy grande que está haciendo la peineta y tiene el dedo estirado. Debajo tiene un epitafio que es un poema muy descreído, pero es una poesía como hay 100.000 más por ahí. Lo bueno es esa mano que lo dice todo. No hacen falta palabras. Es decir: ‘Yo me he muerto ya. Ahora que os den a los demás’. ¡Creo que se la colaron al del cementerio!
La tumba favorita de Nieves: una peineta en el cementerio de Ávila. Foto: José A. Gutiérrez
El humor es el ingrediente clave en todo esto.
Sí, claro. Hay gente que sabe morirse con humor. Y hay otros que se mueren sin ningún humor, viene la familia, pone un epitafio, mete la mata y acaban ocurriendo cosas muy simpáticas. Además, están las faltas de ortografía o frases que pone la familia creyendo que están poniendo algo muy sentido pero no se fijan bien en lo que ha escrito el marmolista. Luego eso se queda ahí para siempre y es un pitorreo.
¿Qué comporta un buen epitafio? ¿Qué se siente cuando uno encuentra una rareza de ese tipo?
Cualquier frase simpática que te deje clavado a una tumba, mirándola, me parece que es un homenaje al muerto. Al fin y al cabo, lo que te están pidiendo con eso es que no les olvides. Llegas y dices: ‘Mira qué simpático’. Ya les has dedicado un tiempo. En cierto modo, les estás recordando.
raúl
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